El valor de un buen amigo
La semilla de la amistad se siembra en la infancia. En esa época de nuestras vidas es donde se establecen las bases de una relación que puede ser eterna, y debe ser recíproca, noble y sin intereses.
Un amigo es un tesoro transparente, algo así como un lubricante en el motor de la existencia sin el cual la vida sería menos fluida, menos segura y mucho menos divertidas. Si es verdad lo que dice Ana María Matute, que un hombre es lo que queda de un niño, a muchos hombres y mujeres nos queda de la infancia el privilegio de la amistad. Apenas nuestra edad estrena dos dígitos cuando la fortuna nos regala un amigo que tiempo después seguirá ocupando nuestro corazón y con el que se prolongará nuestra infancia. En efecto, el tiempo pasará para los dos, pero también se habrá detenido gracias a los recuerdos comunes; alcanzaremos la edad adulta, pero entre nosotros no se habrá desvanecido la juventud, y sus indelebles instantes de risa, el apoyo mutuo, el horizonte acompañado. Entre todos los valores que aporta una vieja amistad quizá el más importante, es precisamente ese: que preserva la infancia. Junto a un amigo de la niñez seguimos siendo en cierto modo niños con corbata, adolescentes con hipotecas, muchachos con estrés laboral, pero niños. Y es que no somos tan distintos de pequeños y de mayores; los resortes del cariño son los mismos; en la infancia no se saben expresar los sentimientos con palabras, pero se muestran tan nítidamente como en la edad tardía y seguramente es entonces cuando fraguan para siempre. Un corazón ingenuo es para un amigo íntimo tan leal y tan afectuoso como lo será después cuando ambas vidas caminen por distintas sendas. ¡Qué silenciosamente importante es la infancia, qué definitiva y cuánto se añora! Cuando Antonio Machado murió, se encontró en el bolsillo de su gastada chaqueta un papelito con unos versos inacabados, que decían así: “Aquellos días azules, aquel sol de la infancia”. Fueron sus últimos versos y quizá sus últimos recuerdos confortadores.
Pasiones para siempre Y es que a los 6 ó 7 años se abrazan pasiones que ya nunca nos abandonan. Sabemos poco – apenas leer y escribir y que Viriato era un pastor lusitano – cuando perfilamos el futuro. En esos tiernos años, y con la fuerza de la inconsciencia, algunos ya supimos que amaríamos para siempre el sol, el verano y el agua; que seríamos optimistas y alegres, que nos llevaríamos bien con los hermanos, que esa compañera de clase iba a ser nuestra amiga para toda la vida. La amistad unida a la infancia –una testigo permanente de la otra – no deberian separarse, ni perderse. Muchas personas han tenido un buen amigo y no lo han sabido conservar. Acaso no se ha insistido bastante en el valor supremo de la amistad, como si la aparición espontánea y gratuita de un amigo no fuera importante, como si no hubiera que cuidarlo puesto que, en definitiva, estaría destinado a desaparecer tras la adolescencia para dar paso a la relación amorosa, más cinematográfica y más apreciada socialmente. Pero no debería ser así, la amistad, que no tiene edad, es compatible con el amor y tan romántica como él y, si comparamos ambos sentimientos, hasta sale mejor parada la amistad. La reciprocidad se da en la amistad y no siempre en el amor: dos son amigos porque ambos quieren serlo; sin embargo, uno puede estar enamorado de quien le ignora. La amistad es también un sentimiento de nobleza: si un amigo defrauda o engaña, la amistad seguramente se rompe, porque es necesario conservar el aprecio moral por un amigo; en cambio, en el amor las cosas no son así, uno puede amar a un fraudulento o a un canalla. Hay más diferencias a favor de la amistad; la intimidad que inicialmente existe entre dos amantes va perdiendo intensidad con el paso de los años. La apuesta amorosa es más fuerte que la amistosa, por eso, precisamente, uno no quiere exponerse demasiado y comienza poco a poco a cerrase ante su pareja, mientras sigue abriendo el corazón en sus confidencias amistosas.
Sin compromisos Con un amigo no se firman compromisos como los matrimoniales, no hay ceremonias, ni se pide su mano, no se rodea la amistad de boato, pero debía haberlo. Tendrían que celebrarse cumpleaños de una amistad, bodas de plata y de oro. Dicen los expertos que un dato para detectar la inteligencia emocional de alguien es su capacidad para conservar amigos de la infancia y la primera juventud. Es cierto, lo suscribo, por eso creo que es mucha la inteligencia emocional que tiene una persona a la que conozco hace más de 20 años, que ayer, sin razón alguna, me mandó este mensaje: “T’estimo incondicionalment, amiga meva”.
Cele -Celestino-
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