
La fibromialgia es
el término con que se denomina una situación crónica y compleja que
causa dolores generalizados y que afecta las esferas biológica,
psicológica y social del enfermo.
Este síndrome incluye, además
del dolor musculoesquelético generalizado, mayor o menor grado de
rigidez y fatiga, trastornos del sueño y presencia de puntos dolorosos
específicos a la presión.
El desconocimiento de los
factores que causan la enfermedad y la ausencia de anormalidades
fisiopatológicas reproducibles ha comportado que varios autores apunten
que los factores psicológicos pueden tener un papel importante tanto en
el inicio como en el mantenimiento del cuadro patológico.
Pero el hallazgo de estos
factores no debe ir dirigida a la búsqueda de probables causas
psicológicas de la enfermedad, si no orientada a identificar los
posibles mecanismos psicológicos que puedan estar asociados (y de qué
manera) a la sintomatología del síndrome fibromiálgico.
Es decir, tenemos que centrar
la atención en aquellos aspectos del comportamiento que inciden de
manera clara en el dolor y sus consecuencias.
Aspectos como la elevada
implicación laboral, el nivel de actividad y objetivos ejecutivos
excesivos, el patrón de urgencia, las dificultades para el tiempo libre
y por pedir ayuda o bien las dificultades por manejar emociones como la
ira, que configuran un patrón de comportamiento implicado en la
experiencia del dolor.
Y en aquellas consecuencias
conductuales de la enfermedad como las incapacidades que provoca en las
actividades de la vida cotidiana como la incapacidad funcional, la
capacidad percibida (física y emocional), las relaciones familiares,
sociales o profesionales, y la mayor frecuencia de alteraciones
emocionales en forma de sintomatología depresiva y trastornos de
ansiedad.
La evaluación de estos aspectos
del comportamiento nos permite poder diseñar el tipo de tratamiento
psicológico más eficaz posible en la actualidad y poderlo integrar en
el contexto más amplio del tratamiento multidisciplinario, que implica
la colaboración de diferentes profesionales (médico, psicólogo,
fisioterapeuta y terapeuta ocupacional) que abarcan los diferentes
aspectos de la enfermedad.
Por lo tanto, los elementos
psicológicos que han demostrado ser útiles en el tratamiento son
aquellos que además de ir dirigidos a paliar los síntomas de ansiedad y
la patología depresiva, enfocan sus objetivos terapéuticos a
desarrollar, entrenar y adquirir estrategias de afrontamiento para
disminuir la intensidad y las conductas de dolor, reducir o cambiar los
pensamientos negativos y la percepción de indefensión y, en definitiva,
aumentar la percepción de control de la situación.
Para lograr estos cambios de
comportamiento la terapia psicológica tiene que tener los tres tipos de
componentes que podemos ver a la mesa.
A) Programas de modificación del comportamiento:
• Dirigidos a aumentar el nivel funcional de las tareas cotidianas
• Reducción de las conductas de dolor
• Control de estímulos ambientales y supresión de los reforzadores del dolor
B) Autocontrol de las variables fisiológicas:
• Entrenamiento en relajación muscular
• Modificación de la tensión muscular excesiva
• Reducción de la activación emocional general
C) Terapia cognitivoconductual:
• Estrategias cognitivas basadas en la distracción
• Transformación imaginativa del dolor y del contexto
• Concepto de autoeficacia. Estrategias de afrontamiento
• Creencias de control
Josep M. Peri Nogués
Dr. en Psicología. Especialista en Psicología Clínica
Unidad de Fibromialgia. Hospital Clínico. Barcelona