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EL RINCON DE MARYBELL: PACTO DE HERMANOS...
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Marybell Robles  (Mensaje original) Enviado: 10/02/2010 03:16
Cuento Narrativa de Terror Saltillo 2007 (Concursé pero no gané.... este fué el cuento con el qué participé....) 



PACTO DE HERMANOS (I PARTE)


San Jonatitán el Bajo, es un pueblo semiescondido entre la espesura de un alejado bosque de nuestro país, qué guarda
entre sus entrañas una historia por demás aterradora y escalofriante.

Don Bartolo era el abuelo de todos en Jonatitán, había cursado hasta sexto grado de primaria y era considerado cómo un hombre instruido a pesar de su tan corta preparación, había viajado y había aprendido de la vida lo qué en la escuela no se enseña y eso lo convertía en un hombre con una gran calidad humana y lo hacía una persona de fiar.

Ahora con los años encima, el abuelo Bartolo era un hombre solitario, enmarañado en la telaraña de sus recuerdos, de sus temores, de su miedo al caer la noche...

- ¡Buenos días Abuelo! Lo saludé con gran entusiasmo después de tantos años de no verlo, su cara se había envejecido considerablemente pero mantenía esa mirada inigualable.

- ¡Muchacho!- Respondió con gran alegría al verme, me dio un fuerte abrazo y casi con lágrimas en los ojos me soltó, nos unía un gran cariño de toda la vida. ¡Me da tanto gusto volver a verte! -

¡Cuánto tiempo abuelo!- Si no fuera por las cartas de Doña Rosenda qué me cuenta cómo anda todo por aquí no tuviera noticias de Usted!.

- Dime muchacho ¿Es verdad qué regresaste al pueblo para quedarte? Me preguntó con una voz qué más que emoción parecía qué mostraba un gran pesar. 

-Si abuelo- Uno siempre busca sus raíces y tras tantos años de ausencia ya añoraba la paz de mi tierra.

- ¡No Osvaldo, no estoy de acuerdo- Contestó dejándome con un gran asombro su respuesta y continuó – Será mejor que te regreses y te vayas muy lejos otra vez, el pueblo no es un lugar seguro para ti, y ahora mucho menos para tu familia, debes volver por donde veniste.-

Sus palabras parecían sentencias qué lograron qué un escalofrío recorriera mi cuerpo, pero reaccioné de inmediato al recordar las historias qué solía contarme de niño.

- ¿Otra vez con sus historias Don Bartolo? No comience de nuevo- Sé de buena fuente lo qué le ha contado a todo el pueblo, pero a mi no intente convencerme, su historia es tan solo un cuento narrado de generación en generación, nada cierto abuelo!!! 

Y con una risa burlona le dije, No crea esos cuentos de ultratumba Don Bartolo, ya está grande!.
A lo qué me contestó con el rostro completamente serio y con una gran preocupación reflejada en él. ¡Muchacho, no te rías, la historia es real!.

Un poco apenado por mi actitud traté de disculparme – Don Bartolo yo lo respeto mucho, usted es mi abuelo, lo quiero, lo admiro, pero no me pida qué crea en esas tonterías, ¡Los muertos no vuelven! Tampoco cobran venganzas y mucho menos regresan para hacernos pagar deudas ancestrales, por favor! Esas son creencias de una mente débil-

Convencido de qué no le creería lo vi agachar el rostro y al mirarme de nuevo me pidió un poco de tiempo pues “había llegado el momento” de hablar con la verdad.

Comprendí su necesidad de hablar largamente, de decir, pero sobre todo, de ser escuchado, su gran necesidad de ser creído.

Nos fuimos caminando sendero abajo, hasta dónde la vereda se abre en dos y los separa el río del pueblo, el río de la historia, el río del horror...

El abuelo Bartolo vivía en una pobre casa vieja, carente de lujos pero llena de una familia ausente qué el tiempo y el dolor no habían podido llevarse del todo, esas paredes impregnadas en cada rincón de las voces de Doña Luz, la amada esposa del abuelo e igual qué en cada casa en dónde la falta del calor de un hogar y los recuerdos son los únicos miembros de la familia, el abuelo me invitó a tomar un café para charlar.

-Verá Don Bartolo- Yo no creo en esas cosas, me es imposible aceptar la leyenda cómo algo real, me gustaría que usted mejor creyera que esas son fantasías qué los abuelos cuentan a sus nietos para hacerlos dormir cuándo son niños y qué nos fascinaba oír, pero no acepto qué quiera hacerme creer qué es un hecho real y sobre todo qué tiene qué ver conmigo, no lo acepto!.

-Traté de ser convincente en mis palabras, pero el abuelo me pidió qué lo escuchara.

-Verás Osvaldo- yo tengo 78 años, hace ya más de 60 años qué tus dos abuelos y yo éramos unos jóvenes apenas, en ese entonces las cosas eran muy diferentes, por nuestras venas corría el valor en nuestra sangre y no había nada qué nos atemorizara, pero en aquel entonces no sabíamos qué la valentía no está en quién se atreve a cosas casi imposibles, sino en enfrentar las consecuencias de nuestros actos por más cobardes qué estos sean, y ahora qué lo comprendo muchacho, esa valentía, a mis años, ¡No la tengo! Dijo bajando la mirada y los hombros en señal de sentirse vencido.

-Don Bartolo – esto es un poco incomodo sabe? Pero le voy a dar la oportunidad de qué diga lo qué tenga que decir porqué será la primera y la ultima vez qué lo haga, y eso lo hago por el enorme cariño qué le tengo y sobre todo por la gran amistad de tantos años entre usted y mis abuelos.

- Yo te agradezco profundamente ese cariño qué me ofreces Osvaldo y lo correspondo de igual manera- Yo te vi crecer y he sufrido día a día con el temor de qué volvieras al pueblo y qué la maldición entonces se cumpla, tengo el deber moral de cuidarte y protegerte.

- ¡Vamos abuelo! Ya estoy lo bastante grandecito cómo para cuidarme solo no cree? No venga con esas cosas.

La plática empezaba a tornarse hostil, yo tenía ya 27 años y estaba felizmente casado y con dos hermosas hijas de 5 y 2 años y en esa etapa de mi vida me sentía lo suficientemente maduro cómo para qué alguien me dijera qué necesitaba cuidados y protección, dejé qué los pensamientos influyeran en mi mente y ya bastante molesto con aquellas tonterías me despedí sorpresivamente y salí de aquel lugar a paso firme, el abuelo aún sin salir de su asombro por mi reacción, intentó alcanzarme para detenerme y continuar la charla, pero mi andar era ágil, firme, decidido, el suyo era cansado, lento, con más de 70 años encima y desistió.

A lo lejos sólo pude escuchar sus gritos desesperados qué me pedían volver qué no habíamos acabado, qué corría peligro.

Hostigado por aquellas palabras y ya bastante fastidiado y molesto por la hora, decidí apresurar el paso, pues ya había anochecido y aun no cruzaba el río, tanta insistencia del abuelo Bartolo con aquella historia del muerto me hicieron dudar un momento de estar solo en ese lugar a esa hora.

Para darme valor encendí un cigarrillo y seguí caminando apresurado, pues aún faltaban varios kilómetros para llegar a la seguridad del pueblo.

No quise volver la mirada, algo en mi interior empezaba a sentir temor y tras un cigarrillo encendí otro y luego otro, no encontré tranquilidad hasta verme del otro lado del puente, y me reprimía a mí mismo sentir ese miedo, permitir que las palabras de un anciano solitario hicieran mella en mi subconsciente, al grado de casi hacerme percibir un susurro en el aire, casi casi una caricia a mi ser, los árboles bailaban con el vaivén del viento y sus sombras nocturnas atemorizaban mi tambaleante valentía.

Camine lo más rápido qué pude hasta ver las luces de la plaza del pueblo qué anunciaban qué había llegado a un lugar conocido, por primera vez la cruz iluminada en lo alto de la torre de la iglesia me dio tranquilidad con solo verla y sin querer aceptarlo, al dejar atrás el camino qué lleva al río tuve la sensación de haber dejado atrás también un terrible misterio qué me acechaba.

Continua...


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: Marybell Robles Enviado: 10/02/2010 03:18
PACTO DE HERMANOS (II PARTE) 

Los días siguientes en el pueblo fueron muy ajetreados, me encontraba ocupado en las labores de la mudanza y entre mi esposa y los cuidados de las niñas logré olvidar por un momento la extraña sensación qué tuve noches anteriores.

Nos instalamos en la casa qué fuera de mi abuelo Jonás y qué por ser su único nieto me fue entregada a su muerte, mi esposa y yo ocupamos la habitación principal qué era más amplia y me hacía sentir orgulloso pues ahora era yo el jefe de familia de ese hogar cómo alguna vez lo fuera mi abuelo y después mi padre y a quiénes no pude volver a ver tras mi partida, partida qué un poco la presión de mis abuelos Jonás y Emiliano y por supuesto de Don Bartolo y mis ansias de querer conquistar el mundo me llevaron lo más lejos de mi patria cruzando sus fronteras durante muchos años sin querer volver.

Pero al enterarme qué mis padres habían fallecido tuve que regresar y consideré la idea de quedarme a vivir en lo qué fuera mi primer hogar.

Las niñas fueron acomodados en la qué fuera mi recamara, me sentía feliz qué aquella habitación ahora fuera ocupada por mis propias hijas y me prometí arreglarla en el transcurso de la semana para qué ellas estuvieran más cómodas.

Esa casa qué me vio nacer con el paso de los años a pesar de qué mis padres habían muerto recientemente tenía un aspecto abandonado y viejo, lo qué le daba un aspecto deprimente.

La noche una vez más cayó y el sueño nos hizo presas y dormimos profundamente.

-Buenos días cariño- saludé amorosamente a mi mujer al amanecer ¡Hola amor! ¿Descansaste? Esta pregunta retumbó en mi mente cómo un taladro, s-s-si respondí dudosamente, pues a pesar de haberme quedado dormido por completo sin despertar hasta la mañana siguiente tenía la sensación de no haber pasado una buena noche.

Tan pronto fue posible, me dirigí a la plaza del pueblo para buscar a los viejos amigos y tomarnos unas copas, eran amigos de la infancia, más que amigos, eran hermanos.

Ahí en la Cantina estaba el abuelo Bartolo con la mirada triste y al verme se dirigió de inmediato hacia mí, - Osvaldo- tenemos qué hablar- me dijo pausadamente- casi suplicándome, en mi interior más qué un enojo contra él, empezaba a nacer un terrible miedo de qué sus palabras fueran verdad y me negué a escucharlo. –Ahora no abuelo, estoy con los amigos, luego hablamos, otro día de estos paso por su casa, discúlpeme.- 

-Escúchalo Osvaldo- Te conviene amigo – es importante!- dijo Franco uno de mis mejores amigos y en un sobresalto voltee la mirada clavándole una gran interrogante qué exigía ser respondida en ese instante. Y en su lugar obtuve por respuesta más preguntas - ¿Acaso dudas de sus palabras?- -- ¿O qué?-- Vas a decir qué no sabes cómo murieron tus padres tan “misteriosamente”? Es verdad... no lo sabía, hasta Wanaggan me había llegado un telegrama informándome de su repentina muerte, pero siempre creí qué había sido muerte natural, no me detuve a pensar en algo más y ahora.... ahora nacía la duda.

Di lo que sepas, dije enfurecido, Aquí se oculta un misterio y quiero conocerlo! Qué pasa conmigo y con mi familia?

Será mejor qué el abuelo te cuente Osvaldo, nadie mejor qué él para decírtelo, pues él lo vivió y lo vive día a día, ó mejor dicho noche a noche...

Franco, Rubén y Mariano se levantaron de la mesa dejándonos solos al abuelo y a mí, en mis entrañas sentía una sensación de sentimientos confusos, y una procesión de ideas fueron desfilando por mi mente.

Hable de una vez, qué sucede? ¿Porqué no quiere que esté en el pueblo? ¿Porqué dice qué mi familia corre peligro? 

- Escucha con atención muchacho, esto ocurrió hace muchos años, es tan difícil revivir esos momentos, pero es necesario, y aunque absurdamente digo qué es difícil revivirlos miento, pues los revivo cada noche al volver a casa.

- Hable de una vez- Repetí con insistencia y con un gran sobresalto en el corazón pues estaba a punto de conocer la verdad de mi familia.

- Cuándo tus abuelos Jonás y Emiliano y yo éramos muy jóvenes con tan solo 17 años apenas, teníamos mucha sed de libertad, éramos unos jóvenes muy aventurados qué nada nos detenía. Nuestra amistad era tan grande y tan sólida qué un día nos escapamos de casa hacia el río para ir a nadar, pasamos una tarde excepcional, al caer la noche prendimos una fogata y agotados nos tiramos en el pasto cansados, jurando qué esa amistad jamás se rompería. Jonás qué era el más impulsivo de los tres se le ocurrió qué hiciéramos un pacto de sangre, para entonces considerarnos así realmente hermanos. De entre nuestras mochilas sacamos una navaja y cortándonos un poco en la palma de la mano estrechamos estas haciendo contacto con la sangre.

Repentinamente Jonás lanzó un conjuro macabro vendiéndole nuestra alma a Lucifer a cambio de una amistad eterna, qué perduraría a través de nuestras generaciones. Emiliano y yo soltamos nuestras manos completamente asustados y reprochándole a Jonás su estúpida idea, pero fue demasiado tarde, de la nada comenzó a arder el bosque, cercándonos en un fuego qué provenía del mismo infierno y Satanás se presentó ante nosotros sellando el pacto hecho por Jonás, ahora le pertenecíamos no solo nosotros sino nuestras descendencias también. Risas infernales se escuchaban por todo el río y las campanas de la iglesia retumbaban con gran estrépito avisando al pueblo del incendio qué consumía el bosque.

Caímos en un profundo sueño y al despertar solo había cenizas a nuestro alrededor y a lo lejos escuchábamos las voces de la gente del pueblo qué nos buscaban desesperados. 

Cuándo nos incorporamos la marca de nuestra mano había desaparecido pero entre nosotros algo había cambiado, ya nada nunca sería jamás igual.

Emiliano al ver su mano intacta pensó qué todo había sido una pesadilla y yo preferí pensar qué con el incendio todo había sido imaginación.

Sólo Jonás sonreía malévolamente y su mirada reflejaba una maldad qué antes no tenía, Fue cuando comprendimos que Satanás vivía ahora en nuestro amigo.... en nuestro ahora hermano.

- Temblorosamente el abuelo se secó el sudor de la frente qué resbalaba penosamente por su rostro envejecido y qué con el revivir de los hechos fue endureciéndose más.

Continúe Don Bartolo- le supliqué desesperado, estaba demasiado intrigado cómo para suspender la plática, quería saber porqué mi familia corría peligro.

Osvaldo- Desde aquella noche tu abuelo Jonás se sentía terriblemente acechado por voces qué lo llamaban, qué noche a noche le recordaban qué el ya no pertenecía a este mundo, por eso busco consuelo en la fe del pueblo y se acercó a la Iglesia, encontrando solo desconsuelo, pues había cometido un pecado imperdonable más qué una travesura de adolescente, para absolverlo de sus pecados, el cura le aconsejo llevar una vida de decoro y de sumisión a Dios para qué fuera perdonado, fue cuándo conoció a tu abuela Elena y se casaron, lo qué Elena no sabía era el pacto demoníaco qué Jonás había hecho y sólo pudo darle una preciosa hija; María tu madre, Jonás, Emiliano y yo sabíamos qué nuestra descendencia estaba condenada a las torturas del infierno y qué sus muertas serían dolorosas y prolongadas. Sin embargo Emiliano decidió casarse con tu abuela Aurora y con quién concibió a Remigio tu padre, y surgió entonces la idea macabra de unir a María y a Remigio en matrimonio para, de esta manera asegurarse qué no hubiera descendientes dispersos y qué siendo una sola familia podríamos quizá salvarnos de nuestra condena. Sólo faltaba yo, quién sabiendo la suerte qué le tocaría mis hijos decidí no engendrarlos, sumiendo a mi amada Luz a la soledad de un hogar vacío. María y Remigio crecieron inculcados en la creencia de qué debían casarse pero no deberían concebir hijos pues una gran maldición pesaba sobre ellos, pero ellos tomaron las palabras de sus padres cómo tu la tomas ahora con la mía y la ignoraron, y así naciste tu Osvaldo, hace 27 años, provocando el enojo de tus abuelos y el gran gozo de Satanás que incrementaba su lista de almas para llevarse al infierno.

Una mañana Jonás se armó de valor y salió camino al campo, hace tantos años qué jamás había vuelto al río y ahora lo hacía para enfrentar sus miedos y ahí en el recuerdo de aquella hoguera, cortándose nuevamente la palma de la mano trató de romper el pacto y en la soledad de su encuentro con el demonio, tu abuelo perdió la vida, sin saber cómo, sin saber cuándo, sin saber su destino...

-Lo qué cuenta no puede ser cierto- ¡No puede serlo! Reniego de ello! Grité enloquecido de terror.
Osvaldo, reniegas de la misma manera en qué tu abuelo Emiliano y yo lo hicimos hace muchos años, igual qué tus abuelas al enterarse, igual qué tus padres qué no lo aceptaron.... pero la condena es real y no hay modo de detenerla.

-Debe existir un modo Don Bartolo! Nosotros no podemos pagar culpas ajenas, mis pequeñas hijas no pueden estar condenadas a las torturas de los infiernos por culpa de ustedes!!

¿Quién más sabe de esto? Le exijo qué me lo diga!

Lo supo el cura Esteban qué en paz descanse, y el pueblo solo tiene sospechas de lo qué ocurrió aquella noche en el río. 

Desde qué tu abuelo fue descubierto muerto cerca de dónde ocurrió aquel terrible incendió, todas las noches ocurren cosas extrañas, nadie quiere pasar por el río al caer la noche.

-Cuándo venía de regreso de su casa tuve una sensación extraña, sentí miedo, sentí una presencia qué me atemorizaba- dije casi entre murmullos

¿La sentiste Osvaldo? Grito el abuelo con el rostro desencajado y con el pánico reflejado en la mirada

Si, porqué? Qué pasa?

- Es la señal- comenzó a chillar con gritos aterradores

¿Cuál señal don Bartolo? De qué habla?

La señal, la señal, solo alcanzaba a balbucear, Jonás ha vuelto para llevarse a su descendencia, tus hijas, tu esposa y tu corren peligro, tienes qué irte ahora mismo, vete Osvaldo! Huye lejos, vete!!!!

No Don Bartolo! Dije severamente, me quedaré a enfrentar lo qué sea, nada ni nadie por mas qué venga del infierno podrá hacerle daño a mi familia.

En eso corrió un fuerte viento qué abrió de golpe puertas y ventanas y Don Bartolo cayó fulminado sobre la mesa inconsciente, desvanecido por un ataque al corazón qué le cortó la vida de tajo.

Indefenso y desorientado me levanté de la silla y salí de ese lugar decidido a enfrentar los peligros qué fueran, pero no huir.

Había caído ya la más absoluta oscuridad y no había una sola alma en la calle, entendí qué las palabras de Don Bartolo eran más serias qué lo qué creía, el viento traía consigo un frío espectral qué erizaba los vellos del cuerpo, recorriéndolo como una gélida caricia, que hacia estremecer todos los sentidos y a lo lejos proveniente del río las carcajadas malévolas, no tuve valor para voltear la mirada, triste sabiendo qué mi querido abuelo Bartolo jamás volvería a su hogar y qué yo ya no tendría valor para volver a cruzar ese puente nunca más me alejé de ahí tan rápido mis fuerzas me permitieron..

Corrí a casa angustiado por la suerte de mi familia, encontré a mi mujer bañada en un sudor frío recorriéndole la frente y despertándola precipitadamente la saque de la recamara y corrimos a la habitación de nuestras hijas.

Al abrir la puerta, la escena fue escalofriante, la ventana estaba abierta, las cortinas volaban en una danza fantasmal y en la cabecera de la cama seres horripilantes trataban de arrancarles el corazón a mis hijas con uñas qué parecían garras de aves de rapiña, las tomamos en brazos entre arañazos y conjuros maléficos y salimos huyendo de esa casa qué de pronto parecía haberse convertido en el mismo infierno, llegamos al templo y tocando como desesperados a la puerta el cura salió a abrirnos, asustados, cansados y llorosos recibimos la bendición del Padre. 

Pasamos la noche haciendo oración hasta el amanecer, hasta qué las voces se apagaron, hasta qué las risas desaparecieron.

No volvimos a esa casa, solo con un corazón renovado y con la idea de no volver jamás a ese pueblo nos fuimos en el primer autobús qué salió, rumbo a una nueva vida, con la promesa de olvidar para siempre la leyenda de Jonatitán el Bajo.

Las risas y los ecos se quedaron en la voz del río qué cada noche despierta para recordar su pacto, pero nosotros estamos ya muy lejos para escucharlas de nuevo.


* --- FIN --- *


 
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