La humildad se manifiesta en la pequeñas cosas, en los detalles, en códigos de comunicación nada aparatosos, sino sencillos y básicos, pero de enorme valor para el que los recibe. Así, esos detalles humildes se convierten en regalos que son acaso aquellos a los que damos más valor, porque son auténticos. Con el tiempo son estos obsequios los que recordamos con la perspectiva que nos va dando la vida y sabemos que ésos, y sólo esos regalos son los que quedan, porque están en la memoria, más allá de la materia, y nada ni nadie nos los puede quitar.
Hoy en día, que casi todo está al alcance de nuestra mano, sea en efectivo o en cómodos plazos, olvidamos el valor de lo esencial, de lo que no se paga con dinero, de lo que es humilde en su esencia y no cuantificable; de lo que a veces, incluso, llega a ser infinito. Son esos obsequios sencillos que son tan fáciles de dar o de contar con ellos, los que dan sal a la existencia, los que nos ayudan a tomar consciencia de lo buena y bella que puede ser la vida, a pesar de todo.
A/D