Cuando comienza un año la gente acostumbra a ponerse metas,
a pensar en nuevos proyectos: un estúpido atisbo de esperanza y lucidez
le hace creer que puede. Este año sí me gradúo, este año voy
a poner mi negocio (ahora sí), voy a empezar mi dieta
para bajar las 30 libras de más que tengo, ahora sí me voy a levantar
trempano todos los días, voy a tenerle paciencia a mis viejos,
este año no me conecto tanto a internet para mejorar mi rendimiento
en el trabajo, ya no voy a fumar (mucho), etc, etc.
Pero luego de un par de meses la gente se olvida de todo
porque se cruza la pereza, la cerveza y algunas cosas más.
Y de ahí viene la angustia de saberse un pusilánime incapaz de
cumplir con sus metas, luego la depresión, y ya cuando la gente
se empieza a sentir más cucaracha, se da cuenta de que es noviembre,
y entonces comienza a pensar en los propósitos del año nuevo.