Generalmente hablamos mucho. ¡Pero qué pocos saben conversar! A veces ese intercambio, esa amistosa comunicación, resulta fatigosa, frívola, sin esencia, hipócrita y hasta irritante. En algunos casos faltan hasta la caridad cristiana y el amor al prójimo. ¡Qué lejos está eso de llenarnos el corazón y enseñarnos ese renovado florecer de conversar a profundidad, mostrando las heridas, dejando correr las lágrimas y quedando al descubierto todo ese mundo interior que nos sacude!
La conversación es como un don mullido por las palabras íntimas, sinceras. Un golpe de llamada es suficiente para darnos cuenta de que en el corazón amigo hay una lámpara encendida para mí.
A veces está en nosotros la causa de nuestros males, y la conversación es ese tronco fuerte que entreteje palabras para llevarnos de las sombras a la luz. Cuando se nos rompen las razones y se nos acaban las fuerzas, es el momento de conversar, de abrir ese cofre inestimable de la amistad que siempre guarda algo que pueda servirnos: paz, equilibrio, suavidad, amor.
Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla (Es copia parcial)