Imbécil". Que Nicolás Sarkozy, actual presidente de Francia, pierda el control insultando así a su jefe de prensa mientras abandona una entrevista, es algo tan inaudito como que el Rey Juan Carlos mande a callar públicamente a Hugo Chávez, tras los reiterados insultos de este al ex presidente de Gobierno español José María Aznar. Estas situaciones nos sorprenden porque vienen de personas aleccionadas en protocolo y saber estar, y han demostrado su compostura en numerosas ocasiones, hasta que en un momento muy determinado no han sabido controlarse.
A parte de las posibles consecuencias causadas por la figura social que desempeñan, los sentimos cercanos, comprendidos o juzgados porque todo hemos perdido los papeles alguna vez en una situación crítica o nos hemos sorprendido al presenciarlo en alguien a quien conocemos bien. "Durante una reunión le tiré a mi jefe una carpeta a la cara mientras le insultaba -cuenta Victoria, economista de 41 años- él estaba menospreciando mi trabajo delante de los demás y me sentí tan desprotegida que me armé de un valor desmedido que me hizo arrojarle el primer objeto pesado que cogí con las manos. Acto seguido me embargó un sentimiento que no había tenido nunca, mezcla de culpa y vergüenza. Siempre he sabido controlarme, pero si pienso en una situación parecida creo que me volvería a ocurrir lo mismo, porque en ese momento estaba fuera de mí. Era otra persona".
Por qué explotamos
Un ataque directo sobre lo que consideramos privado, sentirse humillado, insultado, rechazado, ignorado o por simple acumulación de estrés son factores que nos hacen explotar y dar a conocer, incluso a nosotros mismos, la peor imagen que podamos dar. "Los desencadenantes tienen que ver con el ejercicio físico o psicológico en contra de nuestra voluntad. Podemos llegar al extremo de no controlar nuestros nervios ante situaciones que creemos injustas o que atentan a nuestros valores morales y nuestra libertad personal. Situaciones que ejercen un control externo o coacción sobre nuestro comportamiento, personas que nos proporcionan abusos verbales o físicos, y situaciones en las que consideramos que se producen tratamientos injustos", analiza la psicóloga Eva Díaz.
Cuando creemos que no nos quedan más armas para defendernos ante una agresión, es cuando o nos damos por vencidos o estallamos, dando rienda suelta a muchas emociones que tenemos ocultas.
Si tuviéramos la posibilidad de ser grabados en ese momento y después ver nuestra actuación, seguramente no nos sentiríamos identificados con la imagen que hemos dado y por otro lado, nos asustaríamos al pensar que puede ser nuestro verdadero yo el que ha salido a relucir. Esto, junto a las futuras relaciones con las personas con las que hemos tenido el enfrentamiento, son nuestros mayores temores. "Reaccionar de una manera impulsiva para desahogar sentimientos mal colocados, sin pensar antes lo que vamos a decir y controlemos la situación, hace que pasemos por alto el raciocinio y actuemos casi de un modo animal", comenta Díaz. Así tuvo tanta repercusión el cabezazo del futbolista Zinedine Zidane a un jugador del equipo contrario en medio de un partido del Mundial. Una persona educada y estandarte del juego limpio y la vida sana como Zidane perdió los papeles cuando insultaron a su familia. Su reacción fue defenderse físicamente sin pensarlo dos veces.
Después de la tormenta...
Cuando reflexionamos sobre lo acaecido, nos sentimos mal al pensar que nuestra imagen se ha resentido y que carecemos de control y estabilidad emocional ante ciertas situaciones. "Es cuando comienza un proceso de reevaluación de la propia actuación, de la valoración de uno mismo y de las circunstancias acarreadas, que se perciben tanto a nivel emocional como a nivel socio-ambiental, y da lugar a sentimientos de culpa, tristeza, decepción, abatimiento", analiza el psicólogo Alberto Buale. De ahí que para sentirnos mejor o para limpiar el concepto que tienen los demás de nosotros, pidamos disculpas por nuestra actitud, como Zidane después del cabezazo.
Debemos aprender a reconducir nuestros sentimientos porque cuando perdemos los papeles no solamente hacemos una descarga emocional que nos arrebata la razón delante de los demás y nos separa aún más de nuestros objetivos primeros, sino que también nos deja un malestar físico y psíquico. Saber cómo nos sentimos después es más que un motivo suficiente como para intentar que no se repita. Hay que aprovechar ese momento para reaccionar y conducir esa energía hacia la consecución de nuestros objetivos dirigiéndola hacia acciones beneficiosas. Según la psicóloga social Ana Jiménez, "liberar la tensión de forma constructiva es positivo y reaccionar ante los primeros síntomas en vez de esperar a que se colme el vaso es la mejor ayuda para que la reacción sea menos desmesurada".
ALMUDENA ÁVALOS