… ¿Y todo a
media luz?
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¿Con luz o sin ella? ¿En cinco minutos o en cinco horas ¿Desnudos o vestidos?... La hora del día, la iluminación y la demora en el ritual que preside nuestros encuentros amorosos dice mucho de nosotros y de cómo integramos la carnalidad en nuestras vidas…
Al principio, “cuando Juan me mira con esos ojos que insinuación inminente, automáticamente la freno, le arrastro hacia la alcoba, apago la luz y me desnudo a oscuras antes de que él lo haga…” –cuanta Ángela con un hilo de voz-. “Más de una vez –prosigue- él protesta. Desearía utilizar otros rincones de la casa para amarnos… Le gustaría desabrocharme la lencería, y, sobre todo, desearía verme, observarme lentamente, recorrerme con la mirada. Justo lo que yo trato de evitar.” La oscuridad es aliada de lo secreto, de lo mágico y ancestral, por eso buen número de mujeres prefieren hacer el amor con la luz apagada. Pero la norma cansa. La reiteración y la costumbre debilitan la magia del amor. Hay que tener en cuenta, además, que hombres y mujeres somos distintos en lo erótico. Ellos son netamente visuales, en el sentido de que gran parte de su excitación se alimenta a través de ese sentido. Por el contrario, las mujeres somos más felinas, más auditivas, y renunciando a lo que percibimos por la vista, potenciamos el tacto, el olfato, el gusto… Por no hablar de la autoexigencia del cuerpo diez que la sociedad impone, aunque sea de modo subliminal, a toda fémina. ¿Realmente estamos seguras de que a él le importará ese kilo de más, ese pecho que ha dejado de desafiar a la gravedad o esas estrías que tanto nos acomplejan? En el vértice opuesto se encuentran las personas asertivas, seguras de si mismas y de la excitación que su cuerpo despierta –independientemente de las formas que tenga-. Hombres y mujeres que desean ser contemplados en toda su integridad por la mirada del amante. Aderezan su cuerpo con perfumes, miman su ropa íntima e incluso demoran el momento de roce de pieles, para lucimiento personal de sí mismos y esparcimiento del contrario. ¿Qué significa la “puesta en escena” de nuestros encuentros sexuales, la dramatización y el atrezzo que invertimos en ello? ¿Las horas del día que empleamos en amarnos y ser amados remiten información de nuestras emociones y nuestra forma de ser? Antonio Martín, psicólogo, lo sintetiza del siguiente modo: “Los amantes de la noche se pueden catalogar en aventureros, transgresores, espontáneos y rebeldes, mientras que los diurnos son más conservadores, sumisos, previsores y ordenados…” No hay que olvidar a las parejas consolidadas, los matrimonios “del sábado por la noche”, amparados en rutinas convencionales, ni tampoco a las antípodas, a aquellos que rompen los horarios premeditadamente porque necesitan de la sorpresa, ya que cualquier hora del día y el lugar más insospechado son buenos, porque la imprevisibilidad es su aliada vital.
Enciende, cariño
“Aquellos que prefieren disfrutar de luz plena para hacer el amor, sin parafernalias ni preparativos, responde al perfil de seres impulsivos, poco creativos, puramente carnales y sin demasiada fantasías. Su instinto animal es primitivo y elemental, teniendo en cuenta que en la especie humana, lo más importante es el refinamiento… No comemos sólo para matar el hambre, también lo hacemos por placer, para degustar; acudimos a restaurantes exquisitos por el puro placer de paladear, de sorprendernos. En el sexo ocurre lo mismo: ¿Por qué no ser más exquisito? ¿Por que no hacer del sexo un arte? Ser creativos no está reñido con los instintos, el arte de hacer la vida más bella, más sensitiva, y, sin duda, nos eleva a otro concepto de la especie. Crear es vivir hacer de lo distinto lo más apetecible”, resume el psicólogo Antonio Martín.
Los hay que disfrutan tanto del amparo de la luz, que incluso esta preferencia les lleva a realizar el “combate amatorio” con la luz natural del día. Hasta el punto de que, no pocos, llegan al extremo de dejar la ventana abierta, tanto para recibir los rayos del sol, como por el placer de tener, hipotéticamente, a muchos testigos de su placer entre el vecindario. Son personas que hacen del acto sexual una hipérbole y añaden murmuraciones y ciertos gemidos guturales en voz alta.
(Continúa)