Sólo cuando Roberto Candia se cercioró de que toda su familia estaba bien, tomó su cámara y salió a mirar por el lente lo que apenas comunicaba, entre interferencias y confusión, la radio local La Paloma: en Pelluhue no sólo la tierra se había alborotado, el mar había salido a engullir todo.
Candia, corresponsal de la agencia AP, regresaba a Santiago desde unas vacaciones en el sur. Paró en Talca para visitar a la abuela de su señora. Allí lo pilló el terremoto, abrazado a su hijo Diego. Le cubrió su cabeza con la almohada. Su familia zafó sin rasguños. Luego salió a mirar. “Vi cuatro personas muertas, tiradas en la calle. Un hombre tenía a su mujer, fallecida en el suelo, tomada de la mano. Carabineros no sabía qué hacer”, recuerda.
Casi 24 horas después, ya entrada la madrugada del domingo, el fotógrafo estaba en Pelluhue. Había poca gente deambulando entre la niebla costera. Y por ahí avistó a un joven que revolvía la maraña de palos húmedos, basura y jirones del maremoto. Le tomó una foto mirando su furgón destruido.
Como casi todos los años, Bruno Sandoval (26) y varios amigos arrendaban una casa que estaba en la sede del adulto mayor de Pelluhue para trabajar artesanías. El azar lo puso a él en Laja cuando ocurrió la catástrofe. Al día siguiente volvió a mirar qué había pasado con su cabaña. De sus pertenencias o la casa, ni rastro. Revolvió entre la destrucción y encontró una bandera chilena, rajada en la mitad, sucia y embarrada. Candia seguía mirando a la distancia. Y en una conversación puramente compuesta de imágenes, Sandoval sostuvo la bandera y esperó la instantánea.
CONTRAPLANO
La fotografía de Roberto Candia ya se convirtió en el símbolo de la movilización nacional. Recorrió el mundo y se posó en las portadas de varios medios internacionales. La Teletón que mañana conducirá Mario Kreutzberger, “Chile ayuda a Chile”, la solicitó como imagen oficial. Con íconos como ése se espera recaudar 15 mil millones de pesos, para ir en ayuda de los damnificados del terremoto del sábado.
“Uno trata de hacer su trabajo de la forma más respetuosa posible”, explica el gráfico. “A veces nos sentimos intrusos”, reconoce, “pero con los años y la experiencia uno aprende a no ser morboso, a tratar de construir entre el dolor de estas personas”.
Y Sandoval está de acuerdo. “La bandera representa lo que le pasó a Chile. Está sucia, rota, embarrada. La desenterré. Roberto me indica que me quede un rato con ella en la mano. Yo pensaba que era una señal de que Chile todavía está en pie y la bandera arriba”, recuerda. Hoy, Bruno está en Talca con su polola, donde vive desde hace unos ocho años. Ya encontró a todos sus amigos, quienes alcanzaron a arrancar hacia los cerros. El Suzuki, destruido. Sus herramientas, perdidas.
UNA BOTELLA AL MAR
Candia está en Iloca, todavía trabajando, y recién enterándose de que su foto es la postal oficial de la catástrofe y la posterior esperanza. Lo enorgullece, pero por delante de su lente pasan testimonios peores: “Uno ve que la gente quiere estar sola y no quiere compartir su dolor con nadie. Es difícil. Pero al menos ahora, los chilenos han entendido el trabajo y por eso se hace con el máximo respeto posible”.
Ya tiene clara cuál sería su mayor recompensa. “Me encantaría que alguien pudiera ponerse en contacto con Bruno para ayudarlo o darle algún trabajo”, dice. El artesano hoy estudia partir al norte. “A ver si puedo conseguir pega en algo. Alguna mina, quizás. Todos vamos a salir adelante”, dice. Está preocupado por los desmanes, que desvían la atención de las autoridades en una zona que hoy ve por el suelo. Y aparte de la bandera, lo único que encontró entre las huellas de la catástrofe en Pelluhue fue una botella sellada de Jack Daniels. Todavía está cerrada.