Pilar Valrela
Amor y sexo
Cuando hablamos de sexo, no siempre hacemos referencia al sentimiento de amor. Además, ni siquiera hombres y mujeres estamos de acuerdo en cuento a qué entendemos por uno y por otro.
Todos exigimos gracias a un acto sexual, y algunos, no sabemos cuántos, gracias también a un acto amoroso. Amor y sexo no siempre van unidos, pero ambos son dos de las razones más poderosas para vivir. La primera asociación con el sexo es el placer, sin embargo, detrás de él se esconde múltiples emociones que no son siempre placenteras. Cada práctica sexual lleva su propio apellido, generalmente es el cariño, o quizá la costumbre, pero pueden ser la gratitud, la autoafirmación o los celos. En el sexo se puede buscar compañía, y también venganza y daño. Los chistes recalcitrantes suelen caer en tópicos errados: los hombres son ávidos de sexo y las mujeres lo administran con tacañería; los varones disfrutan, las mujeres soportan; los hombres son torpes, las mujeres insatisfechas, y así sucesivamente. Otros tópicos más elaborados sostienen que el hombre ofrece cariño para obtener sexo y la mujer ofrece sexo para obtener cariño. Es posible que algunas de estas asimetrías se sucedan en el seno de las parejas, pero no necesariamente en el mismo sentido que proclaman los tópicos. Las mujeres sufren de soledad sexual, al igual que los hombres, y éstos de desconcierto y apatía. ¿No hay diferencias, por tanto, entre unos y otras? Si, si las hay. He aquí una: las encuestas, seguramente más realistas que los chistes, constatan que las quejas amorosas difieren. Los hombres se quejan de falta de iniciativa de la mujer y desearían que ella expresase más claramente lo que desea y lo que siente. La mujeres, por su parte, echan de menos en sus parejas sexuales más ternuras, más preliminares y más palabras. Hace poco Isabel Allende bromeaba diciendo que el punto G está en el oído, que a una mujer lo que le erotiza es que le susurren, aunque sea la guía de teléfonos. Es cierto , lo que “pone” a una mujer no es un tamaño, sino unos brazos junto a una voz. Si encima hay sutileza, mejor. Si en vez de decir “me gustan tus pechugas” y dejar a la pobre dama un enorme complejo de pollo, ¡o de Avecrem!, se le dice un simple “me encanta acariciar tu pecho”, la rendición será más probable. Todo el mundo tiene algo que aprender en el sexo. Si se elabora con profundidad y sentimiento, el clímax sexual es la mejor metáfora de la eternidad, aunque dure muy poco. Ese momento es claramente incompatible con las penas. Para muchos es la mejor compensación de la fugacidad de la existencia, y para algunos es la única percepción de espiritualidad que hallará en su vida.