La cultura no sólo proporciona saber, también libertad, amplitud de miras y autoestima. Los padres deben dar ejemplo con sus hábitos y encontrar la manera de transmitirla a sus hijos respetando sus gustos. ¡Viva la variedad!
Como padres, existe el deber de transmitir a los hijos valores y principios humanos que les conviertan en adultos capaces de vivir en sociedad. Pero existe otra misión, la de darles alas y hacerles libres. Imbuirles la necesidad de experimentar el placer del conocimiento que proporciona la cultura es la mejor oportunidad para hacerles la vida más enriquecedora. El primer reflejo del mundo son sus padres y el segundo, mucho más amplio, las manifestaciones culturales a las que pueden acceder, una ventana al mundo imprescindible. Tal y como explica el doctor en Psicología y Pedagogía Valentín Martínez-Otero: “Las primeras etapas de la vida tienen una influencia capital en la forja de la personalidad. El fortalecimiento de la propia identidad en la infancia está condicionado por el soporte familiar, que a su vez se inscribe en un determinado marco cultural. Éste se va a advertir en el estilo educativo de los padres, en los estímulos intelectuales que proporcionen, en la forma de relacionarse con los hijos, etc., y evidentemente deja su sello en la identidad del menor. La familia es la primera y principal institución educativa. Cuando los hijos son muy pequeños, los padres deciden, pero a medida que los hijos crecen hay que dialogar y favorecer la autonomía. De todas formas, los hijos deben recibir suficiente estimulación cultural. Es fundamental la orientación por parte de los padres, su ejemplo y ánimo constante, el respeto a las aficiones y peculiaridades de los hijos, etc. Sin apertura a la cultura, no hay educación posible”. Y es que, como explica la psicóloga Mónica Dosil: “Sin acceso a la cultura común, entendiendo ésta como el conjunto de saberes, modos de vida, costumbres y desarrollo artístico y científico, los niños se perderían la parte más social de la vida”.
¿Cultura por la fuerza?
A veces los padres son grandes lectores y acuden con asiduidad a conciertos y espectáculos de alta cultura, pero ese interés no nace igualmente en sus hijos. ¿Qué hacer si sólo tienen ganas de ver la televisión? De la misma forma que se les presiona para que hagan los deberes, también puede ocurrir que se les intente imponer el hábito cultural a la fuerza. “Si lees un capítulo de este libro te dejaré jugar con la consola”, por ejemplo. Pero los expertos nos explican que la cultura no puede imponerse a la fuerza, precisamente porque debe ser una necesidad que surja del interior de cada niño, libremente. Así, la psicóloga Mónica Dosil explica que “la cultura tiene que ver con lo lúdico. Debemos construir en el niño el deseo por la cultura y no el sentimiento de imposición, pues si no conseguiremos el efecto contrario. Los padres deben estar atentos a los gustos que exterioriza su hijo y, de forma casi natural, ofrecerle la posibilidad de disfrutar de una manifestación cultural que se acerque a sus gustos. Por ejemplo, si el niño disfruta de los dibujos animados manga japoneses, quizás se niegue a leer La isla del tesoro, pero se anima a la lectura si le mostramos que existen libros con historias manga en las librerías”. Se trata de estar atento a lo que el niño quiere libremente y esperar la ocasión para que consuma cultura por iniciativa propia. En la misma línea, exprofesor Martínez-Otero destaca que “la presión, en verdad, puede generar un efecto no deseado, aunque el hecho de no indicar nada al niño puede tener la misma consecuencia”. Pero, ¿hay esperanzas para un niño que no esté habituado al disfrute de la cultura? ¿Se puede apartar a un niño de delante de la tele para sentarlo a leer un libro cuando no lo ha hecho nunca y ya tiene cierta edad? Según Martínez-Otero, “una vez que se adquiere un hábito resulta mucho más difícil eliminarlo. Por eso, es fundamental que se adquieran y afiancen conductas apropiadas cuanto antes. Aún así, los padres no deben tirar la toalla. En este sentido, deben limitar el tiempo que los hijos pasan con el ordenador”. Y no sólo porque no vaya a estimularlos culturalmente como un libro o una obra de teatro, sino también por los riesgos que conlleva estar horas ante una pantalla sin moverse: adicción, sedentarismo, aislamiento social, etc.
Los padres, el ejemplo
Muchas actividades de carácter cultural se ofrecen en el seno familiar a través del ejemplo. Aun sin pretenderlo, el comportamiento de los progenitores aparece ante los hijos como referencia o base de su conducta. En palabras del doctor Martínez-Otero: “La riqueza cultural del ambiente familiar explica el por qué las acciones de los padres contagian a los hijos, pues una estimulación cultural suficiente, sobre todo en los primeros años, opera como poderoso adherente que condiciona la afición o no del niño hacia la cultura. El ejemplo recibido y vivido en la familia actúa como modulador del comportamiento, y aunque posteriormente haya nuevas influencias con la llegada a la escuela o la integración en un grupo de amigos, se vincula para siempre con la trayectoria personal. Es así como el ambiente familiar, en general, y el ejemplo, en particular, constituyen un mundo sutil que prepara el camino por el que el niño transita”,
Beneficios futuros
La cultura da alas a la persona. Un niño con acceso al conocimiento y a manifestaciones artísticas como el cine, el teatro, la literatura, etc., adquiere un bagaje personal que le acompañará toda su vida. La psicóloga Mónica Dosil destaca que “la cultura permite al niño amplificar la visión del mundo y adquirir una flexibilidad cognitiva de pensamiento que le ayudará a conocer mejor su mundo y abrirse a los demás”. Para Martínez-Otero: “Sin cultura no hay verdadero desarrollo personal. Indudablemente abre puertas en todos los ámbitos. Cabe añadir que el acercamiento a la cultura ha de comenzar en la temprana infancia, naturalmente de modo equilibrado y según la edad y desarrollo del niño”. En definitiva, se trata de ayudar al niño a construir su propia personalidad con libertad, conociendo todas las opciones y partiendo de una base amplia de conocimiento. En la mayoría de las ciudades españolas existen numerosas alternativas de ocio (muchas de ellas gratuitas) adecuadas para los niños. Se trata de dedicarle un tiempo cada semana y elegir aquella que realmente pueda interesar al niño, sin presiones ni chantajes. La cultura es un auténtico placer que además de dar libertad al que la posee hace crecer la autoestima. Disfrutar de ella ayuda a todos, niños y adultos, a aprender a vivir mejor nuestras vidas y, en definitiva, a ser un poco más felices.