Toda tú en tus dos manos solamente, Diana de arco fatal y ojo certero; yo, cigüeña en la torre de mi frente, guardando un equilibrio de lucero. Tú, violando mis rimas y mis rosas en la quietud sin voz de mis jardines, y yo, signando mis pequeñas cosas con sangre de mis blancos serafines. ¡Dame lo que fue mío y me robaste, aquel minuto que se fue cantando perdido entre tus menos y tus más...¡ En la suma, ¡ay amor!, te equivocaste. ¡Dame mi cómo, mi porqué y mi cuándo para que quede nuestra cuenta en paz! (Xandro Valerio
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