Los españoles consideramos que la corrupción es un problema muy grave, pero todo apunta a que con nuestros votos dejamos que el delito les salga gratis. ¿Por qué se corrompen los políticos? ¿Por qué seguimos apoyándoles en las urnas?
Cuando Julián Muñoz, ex alcalde Marbella, se pasea por los platós de televisión en horario de máxima audencia cobrando miles de euros, nadie diría que la justicia le imputa delitos de cohecho, malversación y blanqueo de capitales, amén de otros relacionados con el ordenamiento urbanístico y el medio ambiente. En total, más de medio centenar de procesos pendientes. Su ex pareja, Isabel Panatoja, recibió hace unas semanas el premio Micrófono de oro a pesar de estar imputada por blanqueo de capitales. Francisco Camps, presidente de la Generalitat Valenciana, se ha visto salpicado por el escándalo del caso Gürtel y está dispuesto a adelantar las elecciones porque las encuestas lo dan como ganador. Y así hasta 800 imputados que podrían ser juzgados por corrupción en nuestro páís en 2010. ¿Los españoles nos estamos acostumbrado a vivir entre sobornos y comisiones ilegales? La lectura de las recientes encuestas de intención de votos y el fervor popular que despiertan algunos de los acusados así lo indica. Políticos embriagados por el poder y ciudadanos que parecen no cuestonarse la situación son el caldo de cultivo ideal para el desarrollo de las tramas corruptas.
Ebrios de poder
Los casos de corrupción política se extiende como una densa, y perversa, mancha de aceite. Algunos analistas apuntan que cuando un político llega al poder desarrolla la idea de ser todopoderoso. "Que el poder embriaga es un tema históricamente recurrente. El riesgo de sentirse dios absoluto es muy alto", afirma Eduardo V. Brignani, psicólogo, quien observa que un político "nunca debería olvidar que el poder le ha sido dado y que tiene una responsabilidad frente al ciudadano que se lo ha concedido". El político se emborracha de poder y, además, amordaza la culpa, "un concepto que está en la base de nuestra cultura, Cuando el político acalla la culpa no existe posibilidad de enmendarse, porque es ella la que te hace reparar la transgresión. El hecho de no sentirla te lleva a seguir", afirma el psicólogo. Seguir hasta sustraer más 4.000 millones de euros en los últimos diez años y en sólo 28 casos investigado por la justicia española.
Lealtad tribal
Y arropando la percepción de estar por encima del bien y del mal, el político corrupto cuenta con el apoyo casi incondicional de su partido. Los ceses son contados y las dimisiones, ocasionales. Aduciendo la presunción de inocencia, presidentes de partidos y altos responsables de los mismos mantienen en sus cargos a los investigados e imputados por la justicia. Para los especialistas, la causa principal se centra en que los partidos se han convertido en grupos cerrados, endogámicos, donde se desarrolla lealtades personales y que responde "a un concepto tribal muy primitivo. Todo el que es de mi tribu es bueno, no importa lo que haga", establece Brignani, "Y esa cultura favorece que el político corrupto no dimita, además que no existen resortes legales para provocar su salida inmediata". Asimismo, y en opinión de Víctor Lapuente, "los políticos tienden a hacer piña para ganar las elecciones, y el sistema de lista cerradas es un incentivo añadido".
Justicia poco eficaz
Prevenir, como en salud, sería lo más importante para atajar la corrupción, y esa prevención pasaría `por "evitar que demasiados políticos del mismo partido monopolicen demasiadas decisiones importantes", en palabras de Lapuente. Aunque sin perder de vista que también es necesario un sistema que diagnostique rápidamente la corrupción y que la ataje con eficacia. "En primer lugar, que los funcionarios y políticos que sospechen que se dan tratos de favor en la administracción tengan facilidades para desnunciarlos a los medios de comunicación o a las autoridades competentes. En segundo lugar, que el sistema judicial sea eficaz e independiente. En este sentido, andamos por detrás de otras democracias avanzadas", apunta el profesor Lapuente. Y el funcinamiento de nuestra justicia es, en opinión de los españoles, lento, poco eficaz y nada enérgico a la hora de imponer penas a los corruptos. Sus viricuetos llenan de estupor al ciudadano, que observa cómo por las rendijas escapan desde los delincuentes comunes hasta los ladrones de guante blanco y que acaba concluyendo que la corrupción sale gratis.
Votando al estafador
Al cinismo de los políticos se suma la actitud paradójica de los ciudadanos. En los últimos años los españoles se han convertido en el escudo de los corruptos, que han llegado a afirmar que los votos son una clara sentencia de inocencia.
¿Pero por qué seguimos votando a quienes nos estafan? Los españoles estamos convencidos de que la corrupción es consustancial al cargo público, que nadie se implica en política para servir al ciudadano y que quien lo hace sólo desea engordar sus cuentas corrientes. Y de esta apreciación nace la idea de que "para votar al corrupto contrario, voto al mío. Por falta de conciencia, consideramos la corrupción como un hecho irremediable", establece el psicólogo Brignani. Además, los especialistas recurren de nuevo al concepto de tribu para explicar nuestro comportamiento en las urnas: cuanto más se ataca al líder, más nos identificamos con él. Si dentro de los partidos la lealtad personal es un arma poderosa para resguardar al corrupto, no lo es menos entre nosotros y nuestro lider político. Asimismo hemos interiorizado el concepto de la ambivalencia del ídolo, en opinión de Brignani: "En gran parte somos contestatarios y el poderoso nos produce repulsión, pero en el fondo sentimos admiración por él. Una cultura perversa que parece haber arraigado en nuestro interior y que provoca que nos escandalicen desde el presidente corrupto de una diputación hasta un patán surgido del programa de televisión Gran Hermano.
Educados por la historia
Que la cultura marca nuestros comportamientos es una máxima aceptada, y muchos expertos han acudido a ella para explicar nuestra postura frente a los corruptos. Una explicación muy extendida para definir nuestra actuación alude a la tradición religiosa, al afirmar que mientras que la Reforma luterana castigaba el pecado, la Contrarreformar lo perdonaba con una leve penitencia o el pago de dinero para limpiar nuestras almas. Esta exposición concluye que en los países anglosajones la corrupción o las malas prácticas son castigadas con mayor dureza que en los países de tradición católica. Sin retroceder tanto en la historia, el franquismo también pudo dejar en nosotros una huella duradera que marca nuestra conducta. "Si el tejido social se debilita y no es cuestionador, los corruptos campan a sus anchas. Y eso es algo que tiene que ver con el pasado reciente de nuestro país. España heredó del franquismo el silencio, el concepto de que la verdad nunca tiene que salir a la luz, y también la idea de que la justicia no está pensada para los poderosos", determinada Eduardo V. Briganani. Quizás por eso, ante la corrupción, sólo nos lamentamos.
CARMEN GRASA
Cele -Celestino-
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