Pese a los intentos por encontrar tiempo propio, las terapias, la certeza de que el nuevo modelo de mujer atrapa como en una ratonera, pese a los mensajes sociales, las ofertas de ocio, los electrodomésticos, las facilidades de la comida precocinada, el control de su fecundidad, el derecho a voto, a la propiedad, pese a que la vida nunca le resultó, en apariencia, más rica ni más sencilla, la mujer joven española sufre de una pobre salud mental. El suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte de las chicas entre 30 y 34 años.
El suicidio, ese tabú, esa autoagresión tan terrible que afecta por generaciones a la familia que la sufre. Aun así, prefieren esa muerte a la vida que les espera.
Las conclusiones del doctor Julio Zarco, que presentaba el informe, resultan muy curiosas. Habla, sí, del maltrato, de la crisis de los 30 agudizada por las expectativas no cumplidas en el trabajo, del retraso o la imposibilidad de la maternidad, de los ingresos menores por el mismo puesto, pero destaca en especial una frase. El que las mujeres hayan asumido todas las responsabilidades masculinas, en muy poco tiempo, sin que "se haya hecho nada más que mucha demagogia" por la conciliación de las tareas domésticas y la vida profesional.
Qué magnífica descripción de los hechos. Diera la sensación de que por hablar de ello (y se habla casi todos los días de ellos, de manera constante, reiterativa, poco original, como agua que cae en una cascada de fondo y por lo tanto ya no se escucha), se estuviera cumpliendo con los objetivos. Muchos varones, con una escasa tolerancia ante estos temas, se declaran hartos de la presión que sufren para colaborar en el hogar.
Criados como príncipes, con el supremo derecho a ser desordenados, los jóvenes actuales no asumen esas tareas, posiblemente no por machismo, sino por su tendencia instintiva a ocuparse de las labores mejor remuneradas y mejor consideradas. Un privilegiado hace un favor si accede a desempeñar un trabajo por debajo de él. O se siente humillado. Para el hombre, el privilegio es su estado lógico; las mujeres nos ocupamos por lo tanto de lo mismo de siempre, alguien ha de hacerlo, y de las nuevas tareas. Doble tarea, pero, sobre todo, una esquizofrenia constante. ¿Cuál es mi valor real, si fuera de casa se me lanza el mensaje de igualdad laboral y dentro de ella he de asumir los trabajos menos valorados?
ESPIDO FREIRE
Escritora. Licenciada en Filología inglesa por la Universidad de Deusto.
Cele -Celestino-