opinión / Pilar Varela
Depresión por las noticias
De entre todas las patologías y síndromes inventados (algunos tan absurdos como el síndrome postvacacional y otros tan autojustificatorios como el del nido vacío) hay uno que, a pesar de su nombre exagerado, tiene bastante de real. Se trata de la "depresión por las noticias". Los medios nos dan cada día una información dramática porque el mundo está poblado de horrores. Si tuviéramos que imaginar el telediario de mañana, sería difícil encontrar noticias optimistas. El entorno es tan duro, que el inconsciente colectivo se está deprimiendo. Desde hace unos meses los medios hablan de crisis, y su efecto, traducido en palabras como desplome, angustia, catástrofe o desánimo, se ha colado en las cabezas de las personas. Las noticias nos inquietan, nos atemorizan y nos están asustando.
Pero, cuidado, se corre el riesgo de vivir dos crisis: la real y la psicológica. Nos estamos dejando arrastrar por la desconfianza y eso es un error. Ciertamente a unos les van a ir peor que a otros, pero ésta no es la primera crisis, ni será la última, ni tampoco la peor de las que ha vivido nuestro país.
Las personas estamos habituadas a las crisis (aunque no lo llamemos así) y las sabemos manejar, el propio tránsito vital constituye una crisis. Son críticos la adolescencia y el acceso a un nuevo empleo, se atreviesan crisis graves en la pareja, es crítico el divorcio y la enfermedad, y de casi todo eso podemos salir. La clave no es tanto lo que sucede, como el modo de afrontar lo que sucede. Atención, no se trata de negar la realidad, se trata de responder a la adversidad, que es lo que lleva haciendo el ser humano a lo largo de su historia. Cada amenaza, cada desafío han sido alicientes para la solución de problemas, para la mejora. Es la clave del progreso. En esta crisis unos verán un problema, pero otros verán, además, una oportunidad. Y no hay que acobardarse, sino recordar que no somos más listos cuando estamos arriba, ni más tontos cuando estamos abajo. En las alegrías y en las penas valemos lo mismo, o sea, mucho, y somos muy capaces. Es verdad que nos hemos acostumbrado a vivir demasiado bien -lo que ahora es normal, hace sólo unas décadas era opulencia- y ahora vamos a rebajar ese estatus, pero lo más valioso sigue existiendo y está en nuestra cabeza. En estos momentos tenemos que ser más humildes y menos individualistas, recobrar la confianza propia y trabajar dando lo mejor de nosotros mismos. En definitiva, debemos deprimirnos menos y actuar más.