opinión / Pilar Varela
Apreciar el gran valor de las pequeñas cosas con
las que convivimos es un intento por compensar
las pequeñas grandes injusticias del mundo.
Todos vemos el penalty cuando nos favorece y notamos la injusticia si nos perjudica; lo contrario, en cambio, parece menos evidente, pero hay penaltis que nos perjudican e injusticias que nos favorecen. Hoy me he despertado en una casa bonita. Abriré un grifo y saldrá agua, miraré por la ventana y veré el horizonte, oiré música, subiré escaleras, conduciré un coche. Hoy hablaré con muchas personas, unas me llamarán por teléfono, otras esperarán mi llamada, a otras saludaré por la calle aunque no nos conozcamos. No noto la paz, pero estoy rodeada de ella. Hoy pasaré un buen día, como tantos otros, sin apreciar el privilegio de mi existencia. Mi vida entera ha sido una injusticia: me enseñaron a leer antes de que me diera cuenta, nací sin enfermedades hereditarias y amé a un hombre y tuve dos hijos. Sé que si enfermo me curarán, y sé también que cuando llegue el momento probablemente moriré en paz, como murió mi padre. No me tocarás la lotería, no me interesa, pero ahora mismo tengo en mis manos este cuaderno para escribirlo. Nada de ello me lo merezco, todo me es injustamente favorable, lo más importante, como saber que me despierta el despertador y no las bombas; y lo menos importante, que es definitivo. . Una parte de la felicidad está en las cosas pequeñas, y no en “un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna”, como decía Groucho Marx, sino en lo inapreciable, eso por lo que muchos pagarían, como respirar sin ayuda de oxígeno o ir al baño y resolver las necesidades por la vía reglamentaria.
Tú, en cambio, que eres una mujer como yo, , con las mismas emociones y los mismos derechos, sólo por haber nacido en el otro lado del mundo harás un largo camino para buscar agua, no verás crecer a tus hijos, ni evitarás el sida, y, quizás, hoy mismo será agredida por la ferocidad de un hombre. O tú, amiga desconocida, que vives en España, comes a diario y has ido a la universidad, pero tienes un hijo que anda con malos amigos, o perdiste tu trabajo, no te sientes querida o sufres duras sesiones de quimioterapia para atacar tu enfermedad. A vosotras, hermanas, a las que la vida ha negado lo que yo derrocho (y no aprecio), todo mi cariño y mi reconocimiento. Y a las que, como yo, vivís en la ciega levedad, deteneos un momento, por favor, y agradeced a la vida el poder mirar, hablar, construir y dar un beso.
Cele -Celestino-
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