Emilia Pardo Bazán nació en La Coruña en 1851 y murió en Madrid en 1921, en el seno de una familia acomodada y aristocrática. Era hija única de José Pardo Bazán y Amalia de la Rúa. De su padre heredó el título de condesa de Pardo Bazán, aunque no lo usaba; será después de 1908, al recibir el título de manos de Alfonso XIII en reconocimiento a su labor literaria, cuando firme en adelante de ese modo.
De su padre heredó también una rica biblioteca. Favorecida por ese ambiente familiar, esta autora se caracteriza desde muy pronto por su afición a las ciencias y a las letras, por su sólida formación en diversas disciplinas y su activismo. Leía a Musset, Víctor Hugo, Lamartine y que más tarde aprenderá el inglés y el alemán para leer en sus versiones originales a Shakespeare y a Heine. Cultivó la literatura desde muy temprana edad, pues publicó poemas desde los dieciséis años.
En el contexto de su época, la figura de Emilia Pardo Bazán destaca por su singularidad, derivada, en buena medida, de su condición de mujer en un ambiente de absoluto predominio masculino. Tanto por su ideología como por sus actitudes o sus escritos, se la considera una precursora de la emancipación de la mujer, y es esta vertiente feminista, sin duda, una de las más sugerentes hoy en día para los lectores o la crítica.
Su vida no está exenta de las complejidades, azares y paradojas que resultan de la confrontación entre su personalidad y su época, de suerte que en ella se conjugan rasgos tradicionales y conservadores junto a otros liberales y progresistas. Se consideraba y alardeaba de su condición de católica, pero terminará separándose (que no divorciándose) de su marido y manteniendo relaciones bien conocidas con personajes de relieve del momento, rodeada casi de continuo por el escándalo.
Se casó a los 17 años con José Quiroga, y ambos fijaron su residencia en Madrid. De Quiroga, que le había prohibido sin éxito que continuara escribiendo a raíz del escándalo surgido por su defensa del naturalismo, se separa en 1885. Entablará después una relación sentimental con Benito Pérez Galdós, uno de los grandes novelistas del momento, con quien mantuvo una interesante e intensa correspondencia amorosa. Con Galdós recorrió Madrid; ambos acudieron a la Romería de San Isidro, episodio que seguramente sirvió de inspiración para el argumento de su novela Insolación. Estuvo también unida sentimentalmente a José Lázaro Galdiano.
Gran viajera, en 1886 conoció en París a Émile Zola, así como a Daudet y a los hermanos Goncourt. Fue amiga también de Francisco Giner de los Ríos, gracias al cual conoció el krausismo. Tenía su propia tertulia y, en general, se mantuvo siempre en contacto con la intelectualidad del momento; además de los citados, y entre otros muchos, hay que mencionar entre los de su círculo a escritores, críticos y políticos como Zorrilla, Rosalía de Castro, Blasco Ibáñez, Unamuno, Menéndez Pelayo, Castelar, Cánovas, Canalejas, etc. Mostró, a lo largo de su vida, un claro interés por la política, como puede apreciarse en su obra literaria. Asistía con regularidad al Congreso a escuchar a los parlamentarios, en especial al citado Castelar, célebre por su oratoria.
En 1916 fue nombrada catedrática de la Universidad de Madrid. Fue asimismo presidenta de la sección literaria del Ateneo madrileño (Ramón Gómez de la Serna nos la describe ante ese artilugio moderno que era la máquina de escribir) y nombrada Consejera de Instrucción Pública, entre otros honores y consideraciones. Sin embargo, y probablemente por su condición femenina, no llegó a ser elegida, pese a sus deseos, miembro de la Real Academia.
El 12 de mayo de 1921, una complicación con la diabetes que padecía le provocó la muerte. Fue enterrada en la cripta de la iglesia de la Concepción de Madrid.
Famosas y no tanto