Estas movilizaciones no van contra el Gobierno, van contra la situación general que, promovida por una crisis creada por la codicia de los mercados y la voracidad neoliberal, está minando la democracia española, permitiendo la corrupción indiscriminada en la política (léase la trama Gürtel, paradigma inequívoco de la corrupción, o las listas electorales llenas de imputados), recortando derechos y libertades, llevando a la precariedad a grandes grupos de población, especialmente los más vulnerables, y dejando sin presente y sin futuro a los más jóvenes.
Y son los más jóvenes los que más secundan estas movilizaciones, y quienes se reafirman en los objetivos que manifiestan los movimientos de la plataforma convocante: “La necesidad de un futuro digno, solidario y sostenible, frente a esos ámbitos políticos que están recortando la democracia con un neoliberalismo deshumanizador y destructivo”. Que el PP no se ilusione, por tanto, porque si este movimiento va contra algo o contra alguien es especialmente contra la voracidad neoliberal que ellos representan, que ellos introdujeron y que ellos siguen alimentando día a día.
Se están viendo en estos días, entre las multitudes, folletos y pancartas con mensajes rotundos e implacables, como “No es una crisis, sino una estafa”, “Violencia es cobrar 600 euros”, “Menos dinero a la banca y al clero”, “Menos crucifijos y más puestos fijos”, “Lo llaman democracia y no lo es”. No se trata de ocupas, ni radicales, como algunos medios pretenden hacer creer. Se ve a gente de todo tipo y de toda edad; sin embargo, es alentador observar que la mayoría son jóvenes y estudiantes que claman indignados contra la clase política, contra la precariedad laboral, contra los contratos basura, contra la voracidad de la banca, contra los recortes sociales y contra la actual Ley Electoral que anega a la ciudadanía a un bipartidismo que no es en absoluto reflejo de la realidad ideológica española.
Parece como que el interés de políticos y gobernantes sea el de recabar todos los fondos posibles de las arcas públicas para repartirlo entre los bolsillos de sus afines, lo cual es la tónica general en el PP. Que las grandes fortunas se hayan incrementado un 25% en los últimos años y que las grandes constructoras cotizadas hayan incrementado en el primer trimestre del año un 64,7% sus beneficios con respecto al año anterior, mientras, sin embargo, nos hablan de austeridad, de privatizaciones, de carencias y recortes, y mientras se amplía en dos años la edad de jubilación, es más que un insulto a los ciudadanos, es una verdadera y mayúscula estafa del todo contraria a los preceptos democráticos más básicos.
La clase política española, desde que el neoliberalismo se instaló en nuestro país de la mano del partido de la gaviota, se ha convertido en un hervidero de arribistas y trepas inmorales que consideran al país su feudo, y a los españoles sus lacayos, como en tiempos medievales o franquistas. La indecencia tan evidente en la derecha, y la inacción o la imposibilidad de la izquierda de poner freno a los desmanes al servicio del poder corrupto no dejan espacio de confianza en la clase política, cuya obligación es estar al servicio del ciudadano y no al contrario, ni tampoco otra opción posible que la de echarse a la calle y exigir, por activa o por pasiva, que se respeten los derechos ciudadanos frente a la rapiña neocon. El político Edmund Burke decía que “lo único necesario para el triunfo del mal es que los buenos no hagan nada”; me temo que, afortunadamente, las políticas neoconservadores no lo van a tener nada fácil a partir de ahora. Y ocurra lo que ocurra en las elecciones municipales, me temo que los dos grandes partidos van a tener cosas que cuestionarse muy seriamente.
Recordemos, como colofón, a la antropóloga Margaret Mead, quien decía que “No dudemos jamás de la capacidad de tan sólo un grupo de ciudadanos conscientes y comprometidos de cambiar el mundo. De hecho, siempre ha sido así”. La juventud española, tan vilipendiada e ignorada por los políticos, nos está dando a toda la sociedad una gran lección de consciencia y compromiso.
Coral Bravo es Doctora en Filología
Cele -Celestino-