Opinión / Espido Freire
Valores confusos
Vivimos en una sociedad donde reinan valores algo confusos y que, en demasiadas ocasiones, entran en conflicto por pura contradicción.
Y a no pienso en la paz mundial, ese deseo tan común en las peticiones durante las misas de los años ochenta, amplificado por cantante de pop, por el derrumbe del muro de Berlín, manoseado por misses deseosas de conseguir su corona. Otras frases lo han sustituido: la posibilidad de cambiar el mundo desde las capacidades individuales se reforzó con Internet, donde los rumores y las noticias fluían sin apena censura. La globalización permitía pensar que cuanto mejor nos fuera, mejor les iría en el otro lado del globo… Una opinión desmentida con firmeza por los agricultores franceses, que siempre han defendido que cuanto mejor les vaya, mejor les irá. El cambio climático nos daba algo que hacer: fuera la laca, abajo el metano, las emisiones, hola al coche ecológico (cuando se invente finalmente), a la nevera nueva, a las tres papeleras casera de reciclaje. Los nuevos eslóganes ocultaron la realidad vieja. Incluso el más despreocupado comprendía bien la complejidad de los intereses; en el orden actual se adivinaba la maldad sin fisuras. Pero, ante la impotencia de no lograr nada concreto, se nos ordenaban pequeñas tareas, no muy gravosas, pero sí satisfactorias. De alguna manera, nos convencieron de que si la capa de ozono continuaba en su lugar, haríamos algo nuevo por los demás: la reutilización de bolsas de plástico servía, por lo tanto, como granito de arena para la paz y el progreso. Cómodo, rápido, barato. Mientras se gritaba a viva voz al entrenador del niño, que no lo sacaba a jugar, se pasaban por alto las recomendaciones de la profesora, que alertaba de la violencia de la adolescencia, se insultaba en ausencia y presencia al cónyuge ya divorciado, se criticaba al jefe o se acosaba al compañero, se potenciaba una televisión basada en los instintos más bajos de famosos de pacotilla, el uso de un coche eléctrico dejaba la conciencia tranquila. Mientras la corrupción inmobiliaria dejaba a familias sin casa y a un país en la ruina económica, mientras se pactaban inversiones suculentas en países destrozados por la guerra de los Balcanes, o se hacinaban los inmigrantes en las Canarias, mientras se organizaban viajes de turismo sexual a Cuba o Bulgaria, cerrábamos el grifo para ahorrar agua.
Creo que de nuevo pediré por la paz mundial. No sé a quién, ni cómo, porque he perdido la costumbre de orar, incluso para lo que me conviene. Ya me han acostumbrado a dormir tranquila por no hacer nada por nadie.
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