Por Amadeu Viana
Cuando hace mucho frío, las bromas sobre playas y bañadores resultan graciosas. En tiempos de crisis económicas, los chistes sobre el dinero invierten la tendencia negativa. ¡La Bolsa o la vida! deja de ser la frase de los atracadores convencionales. Los chistes sobre convivencia matrimonial descubren rutinas de largo alcance sedimentadas en los años. Forges nos ha acostumbrado a tipos culturales (monjas, abuelitas, matrimonios, paseantes, funcionarios) que delatan sus intenciones y deseos a través del humor, de forma que cada tipo cultural genera su propia especie de humor. De la misma manera, solemos gastar bromas de acuerdo con la situación y las personas que tenemos delante. Es inútil soltar una serie de chistes de abogados entre estudiantes de informática. En una cena de amigos los chistes y las anécdotas tienen que ver con la clase de cosas que tolera el grupo, y con la actividad de cada uno. Es muy importante esta coherencia porque garantiza una relación fuerte entre las bromas y las situaciones. El humor de los médicos y el personal sanitario, como el humor de los enfermos cuando necesitan atención, explica cómo unos y otros entienden su relación con la enfermedad y con las otras personas. Evidentemente, no se trata de una explicación convencional, sino de un guiño de complicidad sobre lo que estamos haciendo juntos. Pero el humor nos descubre también dimensiones inesperadas de las relaciones humanas y la existencia, de manera que saber qué alcance tienen las bromas es una cuestión interesante en sí misma.
El sociólogo en el hospital
El trabajo, prácticamente pionero, de Emerson1 ayudó a descubrir parte de ese alcance. Emerson investigó las muestras espontáneas de humor en diferentes salas de un hospital general. Desde luego, las muestras espontáneas no suelen ser recogidas o tenidas demasiado en cuenta por nadie. Este aspecto encubierto del humor aunque parezca que reímos al descubierto es importante, porque no creo que dijéramos las mismas cosas en serio ante un auditorio formal. El humor queda protegido por su propia intrascendencia. Emerson percibió cómo el humor hospitalario provocaba la emergencia de temas difíciles de tratar de otra manera. El acceso de los médicos a las emociones y sentimientos de los enfermos, por ejemplo, revestía la forma cómica, así como las solicitudes de los enfermos a propósito de su vida emotiva. De esa manera, unos y otros se requerían sobre aspectos que no eran estrictamente de su competencia, y podían, sin menoscabo de sus funciones y sus papeles, volver cuando quisieran a la relación estrictamente médica. La otra posibilidad era que esos temas abordados en broma saltaran a la conversación seria, convirtiéndose en temas tratables. Emerson veía en esas bromas una negociación oficiosa de asuntos difíciles. El problema era el grado de tolerancia del receptor de la broma, y la supuesta responsabilidad del bromista. Desde luego, a veces se conseguía transformar la broma en algo a tratar abiertamente, siendo la transición prácticamente imperceptible. Y en ocasiones el bromista no conseguía llevar a buen término la broma con lo cual el receptor reconocía la dificultad del tema, su carácter tabú en la relación. Lichtenberg dijo que nunca conocíamos tan bien a una persona como cuando le veíamos enfadarse ante algo divertido.
De esta manera las cosas leves resultan graves, y a la inversa. El papel crucial de esas muestras espontáneas es transformar una cosa en otra, hacer ver lo grave en lo leve, y lo leve en lo grave. El dolor, la imposibilidad física, los cambios en la percepción del cuerpo, son asuntos que admiten ese tratamiento. El acuerdo en reírse de lo mismo muestra la confianza en la situación social y a la vez la decisión de encararse con la dificultad. Pero no siempre hay que reírse abiertamente, basta con reconocer la importancia de la observación que se deja caer como parte del juego cómico: Emerson notó que algunas de las bromas triviales eran tomadas inmediatamente en serio por el interlocutor, elevándolas a la categoría de temas. El paciente decía :"Sí, me ha visitado, pero se ha ido en seguida, se ve que no le gusta la cara que hago"; a lo que el enfermero respondía, en serio: "¡No hombre no!, seguramente tenía prisa." Solemos responder así a bromas triviales, reconociendo su significado serio, de la misma manera que podemos añadir contenido a una broma compartida con sólo explorar después ramificaciones de su significado. Todo ello habla en favor del sentido latente y personal de las bromas que gastamos y nos gastan.
En ocasiones más delicadas, pacientes, médicos y asistentes se ponen a prueba unos a otros, con frases ambiguas que tratan de negociar el alcance de la situación. Emerson da el siguiente ejemplo de negociación difícil:
Una paciente terminal de cáncer es la comidilla de los enfermeros a causa de las dificultades para moverla. Hacen falta cuatro enfermeros para poner a esta "pequeña elefante" en la silla de orinar de su habitación. Las escenas resultan cómicas y los participantes no esconden sus risas. En un momento la paciente suspende su participación en la chanza general y se queja: "¡No os riáis de mí!" El enfermero jefe le replica, "Usted también se estaba riendo". Con lo cual la paciente reanuda el modo cómico: "Si me voy a morir, también me puedo morir riéndome". Se hace un silencio extraño, después del cual el enfermero jefe dice, en tono de reprimenda: "¿Quién es la que se va a morir?"2
Hacer este tipo de bromas es arriesgado, pero también lo es abordar asuntos difíciles como la muerte. De manera que una cosa encaja con otra. Empezar en el modo cómico no garantiza que salgamos adelante con la situación: alguien puede darse por aludido. Para volver otra vez a las sonrisas quizá haya que soltar alguna ambigüedad un poco impertinente. De manera que aquí las partes luchan contra las prohibiciones lingüísticas y a la vez intentan expresar su inquietud sobre la muerte, los cuidados sanitarios o el conocimiento médico.
Historias de humor y enfermedades
Durante los años ochenta aparecieron algunas obras que explicaban en primera persona su sana irreverencia ante la enfermedad3. Seguían la pista pionera de la Anatomía de una enfermedad, de Norman Cousin (1979). En todos los casos se respetaba el principio de reírse sólo si se era víctima. El relato de Joseph Heller (1986) presentaba la supervivencia misma como un hecho cómico, y sirvió para acabar con el recuerdo de las historias románticas de enfermedades largas. El valor cómico del enfermo (como sabemos también por otras experiencias en los hospitales) era capaz de aliviar las caras largas o compungidas de los que le visitaban. En paralelo a la historia de Cousin, todas esas bromas apuntaban hacia el valor terapéutico del humor en el proceso curativo. La novela de Anne Lamott (1980) narraba el desarrollo de la enfermedad de su padre, un tumor cerebral maligno. En Lamott encontramos una cierta distancia ante el sistema sanitario, ante el simbolismo del cáncer, y la frialdad de las respuestas estereotipadas. Aquí el humor surgía de la misma dificultad de expresión; y del contraste radical entre el miedo, el pesar, la incertidumbre y la vulnerabilidad emocional. La ironía grotesca permitía a la autora abordar todo aquello que realmente le superaba. Todo eso es la vida, parece que dicen estos escritores4. En los dos relatos las enfermedades cobran valor social, no son sólo un proceso degenerativo, sino una manera de manejar los hechos. Contra la tendencia a marginar al enfermo, estas historias abordan con éxito la forma de hacer retroceder el miedo. La colección de relatos cortos de Molly Giles (1985) incidía en bromas macabras sobre la preparación del propio funeral. Eso es lo que mantiene ocupada a Ramona en el tiempo anterior a su muerte. Ante los ojos de los demás, su humor infunde valor y sentido a las situaciones cotidianas, aunque saben que ella misma está asustada, y que toda la historia depende de su manera de enfrentarse al miedo. Las risas finales son un guiño al lector para desdramatizar la enfermedad (y su desenlace). No hay héroes en estas historias exactamente, si no es que se trata de victorias de estar por casa. Pero nos acostumbran a una manera diferente de ver el dolor y el sufrimiento desde dentro.
Un manual para profesionales
Con todo eso por delante, el libro de Vera M. Robinson5 es realmente el manual del humor sanitario. Profesora Emérita de Enfermería de la Universidad Estatal de California, Robinson se dedicó al humor sanitario desde mediados de los años sesenta. Sus mejores páginas están en la segunda parte del libro, con observaciones sobre el humor en los hospitales que fueron extraídas de su propia experiencia. Aquí se pone de relieve la importancia del material etnográfico propio, el que construyen los mismos interesados. Tanto médicos como enfermeras han producido y producen una enorme cantidad de anécdotas e historias cómicas, que unas veces se pierden en los cajones de un armario, y otras veces pasan a formar parte de una antología de chistes médicos. Las antologías, por su parte, incluyen también la perspectiva del paciente, sus recelos, su desconocimiento, su frágil dominio del vocabulario especializado. Ese material también muestra la manera como unos y otros se las arreglan para tratar con las dificultades y lo inexpresable, así como para criticarse mutuamente. Hay que poner en relación el humor corporativo de los profesionales de la sanidad con el humor popular del usuario que expresa sus recelos ante la competencia profesional. El estudio de Robinson realiza dicha tarea de la manera más natural del mundo. Creo que este análisis del humor permite entender mejor el carácter social y personal de la atención sanitaria, al margen de los resultados de los medicamentos, nuestros conocimientos especializados sobre la enfermedad o la interpretación de gráficas y valores estadísticos. Los números pueden ser divertidos; sobre todo si después los repetimos con más ceros de la cuenta, si se convierten en baremo de una dieta, o si estamos con tantos en la cama. Todo el vocabulario preciso también puede mover a la risa con sus finales parecidos y sus raíces griegas. En fin, médico y paciente también construyen una relación a través de las palabras, seria y a menudo rápida, con sus perspectivas recíprocas sobre el malestar, el sufrimiento y la gestión de la mejoría.
Aquí es donde afloran los estereotipos, que percibimos a través del humor: el personal sanitario agresivo y el cuerpo herido, el paciente que quiere largarse y el reconocimiento realizado con excesivo intrusismo. Estos estereotipos son los que permiten la inversión. Éste es el ejemplo de Robinson:
Cuando un cirujano muy famoso enfermó y tuvo que ser admitido en el hospital como paciente, el personal sanitario se puso muy nervioso ante la idea de tener que cuidar de esta eminencia, que hasta el momento era el que daba las órdenes. Al final, una de las enfermeras dibujó unas figuras adhesivas de un paciente huyendo con la ropa blanca demasiado grande y una enfermera detrás de él con una enorme jeringuilla, con una leyenda inferior que rezaba: "¡Ajá, ya te tengo!", y acordaron pegárselas al almohadón de la cama. Cuando llegó el cirujano y vio los dibujos se echó a reír. Toda su posterior estancia en el hospital discurrió a la perfección6.
Mucha de la comicidad en los entornos hospitalarios proviene de los mismos papeles sociales que se desempeñan, y parece tener como función a la vez su confirmación y la exploración de sus límites. Los doctores y los asistentes también son hombres y mujeres. Como lo que está en juego no es sólo la salud o la enfermedad, sino la percepción social de la salud o la enfermedad, cabe explorar qué tipo de personas hay detrás de las batas. Las bromas sobre hombres y mujeres se sobreponen al trabajo diario con los pacientes, que desde luego también son hombres y mujeres. Las batas y los pijamas de unos y otros nos recuerdan que también podemos llevar vestidos normales y corrientes. De manera que exploramos los papeles de cada uno para saber hasta qué punto nos dejamos llevar por las emociones. Robinson reporta el siguiente intercambio:
Paciente. ¡Usted es la causa del tamborileo de mi corazón y de que me suba la presión!
Enfermera. Tranquilo. En realidad soy su suegra disfrazada7.
Los grupos sociales se organizan y se reorganizan así imaginariamente; por tanto, la imaginación es la otra dimensión importante del humor. En condiciones de comicidad se propone una situación alternativa que se da como lectura posible de la situación que se vive. Las enfermeras pueden ser suegras y los pacientes pueden estar de vacaciones; si hay mucho ruido y movimiento, el enfermo puede alegar que preferiría irse a casa para descansar un poco; si la comida es pobre, uno se queja a la dirección del hotel; si recibe demasiados pinchazos, argumenta que su trasero no es un almohadón de alfileres; si tiene hambre, le dirán que el gotero lleva extractos de jamón. Todas estas antítesis son productivas y significativas. El enfermo ha de comer para poder tomarse el medicamento; de la misma manera, le despertarán para tomarse las pastillas para dormir. No es que parezca el mundo al revés, es que la gestión del dolor supone el tráfico de las funciones corporales, y la imaginación reclama la vuelta a la normalidad. Las bromas sexuales y escatológicas, tan abundantes, nos recuerdan a todos tanto la discreción como la necesidad de esas mismas funciones en la vida cotidiana, pero en el hospital existe interés por las deposiciones y la orina, y si es preciso, hay que examinar los genitales de un sacerdote. O sea que los significados cambian y la imaginación nos devuelve la confianza, jugando con nuevas posibilidades.
El estudio de Robinson explora también el humor como forma de combatir el estrés y la tensión, y remarca que las situaciones de más tensión requieren un humor más grosero. El nivel cómico señala también el umbral de tensión y ansiedad. Si es verdad que las bromas emergen de las situaciones, no hay que extrañarse del humor grotesco de los casos más crudos. Pero también es posible encontrar alivio inesperadamente en una situación difícil. En el siguiente ejemplo de Robinson es el paciente el que proporciona el desahogo:
Un enfermo en una Unidad de Vigilancia Intensiva no ha estado comiendo bien últimamente, a pesar de las preocupaciones y la insistencia del personal sanitario. Un día, de repente, deja de respirar y la enfermera se vuelca sobre él bombeándole el pecho. En medio de los esfuerzos, el enfermo se despierta, le mira, y le espeta: "¡Ya comeré, ya comeré!"8
Éste es un ejemplo de alivio, pero los casos más crudos suelen generar tanto lo que se llama humor de catástrofes como lo que podríamos denominar humor de prisioneros. Ambos tipos de humor remiten a situaciones especiales que, en principio, nada tienen que ver con hospitales o enfermedades. El humor de guerra (recordemos algunos de los chistes telefónicos de Gila, por ejemplo) es una variante del humor de catástrofes; y el humor checoeslovaco durante la ocupación nazi puede ser un buen ejemplo del humor de prisioneros (gallows humor). Las catástrofes y el humor negro de los más fastidiados producen un humor grotesco, violento y a menudo macabro. Algo de todo esto encuentra su traducción en los entornos hospitalarios y sanitarios. Por rudo que sea, este humor también sirve para reducir la tensión y expresar lo inexpresable. Convertir una situación difícil (u horrible) en una posible situación inversa muestra el intento de la imaginación para darle suficientes dimensiones a la realidad, lo cual es un esfuerzo humano. El siguiente chiste de estudiantes explica eso mismo perfectamente:
Dos estudiantes están presenciando por primera vez una operación quirúrgica. El más bajito se queja de que no llega a ver suficientemente bien. Y el alto le replica: "Tienes suerte de no ser alto. Cuando te desmayas estás más rato cayéndote."9
Entre las reflexiones y los ejemplos, el manual de Robinson recorre tanto las experiencias comunes como las posibles aplicaciones del humor en el entorno sanitario. Una de las tesis de la autora es que el valor terapéutico del humor se puede enseñar, que es posible mejorar nuestras actitudes y nuestra tolerancia a través de una educación flexible que incluya la familiarización con situaciones potencialmente cómicas: no sólo la producción propia de chistes y anécdotas, por lo tanto, sino también las maneras de salir airoso o airosa ante un caso, de mejorar la comunicación. El capítulo final de su estudio analiza cómo podemos usar el humor para comprender las situaciones y buscar los aspectos positivos; para resolver problemas con la ayuda de la imaginación y, desde luego, para mejorar la salud de los grupos implicados y su relación mutua. Los estudios más antiguos sobre el humor fueron hechos por médicos, y contenían tanto descripciones físicas como observaciones morales. Ahora que sabemos bastante más sobre la vida social y la percepción de la enfermedad, podemos considerar en su justo lugar el valor de las observaciones sobre el humor y su relación directa con la salud.
Tendencias y propuestas
Entre los ochenta y los noventa, las revistas especializadas publican sistemáticamente trabajos sobre el valor terapéutico del humor. El importante estudio de Hunter10 sobre la comunicación médica incluye, en un capítulo dedicado a informes clínicos, referencias a cartas cómicas al director en revistas médicas y a parodias de artículos científicos y de casos clínicos. Esa narrativa humorística también es parte del conocimiento sanitario, en la medida que ilustra cuáles son las preocupaciones y el estilo de los profesionales. Las revistas de enfermería suelen atender más a los aspectos terapéuticos, emocionales y aplicados del humor. En el mundo anglosajón existe, desde 1991, el Journal of Nursing Jocularity, una revista a todo color que se autoproclama como la revista más divertida del mundo. Un año después de su aparición tenía más de 15.000 suscriptores y empezaba a ganar dinero. Normalmente incluye tanto chistes médicos y sanitarios como anécdotas de los profesionales (con una sección fija sobre patinazos del personal en prácticas) y la consabida contribución escatológica.
Al margen de esa iniciativa, el interés de las revistas especializadas va desde el alivio físico y psíquico que produce la risa notas introspectivas sobre el bienestar personal, testimonios de la literatura, o enfoques holísticos de tratamientos integrados hasta los análisis de las maneras a través de las cuales el personal sanitario puede intervenir cómicamente en la gestión de su trabajo. Pueden incluir también notas teóricas sobre la historia del humor, o descripciones médicas de su efecto sobre la salud. Este creciente interés ha desembocado en algunos casos en la creación de unidades de humor en los hospitales, con payasos paseándose por las salas infantiles (y no tan infantiles), o disfrazados de médicos y enfermeras de guasa que no dudan en perseguir a veces a los médicos de verdad. Estoy seguro de que ese interés también ha influido en la manera en la que otras unidades preocupadas por el lenguaje y la comunicación (y la gestión de las noticias hospitalarias) abordan los problemas sanitarios e interpersonales. Naturalmente, las iniciativas pueden conectar la práctica con la enseñanza. La Facultad de Medicina de Lleida proyecta ofrecer un seminario optativo de dos créditos sobre técnicas y beneficios del humor como terapia, a cargo del psicólogo Francesc Abella y del educador social Jordi Baiget, miembro de Pallassos sense Fronteres, que tendría como objetivo facilitar a los futuros médicos recursos y habilidades para conseguir un buen ambiente en la relación con el enfermo.
Conforme avance la investigación social y mejoren nuestras propias prácticas, sabremos más cosas sobre la intersección del humor con otras variables. Robinson desarrollaba en su estudio las implicaciones del humor con la vejez, y también con los niños. Cada auditorio tiene sus requerimientos, también el de la mediana edad (La vida empieza a los cuarenta, pero ¿empieza a qué?). Igualmente, cada área de un hospital produce sus propias chanzas, difíciles de entender fuera de la sala. Los embarazos y los partos, por ejemplo, no son propiamente enfermedades, y eso produce unas glosas particulares, y también un tipo de humor benigno. Las salas de enfermos mentales son otra cosa, plantean desafíos lógicos y pragmáticos más agudos o más exigentes. Las visitas regulares permiten la confianza y el trato próximo. Todas estas variables son interesantes y dan pie a estudiar combinaciones y contrastes.
Sabemos bastante bien que las salas de urgencias producen su propio tipo de humor11: desde las bromas absurdas a los juegos de palabras, pasando por el humor macabro y las simulaciones. El caso opuesto lo representa, por ejemplo, el tipo de humor que aflora en una sala de hemodiálisis, con sus visitas periódicas12. En este segundo caso la confianza preside el tipo de humor posible. Hay más risas compartidas, aunque incompletas, más bromas iniciadas que no concluyen, o que son entendidas como observaciones serias por la otra parte, más sonrisas de ajuste situacional y pocas carcajadas; hay también más humor lateral, en relación con la misma conversación y no con el tratamiento, y desde luego aparece el humor ritual. El humor ritual tiene que ver con el conocimiento de la situación. Son las mismas bromas que ya tenemos preparadas de antemano, y que sabemos que funcionarán, porque la situación es la misma y la reacción del enfermo será previsiblemente la misma. Los pacientes pueden jugar con las situaciones que ya conocen bien, y los médicos y los enfermeros pueden probar las mismas cosas con los pacientes nuevos. En este caso, va bien tener preparadas unas salidas ya conocidas (No cuelgue el bolso en el gotero, ¿vale?). Una vez más, las situaciones estables requieren humor estable, y las más ajetreadas, más imaginación. Así es como el humor parece que encaja con las actividades y los actores sociales.
Un estudio con profesionales de la sanidad
Durante 1999 y 2000 tuve la oportunidad de disponer de una batería de 115 entrevistas en total, de una hora de duración aproximadamente, con profesionales de la sanidad, preferentemente médicos y personal asistencial, de la ciudad de Lleida y su entorno próximo, una población mayoritariamente catalanohablante. Las entrevistas se realizaron en el marco de las asignaturas de análisis del discurso (pragmática y análisis de la conversación) de la licenciatura de Filología Catalana. Los entrevistadores, estudiantes de esas asignaturas, partían de un cuestionario previamente escrito para orientar las entrevistas, aunque se les pedía que mantuvieran una conversación lo más viva posible con sus interlocutores, motivándoles a explicar anécdotas e incidentes surgidos en su actividad profesional, de cualquier género o contenido. Los entrevistados fueron escogidos a partir de amistades y contactos personales, y también a través de dos instituciones hospitalarias de la ciudad que colaboraron con el proyecto, las clínicas La Alianza y el Perpetuo Socorro. En todo momento hubo una relación cooperativa entre los participantes, consiguiéndose casi siempre el clima de confianza que requieren estos encuentros para desarrollarse con éxito.
El objetivo de las entrevistas era obtener un número suficiente de narrativas orales semiespontáneas que versaran sobre aspectos supuestamente cómicos o humorísticos de la actividad sanitaria o médica. Estas narrativas serían el punto de partida para analizar el discurso sanitario, sobre todo la manera como éste se manifiesta a través del lenguaje coloquial y en las situaciones ordinarias. Las entrevistas fueron transcritas y ordenadas de forma que el material narrativo fuera fácil de analizar y clasificar más tarde (conservándose escrupulosamente, como es preceptivo, el anonimato sobre los informantes). Los relatos fueron objeto, en primer lugar, de un análisis formal para elucidar las pistas semánticas del humor, que nos llevara a entender cómo los informantes conseguían llevar a buen puerto su narrativa humorística13.
Una de las primeras cuestiones que surgía era que ni los hechos narrados ni, a veces, los relatos producidos eran necesariamente graciosos. En toda conversación, los participantes se esfuerzan en transformar en cómica una situación si quieren ofrecer una narración cómica de ella. Aunque hubiera en muchos casos puntos de partida evidentemente cómicos, para nosotros la clave estaba en la manera de producirse los relatos. Para ir hacia lo que nos interesa, los entrevistados se alegraban de poder explicar experiencias que habían vivido en clave cómica, quizás de una forma ambigua, quizás de una forma difícil, y también de forma abiertamente divertida (y que tenían que recrear en ese momento). Eran esas pistas narrativas las que orientaban sobre la interpretación cómica de los hechos. Tanto médicos como profesionales sanitarios recuperaban esas escenas ambiguas o difíciles como parte de su relación social con las otras personas, y disfrutaban del humor latente. De manera que las mismas narraciones eran terapéuticas: ayudaban a los profesionales a entender las facetas humanas y a menudo también corporativas de su propio trabajo. A veces los participantes se lamentaban: "Bueno eso era muy gracioso, ahora explicado así..."; otras veces encontraban obstáculos en los temas o en la misma explicación, y volvían al modo serio; en algún caso renunciaban al humor en sus relatos, casi por completo. Todo ello indica sensibilidades variables y refuerza la idea del valor terapéutico de los relatos, como auténticas reformulaciones de situaciones que habían vivido, y su manera airosa de salir adelante en ellas.
Los relatos recogidos fueron considerados desde tres puntos de vista: según la información que proporcionaban sobre las relaciones humanas y los papeles sociales, según la percepción del cuerpo que manifestaran, y según el desarrollo del tema cómico en el relato. Esta última cuestión tiene que ver con el discurso, pero las dos primeras iluminan típicamente aspectos médicos y sanitarios. Aun así, el lenguaje está presente en la clasificación de los grupos sociales. Las bromas sobre el uso irregular del léxico médico especializado separan perfectamente a los profesionales de los usuarios. Los sobrenombres (francamente divertidos) con los que los primeros clasifican a los pacientes según las coletillas que más usan, refuerzan a su vez el sentido de grupo de médicos y sanitarios y son parte de las bromas rituales. A través de la misma conversación ordinaria de las visitas, el profesional y el paciente han de ponerse de acuerdo sobre definiciones, referencias y vocabulario. En la actividad interrogativa pueden participar también los familiares. La presencia del familiar como tercero en discordia u objeto de equivocaciones reaparecía a menudo en los relatos. De forma que a través del lenguaje tenemos información sobre quiénes y cómo participan en la relación.
La percepción del cuerpo que se proyecta en los relatos incluye el tratamiento cómico de la sexualidad y la escatología, pero también otras cosas. Una de las más sorprendentes es la fantasía. A través de los relatos vemos cómo el cuerpo se rediseña de acuerdo con la situación narrada. Se alarga, se encoge, se alisa, cambia de color, obtura sus entradas, levita. Cada fragmento cobra autonomía, cada pieza se compara a otra cosa, cada prótesis se imagina en consonancia con la parte que la acoge. Si un hígado se hincha, se alaba el foie-gras. El cuerpo es sobre todo la manera de entender el cuerpo. Los cables, los tubos y las máquinas se critican como extensiones o intrusiones imaginativas. En medio de este desorden conceptual, médicos, enfermeros y pacientes acercan posiciones, las enfermedades se reclasifican y no son tan penosas.
Continuamos trabajando en la actualidad con nuestro corpus narrativo. Las reflexiones traídas a colación a partir del trabajo de Emerson sobre el tránsito de lo cómico a lo serio pueden encontrar también aplicación en nuestras entrevistas. La contribución de relatos de pacientes podría aportar un contraste significativo y darnos pistas sobre la autopercepción de las enfermedades. Cabe también examinar con detalle más divisiones pertinentes: las diferencias entre médicos y personal sanitario en los temas escogidos y en la propia narrativa, y las diferencias entre series de problemas, enfermedades aludidas y el tipo de humor que sobresale. La clase de intención cómica que predomina nos indica también si se trata de una broma corporativa, de una broma para animar al enfermo, de una frase ritual de toma de contacto, o de humor para aliviar la tensión. En todos esos casos, y en muchos otros de la relación sanitaria, la palabra no es lo único que cuenta en el proceso curativo, pero está revestida de su función ritual de orientación y consuelo. Las palabras del profesional de la sanidad, a diferencia de las del abogado, no son autosuficientes, dependen del curso mismo del proceso de mejora, pero son fundamentales para la creación de confianza y de proximidad. Una de nuestras conclusiones es que hay que contemplar estas formas de humor en el contexto general del discurso sanitario si es que queremos entenderlo como crítica positiva y confirmación de sus valores.