Solemos ser especialmente benévolos con aquellos a los que queremos. No percibimos sus defectos, nos parecen más atractivos y tendemos a justificar y perdonar sus errores. Pero no suele ocurrir eso cuando es uno mismo el que está en el punto de mira. Los complejos, físicos o de personalidad, suele acentuarse cuando los acompañamos de una excesiva autoexigencia, una mirada crítica y analítica y poca estima por nuestras peculiaridades. Está bien ser combativo y valiente e intentar mejorar cada día, identificando nuestras debilidades. Pero no debemos dejar nunca de querernos. Ésa es la clave para mejorar nuestra mirada, suavizar nuestros juicios y tolerar las imperfecciones que nos acompañan a todos. Si aprovechamos sólo la mitad de la energía que dedicamos a analizar nuestras imperfecciones a ensalzar nuestras virtudes, es probable que la balanza se decante a favor de aquello que nos hace especiales. Así podremos mejorar lo que nos incomoda, si es posible, o convertirlo en un rasgo que nos defina sin martirizarnos. La tolerancia hacia uno mismo, los demás y la vida nos ayudará a equilibrarnos.
RAQUEL GAGO