Se cuenta que un día la Maldad y la Impotencia se dieron la mano.
De tan menguada unión, sólo podría resultar un fruto mezquino
y raquítico y así fue en efecto: nació la Envidia.
Desde su más temprana edad reveló un odio mortal contra todo
lo que es puro y grande.
Llego a odiar hasta el mismo sol cuyo calor le daba la vida.
Un día que la Envidia contemplaba un rayo del luminoso astro
desde la ventana, tuvo la idea de sepultarlo y empezó a echar sobre él paladas de tierra.
Corrieron en su auxilio el Odio y la Impotencia, pero era en vano.
El rayo del sol brillaba siempre.
A gritos pidió la Envidia el esfuerzo de las comadres del barrio.
Doña Ignorancia acudió con un cargamento de torpezas.
Doña Ineptitud con sus tonterías.
Doña Indignidad con sus odres de residuos, y Doña Calumnia con sus Infamias.
Más el sol brillaba siempre.
"Vencida la Envidia, cayó sobre aquel montón de escorias debatiéndose
furiosamente ante la imposibilidad de sepultar a su enemigo...
Cuando salió del letargo en que la sumió la ira,
en vano buscó el luminoso rayo. Estaba ciega".
Sí, amigo y hermano, cualquiera que actué bajo los impulsos
de la envidia será guiado por un sentimiento ciego e innoble;
y por lo general es una persona egoísta y codiciosa, quiere ser él quien posea lo
mejor de todas las cosas, y no tolera que otro tenga lo que él no tiene.
Cuando alguien alcanza una posición más destacada que la suya,
o cuando alguien posee cosas que él no puede obtener,
siente hervir dentro de su corazón una verdadera hoguera
que consume todo sentimiento noble.
Con razón dice en Proverbios que la envidia es carcoma de los huesos.
Y que "cruel es la ira e impetuoso el furor;
más ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia? Proverbios 27:4.
Dijo un sabio: " La verdadera prueba de que se ha nacido con grandes
cualidades estriba en haber nacido sin envidia"
"El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia,
el amor no es jactancioso, no se envanece. 1ra Corintios 13: 4.
La más útil de todas las astucias es saber fingir bien, que se cae en la trampa preparada
por nosotros mismos;
Y nunca se está tan engañado como cuando uno intenta engañar a los demás,
hay recaídas en las enfermedades del alm
a al igual que en las del cuerpo. Lo que tomamos por nuestra curación,
muchas veces es sólo un descanso o un cambio del mal, lo mismo que los defectos
del alma son como las heridas del cuerpo: por mucho
que se cuide su curación siempre se ve la cicatriz
y a cada momento amenazan con abrirse otra vez.