opinión / Ángel Gabilondo
Me descalzo para ti
Basta que el sol o el afecto insistan para que empecemos a descalzarnos. Desnudos los pies, resulta más difícil ponerse grandilocuente. Si trajeados debatiéramos en las reuniones, en los congresos, en las sesiones, y lo que hiciéramos sin calzado, sintiendo el suelo, tal vez atisbáramos la posibilidad de tener los pies en la tierra, ser realistas y no hacer ostentaciones. Y, quizá, ello fuera la antesala de una preciada sencillez. Las conversaciones en el lecho, en la playa, en la orilla del río son de otra ternura. Y de otra verdad.
Ciertamente hay un extremo pudor en mostrarlos. Ofrecen toda la complejidad, las heridas, los avatares, las cicatrices del alma, más incluso que la frente o la comisura de los labios. Son también figuras y guardan el cansancio de las travesías, perfilando otro rastro, otro rostro. No es de extrañar que mostrar los pies sea en determinadas culturas la máxima expresión de confianza, de entrega, de erotismo. Besarlos detenidamente, pasar nuestra boca por ellos sin prisa, con afecto, electriza la piel y el espíritu y accede a nuevas ramificaciones del corazón.
Nos soportan, nos sostienen, guían nuestros pasos y son pisada, extremidad, y en su inquietud y en su porte se vislumbra siempre algún andar, alguna medida, alguna aventura, alguna consistencia. Su llegada en el momento del nacimiento lo completa, le da la plenitud de lo íntegro, es la despedida del máximo cobijo, el primer trayecto de la vida, el anuncio de que es tiempo para crear las condiciones de los pasos propios. La emoción de los iniciales titubeos, la cabeza erguida, la mirada al frente y las primeras caídas nos enseñan que nunca andaremos con pies ajenos.
Sabría reconocer tus pies, sentir su sudor frío o su cálida compañía. En última instancia, algo hemos caminado juntos. Al acercarlos, quizás incluso preludiamos las pisadas de quienes no acabamos de conocer, no porque vengan de hace tiempo, y los separamos de antemano, sino porque nunca dejarán de sorprendernos. Como los nuestros. Me descalzo para ti. Por ti. Entonces, de nada sirve tanto enmascaramiento, tanto disimulo, tanta sospecha. Es tiempo de dejar a un lado los temores, los complejos, las culpabilidades. Mis pies son imperfectos. Y mi alma también. Pero me descalzo contigo. Y piso con contundencia las arenas, como un mortal que habita la tierra. No releo las huellas. Me basta sentir tus pasos a la vez.
Cele -Celestino-
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