El apogeo
Psiqué, hermana mía, escucha inmóvil, y tiembla. La dicha llega, nos toca y nos habla de rodillas. Estrechémonos las manos. Sé grave. Escucha aún... Nadie es más feliz esta noche, más divino que nosotros.
Una ternura inmensa atrae entre las sombras nuestros ojos semi-cerrados. ¿Qué queda todavía del beso que se calma, del suspiro que se pierde? La vida ha dado la vuelta a nuestro áureo reloj de arena.
Esta es nuestra hora eterna; eternamente grande. La hora que sobrevivirá al efímero amor como un velo impregnado de rosa y lavanda conserva, cien años después, la juventud de un día.
Más tarde, hermosa mía, cuando noches ajenas hayan pasado sobre ti, que ya no me esperarás, cuando otros, acaso, amiga de las suaves manos, celosos de mi nombre, rozarán tus pies desnudos.
Acuérdate de que un día vivimos los dos juntos la única hora en que los dioses conceden, un instante, a la cabeza inclinada, a la espalda temblorosa, el puro espíritu vital que huye con el tiempo.
Acuérdate de que una noche, en nuestro lecho, acariciándonos con deseos ansiosos de unirse, cambiamos de boca a boca la perla imperecedera en la que duerme el recuerdo.
Versión de L.S.
Cele -Celestino-
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