Tan pronto fue posible, me dirigí a la plaza del pueblo para buscar a los viejos amigos y tomarnos unas copas, eran amigos de la infancia, más que amigos, eran hermanos.
Ahí en la Cantina estaba el abuelo Bartolo con la mirada triste y al verme se dirigió de inmediato hacia mí, - Osvaldo- tenemos qué hablar- me dijo pausadamente- casi suplicándome, en mi interior más qué un enojo contra él, empezaba a nacer un terrible miedo de qué sus palabras fueran verdad y me negué a escucharlo. –Ahora no abuelo, estoy con los amigos, luego hablamos, otro día de estos paso por su casa, discúlpeme.-
-Escúchalo Osvaldo- Te conviene amigo – es importante!- dijo Franco uno de mis mejores amigos y en un sobresalto voltee la mirada clavándole una gran interrogante qué exigía ser respondida en ese instante. Y en su lugar obtuve por respuesta más preguntas - ¿Acaso dudas de sus palabras?- -- ¿O qué?-- Vas a decir qué no sabes cómo murieron tus padres tan “misteriosamente”? Es verdad... no lo sabía, hasta Wanaggan me había llegado un telegrama informándome de su repentina muerte, pero siempre creí qué había sido muerte natural, no me detuve a pensar en algo más y ahora.... ahora nacía la duda.
Di lo que sepas, dije enfurecido, Aquí se oculta un misterio y quiero conocerlo! Qué pasa conmigo y con mi familia?
Será mejor qué el abuelo te cuente Osvaldo, nadie mejor qué él para decírtelo, pues él lo vivió y lo vive día a día, ó mejor dicho noche a noche...
Franco, Rubén y Mariano se levantaron de la mesa dejándonos solos al abuelo y a mí, en mis entrañas sentía una sensación de sentimientos confusos, y una procesión de ideas fueron desfilando por mi mente.
Hable de una vez, qué sucede? ¿Porqué no quiere que esté en el pueblo? ¿Porqué dice qué mi familia corre peligro?
- Escucha con atención muchacho, esto ocurrió hace muchos años, es tan difícil revivir esos momentos, pero es necesario, y aunque absurdamente digo qué es difícil revivirlos miento, pues los revivo cada noche al volver a casa.
- Hable de una vez- Repetí con insistencia y con un gran sobresalto en el corazón pues estaba a punto de conocer la verdad de mi familia.
- Cuándo tus abuelos Jonás y Emiliano y yo éramos muy jóvenes con tan solo 17 años apenas, teníamos mucha sed de libertad, éramos unos jóvenes muy aventurados qué nada nos detenía. Nuestra amistad era tan grande y tan sólida qué un día nos escapamos de casa hacia el río para ir a nadar, pasamos una tarde excepcional, al caer la noche prendimos una fogata y agotados nos tiramos en el pasto cansados, jurando qué esa amistad jamás se rompería. Jonás qué era el más impulsivo de los tres se le ocurrió qué hiciéramos un pacto de sangre, para entonces considerarnos así realmente hermanos. De entre nuestras mochilas sacamos una navaja y cortándonos un poco en la palma de la mano estrechamos estas haciendo contacto con la sangre.
Repentinamente Jonás lanzó un conjuro macabro vendiéndole nuestra alma a Lucifer a cambio de una amistad eterna, qué perduraría a través de nuestras generaciones. Emiliano y yo soltamos nuestras manos completamente asustados y reprochándole a Jonás su estúpida idea, pero fue demasiado tarde, de la nada comenzó a arder el bosque, cercándonos en un fuego qué provenía del mismo infierno y Satanás se presentó ante nosotros sellando el pacto hecho por Jonás, ahora le pertenecíamos no solo nosotros sino nuestras descendencias también. Risas infernales se escuchaban por todo el río y las campanas de la iglesia retumbaban con gran estrépito avisando al pueblo del incendio qué consumía el bosque.
Caímos en un profundo sueño y al despertar solo había cenizas a nuestro alrededor y a lo lejos escuchábamos las voces de la gente del pueblo qué nos buscaban desesperados.
Cuándo nos incorporamos la marca de nuestra mano había desaparecido pero entre nosotros algo había cambiado, ya nada nunca sería jamás igual.
Emiliano al ver su mano intacta pensó qué todo había sido una pesadilla y yo preferí pensar qué con el incendio todo había sido imaginación.
Sólo Jonás sonreía malévolamente y su mirada reflejaba una maldad qué antes no tenía, Fue cuando comprendimos que Satanás vivía ahora en nuestro amigo.... en nuestro ahora hermano.
- Temblorosamente el abuelo se secó el sudor de la frente qué resbalaba penosamente por su rostro envejecido y qué con el revivir de los hechos fue endureciéndose más.
Continúe Don Bartolo- le supliqué desesperado, estaba demasiado intrigado cómo para suspender la plática, quería saber porqué mi familia corría peligro.
Osvaldo- Desde aquella noche tu abuelo Jonás se sentía terriblemente acechado por voces qué lo llamaban, qué noche a noche le recordaban qué el ya no pertenecía a este mundo, por eso busco consuelo en la fe del pueblo y se acercó a la Iglesia, encontrando solo desconsuelo, pues había cometido un pecado imperdonable más qué una travesura de adolescente, para absolverlo de sus pecados, el cura le aconsejo llevar una vida de decoro y de sumisión a Dios para qué fuera perdonado, fue cuándo conoció a tu abuela Elena y se casaron, lo qué Elena no sabía era el pacto demoníaco qué Jonás había hecho y sólo pudo darle una preciosa hija; María tu madre, Jonás, Emiliano y yo sabíamos qué nuestra descendencia estaba condenada a las torturas del infierno y qué sus muertas serían dolorosas y prolongadas. Sin embargo Emiliano decidió casarse con tu abuela Aurora y con quién concibió a Remigio tu padre, y surgió entonces la idea macabra de unir a María y a Remigio en matrimonio para, de esta manera asegurarse qué no hubiera descendientes dispersos y qué siendo una sola familia podríamos quizá salvarnos de nuestra condena. Sólo faltaba yo, quién sabiendo la suerte qué le tocaría mis hijos decidí no engendrarlos, sumiendo a mi amada Luz a la soledad de un hogar vacío. María y Remigio crecieron inculcados en la creencia de qué debían casarse pero no deberían concebir hijos pues una gran maldición pesaba sobre ellos, pero ellos tomaron las palabras de sus padres cómo tu la tomas ahora con la mía y la ignoraron, y así naciste tu Osvaldo, hace 27 años, provocando el enojo de tus abuelos y el gran gozo de Satanás que incrementaba su lista de almas para llevarse al infierno.
Una mañana Jonás se armó de valor y salió camino al campo, hace tantos años qué jamás había vuelto al río y ahora lo hacía para enfrentar sus miedos y ahí en el recuerdo de aquella hoguera, cortándose nuevamente la palma de la mano trató de romper el pacto y en la soledad de su encuentro con el demonio, tu abuelo perdió la vida, sin saber cómo, sin saber cuándo, sin saber su destino...
-Lo qué cuenta no puede ser cierto- ¡No puede serlo! Reniego de ello! Grité enloquecido de terror.
Osvaldo, reniegas de la misma manera en qué tu abuelo Emiliano y yo lo hicimos hace muchos años, igual qué tus abuelas al enterarse, igual qué tus padres qué no lo aceptaron.... pero la condena es real y no hay modo de detenerla.
-Debe existir un modo Don Bartolo! Nosotros no podemos pagar culpas ajenas, mis pequeñas hijas no pueden estar condenadas a las torturas de los infiernos por culpa de ustedes!!
¿Quién más sabe de esto? Le exijo qué me lo diga!
Lo supo el cura Esteban qué en paz descanse, y el pueblo solo tiene sospechas de lo qué ocurrió aquella noche en el río.
Desde qué tu abuelo fue descubierto muerto cerca de dónde ocurrió aquel terrible incendió, todas las noches ocurren cosas extrañas, nadie quiere pasar por el río al caer la noche.
-Cuándo venía de regreso de su casa tuve una sensación extraña, sentí miedo, sentí una presencia qué me atemorizaba- dije casi entre murmullos
¿La sentiste Osvaldo? Grito el abuelo con el rostro desencajado y con el pánico reflejado en la mirada
Si, porqué? Qué pasa?
- Es la señal- comenzó a chillar con gritos aterradores
¿Cuál señal don Bartolo? De qué habla?
La señal, la señal, solo alcanzaba a balbucear, Jonás ha vuelto para llevarse a su descendencia, tus hijas, tu esposa y tu corren peligro, tienes qué irte ahora mismo, vete Osvaldo! Huye lejos, vete!!!!
No Don Bartolo! Dije severamente, me quedaré a enfrentar lo qué sea, nada ni nadie por mas qué venga del infierno podrá hacerle daño a mi familia.
En eso corrió un fuerte viento qué abrió de golpe puertas y ventanas y Don Bartolo cayó fulminado sobre la mesa inconsciente, desvanecido por un ataque al corazón qué le cortó la vida de tajo.
Indefenso y desorientado me levanté de la silla y salí de ese lugar decidido a enfrentar los peligros qué fueran, pero no huir.
Había caído ya la más absoluta oscuridad y no había una sola alma en la calle, entendí qué las palabras de Don Bartolo eran más serias qué lo qué creía, el viento traía consigo un frío espectral qué erizaba los vellos del cuerpo, recorriéndolo como una gélida caricia, que hacia estremecer todos los sentidos y a lo lejos proveniente del río las carcajadas malévolas, no tuve valor para voltear la mirada, triste sabiendo qué mi querido abuelo Bartolo jamás volvería a su hogar y qué yo ya no tendría valor para volver a cruzar ese puente nunca más me alejé de ahí tan rápido mis fuerzas me permitieron..
Corrí a casa angustiado por la suerte de mi familia, encontré a mi mujer bañada en un sudor frío recorriéndole la frente y despertándola precipitadamente la saque de la recamara y corrimos a la habitación de nuestras hijas.
Al abrir la puerta, la escena fue escalofriante, la ventana estaba abierta, las cortinas volaban en una danza fantasmal y en la cabecera de la cama seres horripilantes trataban de arrancarles el corazón a mis hijas con uñas qué parecían garras de aves de rapiña, las tomamos en brazos entre arañazos y conjuros maléficos y salimos huyendo de esa casa qué de pronto parecía haberse convertido en el mismo infierno, llegamos al templo y tocando como desesperados a la puerta el cura salió a abrirnos, asustados, cansados y llorosos recibimos la bendición del Padre.
Pasamos la noche haciendo oración hasta el amanecer, hasta qué las voces se apagaron, hasta qué las risas desaparecieron.
No volvimos a esa casa, solo con un corazón renovado y con la idea de no volver jamás a ese pueblo nos fuimos en el primer autobús qué salió, rumbo a una nueva vida, con la promesa de olvidar para siempre la leyenda de Jonatitán el Bajo.
Las risas y los ecos se quedaron en la voz del río qué cada noche despierta para recordar su pacto, pero nosotros estamos ya muy lejos para escucharlas de nuevo.
* --- FIN --- *