Opinión David Servan-Schreiber
Descontaminar
el pensamiento
Al monje budista Matthieu le gusta contar una anécdota sobre el Dalai Lama. Durante un seminario sobre encuentros entre Oriente y Occidente, una de las psicólogas americanas que asistieron habló del odio hacia uno mismo. En un principio el Dalai Lama pensó que no lo había escuchado bien y pidió varias veces al traductor que le repitiera el concepto. Luego solicitó que le explicara de qué se trataba aquello, ya que le parecía inconcebible la idea de que el ser humano pudiera sentir odio hacia él mismo.
Cuando finalmente lo comprendió y se dio cuenta de que se estaban refiriendo a un fenómeno muy corriente en Occidente, le invadió una gran tristeza. La pena de imaginar que hay tantas personas que puedan sentirse extrañas con ellas mismas, hasta el punto de llegar a odiarse... ¿De dónde proceden esos juicios terribles que llevamos dentro de nosotros con tanta frecuencia? ¿Esos "soy un desastre", "nunca voy a conseguir nada"? ¿Esos "no merezco que me quieran"? ¿"No estoy a la altura"?
Estuve trabajando en la Organización Mundial de la Salud (OMS) con psicólogos camboyanos y africanos, a quienes enseñaba la identificación de pensamientos negativos sobre uno mismo. A ellos también les cotó mucho entender la idea. Hasta que un terapeuta senegalés finalmente exclamó: "Ah, ya lo entiendo! Usted nos está hablando del miedo que nos da lo que los demás piensen de nosotros".
Y de prontro comprendí que los pensamientos sobre nosotros mismos, que nos atribuimos como propios, en realidad proceden de lo que nos hemos apropiado de los juicios -reales o imaginarios- que hacen los demás sobre nuestra persona. como, por ejemplo, una mujer que no se ha recuperado nunca de haber suspendido la selectividad cuando era joven y todavía sigue diciéndose a sí misma que es un desastre: se ha apropiado del juicio de quienes la miraron de esa manera veinte años atrás. En realidad son sus voces las que siguen resonando en la cabeza y contaminando su mundo psíquico. No es su voz. Es importante parar el raudal de pensamientos negativos que podemos tener sobre nosotros mismos. Aunque con eso no es suficiente. También hay que poner fin al río de pensamientos negativos que tenemos sobre los demás. Cuando asestamos un juicio categórico acerca de un amigo o de un familiar (es un incompetente, es demasiado complicada), lo que hacemos es administrarnos una pequeña dosis de autosatisfacción al compararnos ventajosamente con nuestra víctima. Pero esa satisfacción no es duradera. Al contrario, las críticas a la gente con la que compartimos la vida refuerza en nosotros la idea de que vivimos en un mundo donde cada cual es víctima y agresor a la vez. Y sólo debemos esperar nuestro turno para volver a ser criticados por cualquiera. Liberándonos de los juicios agresivos que realizamos sobre los demás aprenderemos a liberarnos de los juicios que realizamos sobre nosotros mismos. A mi parecer, una de las plegarias más sencilla y más conmovedoras del budismo es una etapa indispensable hacia la ecología interior y la de nuestras relaciones con otras personas. Se trata de reconocer en uno mismo, y en cada ser humano, el deseo más elemental y más legítimo de todos con la plegaria interior que pide al universo: "Haz que tenga tranquilidad, que tenga buena salud y que tenga felicidad".
¿Qué tal si empezamos a familiarizarnos con esas palabras?