Vivir permanentemente ofendidos, con el mundo, con los demás o con nosotros mismos supone una gran piedra en el camino de la armonía. Tal y como aseguran Jaume Soler y Mercè Conangla, psicólogos, "no existe una piedra en nuestro camino que no podamos aprovechar para nuestro crecimiento personal". Para protegernos de la ofensa, recomiendan equilibrar "mente, emoción y acción, tres áreas de nuestra vida que es preciso coordinar y que si están bien alineadas, nos proporcionarán equilibrio, armonía y paz". Si conseguimos que mente y emoción trabajen en equipo, lograremos "acciones más honestas y emocionalmente más ecológicas", lo que nos hará menos susceptibles a la ofensa.
Quizás nos enfademos, nos decepcionemos o nos entristezcamos, pero no vamos a retener ni a permitir que estas emociones contaminen nuestro mundo interior y exterior, y aprenderemos a darles una salida no agresiva convirtiéndolas en oportunidades de mejora.
La ofensa como lastre
"Todo me molestaba, creía que todo el mundo hablaba mal de mí a mis espaldas, en el trabajo, en el edificio, incluso entre mi grupo de amigos. Dejé de confiar en los demás y me encerré en mí misma. Todo me dolía", cuenta María Jesús, de 41 años. Así es la ofensa, un grave obstáculo para nuestra armonía, con unas consecuencias devastadoras. Esta, explican los psicólogos, "funcionan como un filtro que deja fuera todo lo bueno; detecta y destaca las huellas de la desconfianza, los indicios de mezquindad, los restos de basura emocional que se genera a nuestro alrededor". Con ella "dejamos de avanzar y podemos acabar hundidos, divididos y en conflicto. El conflicto no resuelto nos desequilibra y descentra, nos hace enfermar y supone una fuga de energía que no nos podemos permitir".
La ofensa no la elegimos; en cambio, sentirnos ofendidos sí. Los psicólogos Jaume Soler y Mercè Conangla, creadores del concepto "ecología emocional", que se refiere precisamente a la elección que hacemos en determinado momento de la vida entre creatividad o destructividad, comentan que todo lo que no invertimos en mejorarnos a nosotros mismos y lo que nos rodea se convierte automáticamente en energía destructiva. Quienes eligen ese camino hacen de ofender, su bandera; de su palabra, una bomba de destrucción, y de su vida, un espacio de devastación, sufrimiento y dolor.
Una de las más importantes fuentes de ofensa son unas expectativas desajustadas, Por ejemplo, a menudo esperamos de otra persona algo que no hemos expresado y nos ofendemos al no recibirlo porque pensamos que debería haberlo adivinado. También, concluyen estos especialistas, la "insatisfacción e impotencia son armas muy peligrosas que pueden dar lugar tanto a un "ofensor crónico" como a un "ofendido permanente". El insatisfecho centra su atención en los logros de los demás, en vez de mejorarse a sí mismo".
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