Algunos días, todo nos supera. Nos sentimos ahogados, desbordados, incapaces de razonar o de gestionar los contratiempos. “Cálmate”, “respira”, “toma distancia”, nos decimos a nosotros mismos instándonos a apretar el botón de pausa. Para los neurobiólogos, eso supone hacer funcionar el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro (donde se ubica la razón) más que el derecho (donde se ubican las emociones), Esa aptitud para parar la máquina de pensar, para hacernos a un lado y considerar el problema desde otro ángulo, la tenemos todos. Se impone a nosotros de forma natural en los momentos más dramáticos de nuestra vida: un accidente, una enfermedad, un duelo… De pronto, todo lo demás se vuelve superfluo, anecdótico, ganando protagonismo lo esencial. Pero, en nuestro día a día, en la agitación de nuestras vidas tan (¿demasiado?) llenas, muchas veces es difícil alcanzar ese estado de distanciamiento y serenidad.
Darnos tiempo para pensar
Cada uno reacciona en función de su historia personal, su experiencia en la vida, sus puntos fuertes y sus debilidades. Pero tampoco podemos escapar a la influencia del ambiente febril en el que vivimos. La realidad es que la mayoría de nosotros nos pasamos el día corriendo contra reloj, sin tiempo para reflexionar y analizar lo que nos preocupa. El resultado es que pasamos de actuar a reaccionar. Como nos explica la psicoterapeuta Virginia Silva: “Hoy en día estamos atrapados en la rutina del ‘no hay tiempo’. Pero lo cierto es que para reflexionar hace falta tiempo y dedicación. El análisis y la meditación requieren que nos tomemos un descanso para poder pensar, ya sea sobre nosotros mismos, nuestras circunstancias o ambas cosas. Pero con el ritmo de vida actual no se piensa, sólo se actúa, ya que, muchas veces pararnos a pensar es considerado como perder el tiempo. No nos han enseñado a reflexionar, pero siempre podemos aprender a hacerlo”.
Evidentemente, no somos responsables de todos los males del mundo, pero si tenemos la capacidad de actuar sobre nosotros mismos, tomando una cierta perspectiva sobre aquello que nos preocupa y aprendiendo a reconocer nuestras prioridades.
Aprender a relativizar
Cuando siente cómo el estrés comienza a aflorar, Tomás, 36 años. Dice recurrir a su “espíritu cartesiano”: “Hace algunos años, cada vez que tenía que ir a buscar a mis hijos a la guardería por la tarde y debía hacer algún trabajo urgente que acabar, tenía la impresión de asfixiarme. Ahora mantengo a raya los nervios y procuro organizarme, sabiendo que mis hijos son mi prioridad. Además, no es desagradable una subida de adrenalina de vez en cuando…”.
Muchas veces, acarreamos tantas responsabilidades y vivimos con tantas prisas que nos cuesta diferenciar lo urgente de lo importante. Pero, como nos indica la psicoterapeuta: “Podemos aprender a distinguirlo. Para ello tenemos que aprender a cuidarnos y fomentar una buena autoestima, ya que, en general, siempre nos ponemos al final de la lista. Necesitamos tiempo para nosotros mismos, para relajarnos, para estar con los amigos o la familia, para hacer ejercicios, para comer bien, etc., y no hay nada que descuidemos tanto como a nosotros mismos. Por lo tanto, si empezamos a ponernos en el principio de la lista, ya habremos aprendido a tener en cuentas lo importante. Lo demás vendrá después”,
Estar a gusto con nosotros mismos, sentirnos bien física y mentalmente, nos ayudará a identificar nuestro estado de ánimo y a aceptarlo para dejarlo pasar sin dejarnos arrastrar por él. Concedernos tiempo para interrogarnos sobre cómo nos sentimos y ser capaces de disfrutar del ahora nos ayudará a poner la distancia mínima para afrontar los problemas sin sentirnos desbordados ni perdernos en anticipaciones catastrofistas.
Buscar nuestro interior
“La clave está en conseguir alcanzar un nivel de serenidad y bienestar satisfactorio –nos recuerda la psicoterapeuta-. Para ello, es necesario dedicar tiempo a conocernos a nosotros mismos y a aceptarnos tal y como somos. Sólo se puede actuar con serenidad cuando esa serenidad está en nuestro interior.” Así lo atestigua Elisa, 44 años: “Cuando empecé mi terapia, el hecho de lograr dedicarme ese tiempo ya era una pequeña victoria… Todavía hay veces que me siento desbordada, pero ya no me angustio. Lo que hago es concederme un tiempo antes de tomar una decisión”. Otros consiguen evitar esta angustia a través de la meditación, mediante técnica de relajación. Como señala Virginia Silván: “La serenidad no es algo que se encuentre, sino que se cultiva. Nosotros somos los encargados de plantar su semilla y realizar todos los cuidados necesarios para que crezca”.