Bajo la cofia
Como correspondía a una mujer decente casada del siglo XV, Elisabeth, la esposa del pintor flamenco Rogier van de Weyden, lleva sus cabellos pulcramente ocultos bajo una cofia. El pelo femenino asocia capacidad de seducción y sexualidad, por lo que no es de extrañar que la Iglesia dictase disposiciones para que las mujeres casadas de la burguesa y de al nobleza se cubriesen el cabello para hurtar las miradas concupiscentes. Solo las doncellas con intenciones matrimoniales o las prostitutas podían llevar el pelo suelto o peinado con trenzas. De esta época procede el dicho, utilizado todavía hoy en algunos lugares, de” ponerse la cofia” por casarse.
Pero el tocado recatado exigía sus tributos: como llegaba poco aire al cuero cabelludo, el pelo se volvía ralo y había que afeitarlo por completo de vez en cuando. Las mujeres se consolaban creando siempre nuevas variaciones de la cofia; laboriosamente plisadas como en este retrato, más tarde adornaban con cintas y volantes.
Hasta comienzos del siglo XX, llevar sombreros, cofias y otros tocados en público era algo natural. .Así que no hace mucho tiempo desde que las mujeres occidentales ocultaban sus cabellos, costumbre que hoy sigue siendo frecuente en el Islam o una exigencia en el judaísmos ortodoxo.