No por más gastar zapato...
Pilar Varela Licenciada en Psicología
Una canción que un día escuché a Alberto Cortez decía así: "No por más gastar zapato, se sabe más de la vida". Que interesante reflexión. Parece contradecirse con el ritmo de vida actual, que nos empuja a querer estar siempre muy enterados, viajar mucho, leer varios periódicos, salir y entrar, usar mucho el teléfono móvil, y es que hay que estar al día, muy al día, hay que saber. Pero a lo mejor también hay que pararse un poco y sopesar si quizá es mejor una cabeza bien hecha que una cabeza bien llena. Es incierto eso de que el saber no ocupa lugar. Sí, sí ocupa: la mente es limitada y vivir tantas experiencias no siempre es compatible con su procesamiento. Meditar limita con aprender. Los edificios de cualquier ciudad española están coronados de antenas parabólicas, cuando solo los canales gratuitos ya nos regalan más de 300 horas diarias de televisión, ¿no es mucha tele? Los jóvenes, cuando salen por ahí, deben de ir a dos o tres lugares de copas cada noche, en los que repiten el mismo comportamiento: desgañitarse para apenas escucharse. Los mayores tampoco nos quedamos cortos: contratamos viajes (se llaman, con razón, "paquetes") en los que se visitan varios países en una semana. (Recuerdo un "sketch" de Gila: "Necesito hacer pis". "No, señora, eso en Bélgica"). Los regalos, la ropa, los objetos también nos superan, nos ahogan, nos encadenan, pero parece que no podemos vivir sin tanta adquisición (creemos, además, que sólo vale lo que cuesta dinero). ¿A dónde vamos tan deprisa, con tanto afán apenas ordenado? El mucho tener no compensa las carencias de la persona. Hay que experimentar, sí, pero también hay que meditar sobre lo experimentado.
Este modo vertiginoso de afrontar la vida, excesivo, apresurado -también afortunado desde luego- que nos da acceso hoy a lo que apenas hace unas décadas era inaccesible, ha ganado riqueza, pero ha perdido serenidad. Ya no recordamos ni lo que sabemos. No hay que quedarse en casa, claro que no (como por cierto hizo el filósofo Kant, que apenas traspasó su jardín de Königsberg), ni tampoco venerar el pequeño mundo de uno mismo como la mejor opción, ¡menuda pobreza moral!, pero sí hay que permitir que el torrente de sucesos que nos arrastra, pueda llegar a los más hondo del corazón y convertirse en verdadero conocimiento. Confieso que a veces me seduce la idea del escritor Guido Morselli cuando afirmaba: "Solo quiero saber lo que ya sé".