Un día de esos donde todo nos sale mal, trataba de establecer un interrogatorio a Dios.
¿Señor, por qué no nos ayudas?
¿Por qué la enfermedad de mi marido?
¿Qué puedo hacer para salir adelante?
Y en ese momento de tribulación, al entrar al cuarto de mis dos hijos tuve la respuesta.
Porque vi en sus ojos, reflejada la luz de la esperanza.
Porque sentí un gran consuelo, cuando pusieron sus manitas sobre mi cara.
Y escuché la voz de Dios, cuando mis hijos me dijeron “no te preocupes mami, todo va a estar bien”.
Por eso, nunca me cansaré de dar gracias a Dios por estos dos pequeños, que han llenado mi vida de amor, de alegría y sobre todo de fe en que todo puede cambiar.