El Papa San Celestino V: su historia
Robinson Fuentes Lobos
En plena Edad Media, época de gran relajamiento moral de la Iglesia Católica, este Santo se convertiría en el primer y único Papa en renunciar al cargo.
Nació en Italia en 1215 como Pietro de Murrone. De humildes orígenes; Pietro, teniendo 20 años de edad y siendo ya sacerdote, se retiró a una montaña (el Monte Murrone y, posteriormente, el Monte Magella) para llevar una vida eremita y ascética dedicada a la meditación y a la oración. Allí, se construyó una pequeña celda para vivir su vocación de encierro a la vez que combatía, con la ayuda de su director espiritual, las diversas tentaciones que dificultaban su vida religiosa.
En dicho lugar, muchas personas, deseosas de ser sus seguidores, se le acercaron a vivir cerca de él, lo cual le hizo convertirse en una persona sumamente conocida. En este período, Pietro de Murrone se transforma en fundador de los celestinos (en un principio como una rama de los benedictinos).
Un nuevo Papa
Había muerto el Papa Nicolás IV y los cardenales estaban divididos en lo que respecta a la elección de un sucesor: llevaban dos años y tres meses sin poder elegir al nuevo Papa… En este contexto, un grupo de eclesiásticos llegaron al monte en que Pietro vivía para comunicarle la noticia de que el cónclave había pensado en su persona para ocupar el trono de San Pedro. Pietro tuvo miedo y se puso a llorar, pero lo que parecía ser un mandato divino, no debía ser desobedecido.
Pietro, quien tenía 80 años al ser ungido como el Papa Celestino V en 1294, contaba con el apoyo popular: a su coronación como Pontífice asistieron más de 200,000 personas. La entrada solemne la hizo cabalgando en un burro, cuyas riendas eran llevadas, nada más que por dos reyes: Carlos de Anjou y Carlos de Hungría.
Dificultades en el camino
El tiempo hizo darse cuenta a Celestino que éste no estaba preparado para ejercer el cargo: no conocía la legislación canónica, no sabía hablar bien el latín ni tenía la habilidad para no dejarse engañar: no pocos se aprovecharon de su extrema bondad, pues no podía negarse a una petición, a tal punto que llegó a nombrar a tres personas distintas para un mismo cargo.
Como si todo esto fuera poco, su inclinación a la oración y al silencio, le llevó a ordenar que le construyeran una celda de monje al interior de su palacio, y allí dedicaba horas a la meditación mientras los asuntos de oficina no hacían más que acumularse sin que hubiera quien se hiciese cargo de ellos, provocando una gran desorden en el despacho de los asuntos eclesiásticos.
Renuncia al pontificado
Llegó entonces, un inevitable momento: Celestino V reconoció que fue un error haber aceptado el cargo de Pontífice y se propuso renunciar, lo que generó un interesante debate intelectual entre los canonistas:¿Puede un Papa renunciar? Una vez cerrada la discusión con una respuesta positiva plasmada en un decreto, todo estaba listo para dejar vacante la sede pontificia. Cuando se supo que Celestino V contemplaba renunciar, se produjo una gran excitación: una procesión de religiosos rodeó el Castillo del Papa y, con lágrimas y oraciones, rogaron a éste que no abdicara. Incluso había una multitud de personas cantando el Te Deum.
Es el primer y único caso que ha conocido la historia de que un Papa renuncie a su cargo: Celestino V reunió a los cardenales, les leyó su acta de renuncia y les pidió que nombraran a un nuevo Pontífice. Y allí mismo se despojó de todos sus ornamentos papales y se vistió con los de monje, se bajó del trono y se postró ante los asistentes, les pidió perdón por sus errores y les rogó repararlos escogiendo a un digno sucesor en el papado. Su pontificado había durado cinco meses.
Sus últimos días
El sucesor de Celestino V fue Bonifacio VIII. Sucedió que Pietro, el ex – Papa Celestino, regresó a la vida de montaña para vivir con sus monjes, pero eran tantas las personas que iban a verle que el nuevo Pontífice temió un cisma. Bonifacio, al sentir que se formaba en Roma una gran oposición en contra suya, leal a Pietro de Murrone, mandó que éste volviera otra vez a la ciudad, para así poder calmar las aguas. Pietro, que no quería saber de esos asuntos, huyó, pero fue apresado y encerrado en un castillo. Los dos años que estuvo allí los aprovechó para rezar y meditar. A las quejas hacia el encierro del antaño Romano Pontífice, éste respondía: "Lo que yo siempre deseaba era tener una celda llena de silencio y de apartamiento de todo para poder dedicarme a la oración y a la meditación. Y esa celda me la han dado aquí. ¿Qué más puedo pedir?" Ahí, después de ayunar y orar durante toda su estancia, muy bien atendido por dos monjes, pero descortésmente tratado por sus celadores, llegó al final de su existencia en 1296. Murió en la pobreza que tanto amó, luego de haber rezado el salmo: "Que todo espíritu alabe al Señor".
Fue canonizado en 1313 por Clemente V.