Recodando a CARMEN AMAYA (y 2 )
Continuación.
Su fallecimiento constituyó una gran aflicción para todo el mundo flamenco, siéndole otorgada la Medalla del Mérito Turístico de Barcelona, el Lazo de Isabel la Católica y el titulo de Hija Adoptiva de Bagur. Su entierro convocó a un gran número de gitanos de Cataluña y de distintos puntos de España y Francia. Enterrada en Bagur, donde vivió sus últimos días, sus restos descansan actualmente en Santander, en el panteón de la familia de su marido. A los tres años de su defunción, en 1966, se inauguró su monumento en el Parque de Montjuic de Barcelona, y en Buenos Aires le fue dedicada una calle, La personalidad de Carmen Amaya, artista que gozó en vida de la admiración general y entusiasta de todos sus compañeros de arte, ha sido glosada por diversos críticos, flamencólogos y escritores, así como exaltada por los poetas. De estos comentarios transcribimos una selección:
Sebastián Gasch: «De pronto un brinco. Y la gitanilla bailaba. Lo indescriptible. Alma. Alma pura. El sentimiento hecho carne. El tablao vibraba con inaudita brutalidad e increíble precisión. La Capitana era un producto bruto de la Naturaleza. Como todos los gitanos, ya debía haber nacido bailando. Era la antiescuela, la antiacademia. Todo cuanto sabía ya debía saberlo al nacer. Prontamente, sentíase subyugado, trastornado, dominado el espectador por la enérgica convicción del rostro de La Capitana, por sus feroces dislocaciones de caderas, por la bravura de sus piruetas y la fiereza de sus vueltas quebradas, cuyo ardor animal corría pareja con la pasmosa exactitud con que las ejecutaba. Todavía están registrados en nuestra memoria cual placas indelebles la rabiosa batería de sus tacones y el juego inconstante de sus brazos, que ora levantábanse, excitados, ora desplomábanse, rendidos, abandonados, muertos, suavemente movidos por los hombros. Lo que más honda impresión nos causaba al verla bailar era su nervio, que la crispaba en dramáticas contorsiones, su sangre, su violencia, su salvaje impetuosidad de bailaora de casta».
Alfredo Mañas: «Ante Carmen, ante su baile, los gitanos guardan un silencio respetuoso que, rápidamente, se convierte en una catarata de alabanzas desorbitadas, sin medida. Y las alabanzas dejan paso al orgullo que justifica y exalta la raza».
De Buenos Aires Flamenco:
Carmen Amaya fue mujer y gitana de personalidad muy singular. Catalana, la más le haya reconocido. Fue, claro está, una grandiosa artista, cantaora más que notable y bailaora genial. La más genial e irrepetible de todos los tiempos.
Era tal la fuerza con la bata de cola, o vestida con pantalón de talle y chaleco, y el brío que ponía, el ímpetu, que se diría imposible en una mujer. Su cara de pantera hermosa, la pequeña cabecita, su pelo de azabache, los flamenquísimos brazos, su abrasadora mirada, el talle escaso, su cuerpo menudo en felina tensión... Toda ella, componían una estampa inconfundible.
Gozó en vida de la admiración general y entusiasta de cuantos la vieron bailar. Su solo nombre llenó teatros enteros. La llaman de todas partes y a todas acude. Firma contratos fabulosos. Rueda películas en Hollywood, graba discos…
Carmen Amaya es un capítulo aparte en la historia del baile, es una figura inclasificable y única. Y por todo ello, inmortal. Imperecedera. Eterna. Leyenda viva. Carmen era un hermoso y bello mito de sí misma. Y nos consuela pensar que los mitos no mueren. Más bien que nacen de verdad a partir de la muerte.
Ahora que ya no está entre nosotros continúa bailando en las azoteas del viento.
Canta Rafael Farina, Sendas del viento.
Cele -Celestino- |