La estampa de la vicepresidenta anunciando la Semana Santa en la catedral nos retrotrae al Medioevo
JUAN JOSÉ TAMAYO 16 FEB 2012
No es fácil encontrar tamaño cúmulo de despropósitos en un acto político-religioso como el próximo pregón de la Semana Santa de Valladolid, que ha enfrentado al arzobispo de Valladolid con el alcalde de la ciudad, Francisco Javier León de la Riva, y con la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.
Primer despropósito: que sea el alcalde quien elija al pregonero o a la pregonera de la Semana Santa de la ciudad. El despropósito es mayor habida cuenta de la confluencia de dos factores: la importancia religiosa de la Semana Santa en la capital de la comunidad castellano-leonesa y la especial significación de esa Semana en el cristianismo. No se trata de una fiesta local cualquiera, ni siquiera de la fiesta del patrono de la ciudad, que puede tener un componente cívico-religioso, sino de la fiesta mayor del cristianismo, la que rememora y celebra la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador, experiencias que están en el origen de la religión cristiana. De esa manera, la autoridad municipal se injiere en la vida religiosa católica y la pone a su servicio. Estamos ante una versión local del césaropapismo, que no por ser local deja de ser más grave y anacrónico, y ante una burda manipulación política de los sentimientos de los creyentes. ¡Inaudito que esto suceda en el siglo XXI! La historia se repite.
Segundo despropósito: que se encargue el pregón a una persona que no ha destacado precisamente por su vinculación con la vida religiosa en general, ni por su dedicación intelectual al estudio del cristianismo. El encargo de pregonar la Semana Santa se le hace a Sáenz de Santamaría en su calidad de militante vallisoletana del PP y de vicepresidenta del Gobierno de la nación. Con esta elección, la alianza entre el poder religioso y el poder político llega a su cénit y se desvirtúa la significación liberadora del cristianismo.
Con esta elección, la alianza entre el poder religioso y el poder político llega a su cénit y se desvirtúa la significación liberadora del cristianismo.
Tercer despropósito: el pregón se va a pronunciar en la catedral con la asistencia de las autoridades civiles, religiosas y militares. Lo que le convierte en un acto político duro y puro, legitimado religiosamente.
Cuarto despropósito: que la vicepresidenta haya aceptado la invitación. ¿Tan sobrada está de tiempo? ¿No tiene otros cometidos más importantes? ¿Tan necesitada está de publicitar su imagen? ¿Precisa del auxilio divino y de la legitimación religiosa en su acción de gobierno? Entiéndaseme bien. No es que yo niegue a las mujeres el derecho a ser pregoneras de una fiesta religiosa. Todo lo contrario, están en su derecho a ejercer todas y cada una de las funciones religiosas que ejercen los hombres en la Iglesia católica sin discriminación alguna por razones de género. Pero aquí se produce una confusión de planos, porque, ¿en calidad de qué habla Sáenz de Santamaría en el pregón: como ciudadana ilustre de Valladolid, como cristiana, como vicepresidenta del Gobierno?
Quinto despropósito: las razones del desacuerdo y del malestar del arzobispo de Valladolid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española. A monseñor Blázquez no parece incomodarle que sea una destacada dirigente del Partido Popular, ni que sea la vicepresidenta del Gobierno quien haga de pregonera. Ni siquiera se siente incómodo porque la haya elegido el alcalde. No. Las razones esgrimidas son el no haber sido consultado a la hora de la elección del alcalde y el que Sáenz de Santamaría esté casada por lo civil. No apela al Evangelio, que hace una crítica radical del poder, ni recurre como argumento de su desazón a Jesús de Nazaret, condenado por el poder político. Ni siquiera al concilio Vaticano II, que establece la nítida separación entre Iglesia y Estado, entre la esfera religiosa y el poder político. Tampoco aporta razones teológicas. Según información de la agencia Efe, el arzobispo ha apelado al Código de Derecho Canónico, donde se afirma que "entre bautizados no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento" (canon 1055), es decir, solo reconoce como válido el matrimonio canónico.
Si esa es la apelación, quizá el arzobispo de Valladolid haya olvidado que durante muchos siglos no hubo matrimonio canónico y que los cristianos y las cristianas se casaban como el resto de los ciudadanos, en una ceremonia civil. Luego tenía lugar una celebración religiosa, pero el matrimonio civil era el que tenía validez.
Es necesario poner remedio a tantos despropósitos juntos. La estampa de la vicepresidenta del Gobierno español anunciando la Semana Santa desde el púlpito catedralicio vallisoletano nos retrotrae al Medioevo. La imagen no puede ser más anacrónica, regresiva y esperpéntica. Pero, bueno, quizá el alcalde y la vicepresidenta se encuentren cómodamente instalados en la Edad Media. Mucho me temo, sin embargo, que, en este terreno, las cosas, lejos de mejorar, vayan a peor. Pensándolo bien, este modo de proceder quizá sea la mejor escenificación del tan repetido dicho: "Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid".
Juan José Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Otra teología es posible.