Nuestra piel acusa el estrés de dos formas distintas, desde dentro del organismo debido a enfermedades, una nutrición inadecuada, tensiones provocadas por el trabajo o la familia y exteriormente debido a la contaminación del ambiente, el ruido o trabajar mucho tiempo en sitios cerrados.
Podemos sufrir estrés sin darnos cuenta, ya que éste se manifiesta de muy diversas maneras como la falta de apetito, dificultades para dormir, entumecimiento de los músculos, falta de apetito sexual o incluso cambios bruscos de humor.
Los síntomas cambian según la piel
- Si la piel es sensible, el estrés se manifiesta sobre todo en la descamación, escozor y picor. La piel reacciona frente a la situación de estrés y lo hace poniendo alerta el mecanismo de defensa celular, pero éste lejos de beneficiar la situación la empeora notablemente. Para este tipo de problema es recomendable aplicar cremas calmantes para pieles sensibles y en casos extremos los dermatólogos aplican productos que contienen alginato, que es un componente utilizado frecuentemente para tratar pieles quemadas.
- Cuando la piel se presenta apagada y con un tono que nos da una apariencia enfermiza, puede deberse a la polución atmosférica, las radiaciones solares o la falta de hidratación. Hay que intentar reconstruir la capa celular destruida a través de cremas reconstituyentes de día y noche.
- Las pieles maduras acusan el estrés mostrándose más arrugadas, con bolsas debajo de los ojos y dando un aspecto triste al rostro. Esto es debido a que la energía que posee la epidermis y que necesita para regenerarse, en situaciones de estrés, tiene que cederla para que otros órganos funcionen correctamente. La solución no es fácil pero puede ayudar un tratamiento de choque que estimule la renovación celular; existen en el mercado cosméticos capaces de devolver en parte la elasticidad y luminosidad que la piel ha perdido.
Para combatir el estrés no hay nada mejor que aprender a relajarse y tomarse las cosas con tranquilidad. Te damos unos pequeños consejos para que intentes conseguirlo:
No intentes abarcar más de lo que puedes hacer. Haz una revisión de cuales son las actividades menos prioritarias y táchalas de tu agenda. Es mejor acabar dos cosas bien, que dejar cinco a medias.
Para conseguir este primer punto planifica todas las tareas con el tiempo suficiente, antes de que se te caigan encima. De esta forma podremos dirigir nuestra energía hacia metas alcanzables, sin necesidad de agotarnos física y mentalmente corriendo constantemente.
Si tienes previsto un día muy agitado, aliméntate bien durante el día anterior, haz reserva de proteínas (carne, pescado, huevos), vitaminas (fruta y verduras frescas) y alimentos que contengan fibra (cereales integrales).
Practicar un ejercicio de forma habitual ayuda a descargar adrenalina y con ella las tensiones acumuladas en el organismo. Si no puedes ir a un gimnasio, intenta andar cada día después del trabajo al menos media hora.