El IV Reich y el futuro de Europa
José María Castillo
29 SEP 2012
Cuando por toda Europa se extiende la impresión de que todos, de una manera o de otra, dependemos de la señora Merkel; y cuando al Bendesbank se le aplica el adjetivo de “todopoderoso”, que hasta ahora se le aplicaba sólo a Dios, a uno le da por pensar que lo del IV Reich va en serio y ya está en marcha.
Como es bien sabido, antiguamente la idea de “imperio” (Reich) estaba relacionada con el hecho de ampliar fronteras y dominar pueblos por el poderío de los ejércitos y la destreza política de los gobernantes. Eso ya no es así. El poder efectivo ya no se basa ni en la política ni en la fuerza militar, sino en la economía. A esto hay que añadir que, por historia y por cultura, la idea y el hecho del “imperio” está fuertemente ligada a Alemania. Desde el Sacro Imperio Romano Germánico (Primer Reich), pasando por las victorias Bismarck (Segundo Reich), hasta el nazismo de Hitler (Tercer Reich), la tendencia de Alemania a erigirse en Imperio seguramente nunca se extinguió del todo.
Aquí no puedo olvidar lo que escribió F. Dostoievski, en su “Diario de un escritor” (c. III): “La Antigua Roma fue la primera que engendró la idea de unidad mundial, y el hombre pensó ejercitarla como una monarquía mundial”. Hasta que se hundió aquella idea. “Y se cambió por un nuevo ideal de unión mundial en Cristo”. Y así se erigió la nueva concepción de “la unión espiritual bajo el báculo del Papa, como soberano de este mundo”. Este proyecto perduró hasta la Revolución francesa. ¿Qué tenía que ver todo esto con Alemania? “El rasgo más característico, más esencial de este gran, orgulloso y especial pueblo, desde el primerísimo momento de su aparición en el mundo histórico, consistió en que nunca quiso unirse, en su vocación y en sus inicios, con el extremo occidental del mundo europeo, es decir, con todos los sucesores de la antigua vocación romana”.
Conocemos, por supuesto la aversión que Dostoievski le tuvo a Alemania. Más fuerte aún fue su rechazo del comunismo. En todo caso, a partir de la caída del Muro de Berlín, el crecimiento sin frenos del capitalismo ha puesto en evidencia que el auge desbocado de este sistema va a ser muy difícil de controlar. ¿Estamos abocados a un precipicio irremediable? Seamos sinceros. Nadie sabe a ciencia cierta lo que va a pasar. En cualquier caso, lo que no admite duda es que, en esta debacle, Alemania (¿cómo no?) ha tomado el mando. Y se está cumpliendo lo que ya Dostoievski intuyó en el s. XIX. El futuro de Europa es el futuro de la hegemonía de Alemania sobre los residuos del viejo Sur mediterráneo, que cimentó las bases de la cultura de Occidente. Pero cometió el error de vivir sus creencias de forma que centró sus convicciones y su conducta en torno a la piedad, las tradiciones religiosas y la resignación, al tiempo que a los hombres del Norte se les consideró siempre como los “bárbaros”, primero, y los “protestantes”, después. Ellos, sin embargo, fueron más prácticos: pusieron su “vocación” en la “profesión” y a productividad (M. Weber).
El futuro de Europa se ve venir. El capitalismo se recompondrá. Pero sobre la base de lo que le es constitutivo: la sumisión resignada de los pobres del Sur al Imperio del IV Reich. Ojalá me equivoque.