Sentí unas manos ardientes que levantaban mis cabellos y un aliento cálido en mi nuca –explica Emma, 33 años -. Desde ese momento supe que la estabilidad de mi matrimonio no me impediría acudir al encuentro que ese hombre acababa de proponerme. Cuando llegué, no intercambiamos ni una sola palabra. Me besó y empezó un acercamiento de cuerpos como nunca había vivido. Había conocido el placer, pero nunca ese desbordamiento. Por la noche, al volver a casa, tenía la sensación de haber bebido. Tres días más tarde me volvió a llamar. Mientras tanto había pensado en él, en reencontrar esa connivencia perfecta. Por momentos lloraba de felicidad. Continuamente, en casa, en el trabajo, recordaba escenas de nuestros encuentros. Al cabo de seis meses mi amante me anunció que volvía a su país. Me sentí aliviada, porque la vida de mentiras constantes que llevaba no me gustaba. Pero nunca me he arrepentido.”
Una atracción fascinante
Como nos explica el psicólogo y sexólogo Xavier Conesa: “Seguramente la fascinación de la pasión es tan arrebatadora y produce tal magnetismo que está por encima de las sensaciones de pérdida o de los conflictos que pueda suponer. A veces, en terapia, podemos observar a personas que, estando casadas, cuando todo marcha bien en su matrimonio, sienten esa pasión hacia una tercera persona, y esa fascinación pesa más que las ideas de culpabilidad, los sufrimientos o el pensar ‘no estoy haciendo lo correcto’. De todos modos, es una cosa que va muy ligada al temperamento de cada persona. Hay quienes sucumben fácilmente a la pasión, más enamoradizos, y personas más frías y más cerebrales a las que les cuesta más dejarse llevar por la pasión” Precisamente, por su capacidad desestabilizadora, por el hecho de que dejarnos llevar por ella implica muchas veces una renuncia o un riesgo, ¿la vivimos con miedo o nos protegemos ante ella? “Vivir con miedo una pasión depende de las experiencias vividas por el sujeto en su pasado –responde el psicólogo-. Haber vivido rechazos o descubrir que el enamoramiento implica dolor, hace que se establezca era relación inconsciente entre amor y pasión asociada a dolor y angustia. Quizá también tiene mucho que ver con las vivencias y con la madurez de la persona. Es posible que en la juventud seamos más proclives a esta vorágines y, en la edad adulta, nos cueste mucho más abandonarnos y dejarnos llevar por la pasión.”
Una fuerza terapéutica
A pesar de nuestros miedos, vivir una pasión amorosa es normalmente una suerte, algo que nos insufla vida e incluso nos modifica por dentro. Como nos comenta el psicólogo: “Vivir una pasión, siempre que sea una experiencia recíproca, incide directamente en la autoestima, en la valoración que hacemos de nosotros mismos. Deja una huella muy positiva en nuestro ego, como un mensaje en el que se puede leer: ‘Soy válido y despierto interés en los demás’. Vivir una pasión puede modificarnos. Incluso a nivel anecdótico, los terapeutas a menudo nos encontramos con depresiones o trastornos psicológicos menores que son resueltos mágicamente a partir de una pasión o de un enamoramiento intenso.
Pacientes que están en terapia, más o menos depresivos, y que de repente llegan como resucitados. Entonces les preguntas: ‘¿Cómo es que estás tan animado?’. Y te contestan que están viviendo una pasión o que están enamorados. Tiene así un componente terapéutico extraordinario, mejor que ningún antidepresivo”. María, de 37 años, confiesa que ha habido un antes y un después respecto del verano pasado. “Me he dejado llevar por un deseo tan intenso provocado por un casi desconocido, queme he sorprendido tomando iniciativas de las que no me hubiera creído capaz. Esta experiencia me ha dado una confianza en mi misma que nunca había tenido. Ya no tengo miedo a abandonarme y dejarme llevar por la pasión.”
(Continúa)