La hermosísima madre de Angola
Mbande Ana Nzingha, la Monarca Guerrera
Una mujer que siempre me ha enternecido y brindado gran inspiración es la incomparable y bellísima negra Ana Nzingha, monarca de Ndongo y Matamba, quien fue una de las mejores estrategas militares de todos los tiempos y una independentista feroz que supo cantarle NO a los esclavistas portugueses. Precursora del feminismo y viva muestra de que las féminas pueden ser mejores guerreros que los machos, Nzingha ha sufrido el escarnio y la calumnia de algunos historiadores y escritores, como el Marqués de Sade, quien le asignan la leyenda de haber sido como una viuda negra, matando a sus amantes tras haber gozado con ellos, lo cual es apenas una muestra de la infamia a la que someten los hombres cuando no pueden ser mejores que las damas. Ana Nzingha vino al mundo a mediados de noviembre de 1582, aunque ha duda si nació un 18 o un 19. Al debutar en este valle de lágrimas, era rolliza, saludable y con su privilegiada mollera completamente cubierta de pelo. Era hija de una familia de rancio abolengo perteneciente a los Jagas, un grupo étnico de militantes anticolonialistas que existían en lo que hoy es Angola. Estos militantes eran inclaudicables en su lucha en contra de los portugueses, que arrimaban sus barcos negreros a las costas africanas para llevarse a los mejores ejemplares para venderlos como esclavos. Desde chiquita, Ana Nzingha escuchó a los mayores expresar sus ideas anticolonialistas, y recibió una esmerada educación pues en su entorno las mujeres gozaban de iguales derechos que el hombre. Cuando su hermano mayor tomó el trono, Nzingha no se dedicó a la vida de lujo que uno asocia con las princesas. Ngoli Bbondi, su hermano mayor, se percató que tenía a una formidable aliada en su hermanita y la hizo instruir en las artes militares. No se sabe a ciencia cierta si Nzingha siendo adolescente fue casada con un alto oficial militar, pero lo cierto es que parió a un robusto varoncito quien posteriormente sería asesinado en medio de una turbulencia bélica. Existen versiones que el hermano mayor de Nzingha le mató al muchachito accidentalmente, pero la realidad es que Nzingha durante toda su vida lloraría a escondidas por su hijito perdido. Esta frustración como madre le hizo concebir un amor desmedido por los niños, con quienes Nzingha adoraba retozar como si fuera una chiquita más, aún cuando ya era una venerable viejita. Nzingha pronto estuvo al frente de las huestes anticolonialistas de su hermano, e ideó nuevas formas de entrenamiento para los elefantes mediante los cuales se movilizaba el aguerrido ejército. Infaltable compañía de Nzingha fue siempre Diat, una preciosa elefanta que no se dejaba montar de nadie más que de esta bellísima morenaza. Diat le había sido obsequiada a Nzingha cuando ella era apenas una bebé, y entre las dos crías que eran ambas entonces habría de formarse un lazo de amor y entendimiento tan profundo que algunos justificaban como pacto demoníaco que permitía a Nzingha tener tan perfecto control de Diat, Diat además acompañó a Nzingha en diversas batallas, recibiendo un total de 15 heridas que afortunadamente no fueron mortales. En 1622, su hermano aprovechó sus dotes de diplomática para tratar de llegar a un acuerdo con el virrey portugués que se había establecido en Loanda. Nzingha fue recibida con boato y finezas, pero cuando por fin entró a la audiencia con el portugués, su ira no conoció límites al ver que mientras el virrey se sentaba en una magnífica silla, a ella le habían puesto un almohadón morado de velvet con hilos de oro para que ella se sentara. Airada, le lanzó el almohadón en la cara a los sirvientes del virrey, y exigió ser tratada con igualdad porque ella era de tan rancio abolengo, o mejor, que el del virrey portugués. En 1623, cuando Nzingha tenía 41 años de edad y aún lucía más bella que la Naomi Campbell, el trono cayó en sus manos. Ya era una veterana de incontables luchas contra los portugueses, y su tesón independentista habría de seguir en pie. Como estadista, fue sagaz y sabía esgrimir muy bien sus armas, ya fueran éstas una lanza o la diplomacia, su encanto femenino, o la religión. Trabó una alianza con los holandeses para echar a los esclavistas portugueses de su reino, dedicándose en cuerpo y alma a luchar por la autodeterminación y la dignidad de su pueblo. Nzingha al llegar al poder había prohibido a sus súbditos que la llamaran reina o se postraran ante ella. Su accesibilidad, buen sentido del humor y alegría le hizo muy popular, y al guiar a sus tropas vestía como hombre sin joyas ni adornos. Muchas veces compartió su plato de comida con sus soldados, y entre ellos logró escoger algunos jóvenes que acabaron compartiendo algo más que una comida con ella. Como amante, Nzingha era apasionada y tierna, pero carecía por completo del demonio de los celos. No tenía mucho tiempo para romances y era pragmática y práctica a morir. Se dice que estuvo brevemente casado con un soldado 10 años menor que ella, pero de esa relación no quedó ni hijo ni documentos como evidencia. Los portugueses y luego otros blancos europeos difundieron la leyenda negra de que solía refocilarse por una noche con sus hombres, pero luego los mandaba a descuartizar. Esta calumnia es apenas prueba de lo que un macho con complejo de inferioridad puede hacer para denigrar a una gran mujer. En 1659, cuando ya tenía 75 años, Nzingha se vio forzada a firmar un tratado con los portugueses, tomando en cuenta que su país se desangraba en una lucha desigual contra los invasores. No quiso seguir sacrificando a su gente, dado que la lanza no podía competir con la pólvora de los arcabuces europeos. Nzingha se fue al exilio con su fiel elefanta Diat, y un 17 de diciembre de 1663, la muerte se llevó a Nzingha. Los portugueses, muerta la mujer que tantos impedimentos les puso para llevar a cabo su nefasta práctica negrera, lograron expandir su tráfico de esclavos mientras me supongo que los restos de la inquieta Nzingha se revolcaban de rabia en la tumba. El ejemplo de Nzingha ha servido de inspiración no solo para grandes dirigentes independentistas por doquier, sino que su valentía, sagacidad y dedicación ha n sido retomados por muchas mujeres al optar por una carrera militar. Su preocupación por la integridad de las selvas africanas la definen como una precursora de los ecologistas, y su amor por los niños y los animales nos revelan un corazón tierno debajo de la coraza de su voluntad férrea. Hoy su leyenda vive incluso en la cultura de origen negra del Brasil, donde es llamada Jinga o reina Ginga, estando siempre presente en los carnavales de ese país. Y miles de niñas, y hasta adoradas mascotas como mi gata negra, llevan el nombre de una de las mujeres más perfectas de toda la historia.
Cecilia Ruiz de Ríos
© Fondo Y Tag Luz Marina R
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