Una asignatura que no todo los hombres aprueban es la de saber desnudar a una mujer. El cine, que enseñó a los chicos de una generación española a besar –al menos eso sostiene José Luís Garci-, no ha debido de ser buen maestro a la hora de enseñar otras cosas. Es obvio que casi todos los varones saber ayudar a una dama a despojarse de su abrigo, pero, definitivamente, muchos carecen de tino para desabrochar una blusa, para quitar unos zapatos, para retirar con elegancia unas medias. Y en el trance amatorio una mujer es una máquina registradora de sensaciones; cada palabra, cada silencio, cada gesto o movimiento, por pequeño que sea, y todo cuanto sucede al iniciar el juego erótico, será para ella un acierto exquisito o una torpeza. Los hombres son una caja de sorpresas en las distancias cortas. Tipos educados actúan como atropellados patanes; individuos distinguidos no son sino voraces perseguidores de una meta a la que desean llegar cuanto antes, ajenos a la lenta belleza del proceso. Son los que deben pensar que la lencería femenina se retira tan bruscamente como se maneja el cierre metálico de un almacén, de esos que se levantan enérgicamente con las dos manos. Qué rudeza. A lo mejor otros hombres menos instruidos lo hacen mejor, saben acariciar la ropa que quitan, tocarla con su propia piel y apreciar su suavidad o perfume. Y esta sutileza amorosa no necesariamente depende de la cultura o inteligencia. Alex Grijelmo, en su libro La seducción de las palabras, dedica un capítulo al lenguaje amatorio y ofrece algunas claves, que pueden resultar muy útiles para todos y, especialmente, para quien ama bajo el apremio del aquí te pillo, aquí te mato.
El problema es que los malos amantes –quizá no sean tan malos, digamos simplemente los manazas - no saben que lo son, no reparan en que hay otras maneras de actuar y, consecuentemente, no se plantean que podrían mejorar. Y lo primero para resolver una carencia es reconocerla. Se puede aprender todo, también a seducir, a susurrar, a abrazar, a desnudar. Uno puede entrenarse para templar la voracidad y sustituirla por dulzura. No es tan difícil. Desnudar es mucho más que quitar la ropa, es un acto de ternura cuando se hace con un bebé y una cierta declaración amorosa cuando se hace con una mujer. Una arrebatada sentimentalidad que casi siempre empieza en las yemas de los dedos.