María Cristina de Borbón
María de Cristina de Borbón y Fernando VII se casaron el once de diciembre de 1829, tras quedar ese mismo año Fernando, viudo y sin descendencia de su tercera esposa María Josefa Amalia de Sajonia. El tenía cuarenta y cinco años y un aspecto bastante deteriorado por lo desenfrenado de su vida. Ella con tan solo veintitrés estaba en la flor de la vida, y había aceptado con sumisión las presiones familiares que la obligaban a desposarse con su tío y dar los ansiados herederos a la corona española.
María Cristina de Borbón era la cuarta esposa de Fernando VII, pero la tercera esposa desde que subió al trono. Fue considera muy adecuada para mujer de Fernando, sobre todo por ser veintidós años más joven que él, quien debido a su edad tenía ya frecuentes ataques de gota. Se cuenta que supo encandilar con sus zalamerías al rey, dándole los ansiados herederos, aunque no fueran varones, ya que le dio dos hijas, Isabel y María Luisa Fernanda.
Las crónicas de la época recogen como, con anterioridad a la boda se produjo entre la princesa María Cristina de Borbón y el rey Fernando VII un carteo que hizo que ambos se conocieran un poco mejor. Parece ser que Fernando conocía bastante bien a la que sería su esposa María Cristina gracias a la hermana de esta, Luisa Carlota, casada con su hermano Francisco de Paula. Luisa Carlota parece que había hablado demasiado bien de su hermana y de lo complaciente que era.
La boda entre María de Cristina de Borbón y Fernando VII se celebró en la hermosa capilla del palacio de Aranjuez. Pero lo que pocas personas saben es que pese a la serenidad que demostró la joven María Cristina, el rey, Fernando VII no podía ocultar su ansiedad por ella, hasta el punto de no poder dejar de fumar. Cuentan además las crónicas que el maduro Fernando tan nervioso estaba que olía mal.
Según se aprecia en sus retratos, la joven reina María Cristina de Borbón era una mujer muy hermosa, con unos grandes ojos oscuros muy expresivos, que resaltaban mucho sobre su blanca tez. Cuentan que, en la última etapa del viaje que la llevaba a Madrid, eligió para vestirse un traje de amazona de un azul tan penetrante que, en su honor, y desde esa fecha se le dio el nombre de “azul cristino”.