ANTONIO AVENDAÑO SEVILLA 10/04/2012
Al secretario de Estado de Administraciones Públicas, Antonio Beteta, nadie le ha avisado de que la guerra sucia del Gobierno central contra Andalucía terminó el 25 de marzo y el pobre se ha hecho un lío. Y no sólo un lío: a lo tonto a lo tonto, y al igual que el pequeño Froilán de Borbón, Beteta se ha disparado a sí mismo y al Gobierno al que pertenece. A favor de Froilán puede al menos decirse que solo tiene 13 años, mientras que los 56 de Beteta agravan el alcance de una imprudencia cuya única justificación sería la misma que vale para todos los niños que dicen cosas indebidas delante de las visitas: las criaturas se limitan a repetir en público lo que han oído decir tantas veces a sus papás en privado, sin calcular que lo que en la intimidad familiar es una inocente chanza, delante de extraños puede ser un embarazoso drama.
Eso de dispararse en el pie le ha pasado a Antoñito Beteta por jugar con armas de fuego, pues la estrategia de poner en duda las cuentas autonómicas es exactamente eso: un arma que manejada sin pericia puede poner en peligro la vida del artista o de quienes anden cerca de él, desacreditando además el buen nombre de la familia y su capacidad para educar debidamente a los hijos. Cuando el número dos de un ministerio tan crucial como el de Hacienda dice tener datos de que la Junta de Andalucía "no es transparente" sobre sus cifras de déficit, y eso es lo que dijo Beteta ayer en Onda Cero, está sembrando dudas sobre credibilidad internacional de las cifras mismas de España, es decir, está creando problemas a su propio Gobierno, que precisamente lo que necesita a toda costa es hacer creer a Bruselas y al resto del mundo que España no hace trampas con sus cuentas públicas.
Antes de las elecciones andaluzas que dieron la victoria a la izquierda, la vicepresidenta Soraya Saénz de Santamaría y varios miembros más de la familia gubernamental, entre ellos el propio jefe de Beteta, Cristóbal Montoro, se divirtieron reiteradamente a costa de las cuentas andaluzas desacreditándolas una y otra vez en público y en privado. Era una guerra sucia, pero al menos se entendía: las elecciones autonómicas estaban a la vuelta de la esquina y toda ayuda era poca para conseguir la mayoría absoluta que las urnas negaron finalmente al Partido Popular.
No hay datos ni los ha habido nunca de que la contabilidad pública andaluza sea menos fiable que la del resto de comunidades autónomas, pero sí hay datos y son incontestables de que Andalucía ha sido la única comunidad sobre la que el Gobierno ha manejado la insidia, alentado el descrédito, extendido la duda y propagado la sospecha de que sus cuentas no son lo que dicen ser.
Perdida definitivamente Andalucía para la causa del bien, no tiene sentido seguir con una matraca que ya no puede dañar al PSOE andaluz ni, en realidad, a la propia Andalucía, pero que sí tiene como primer damnificado al mismísimo Gobierno de España, ya que afirmaciones como la de Beteta se lo ponen más difícil al Ejecutivo a la hora de convencer a los burócratas europeos de que España no hace trampas. Cómo que no las hace, si hasta los altos funcionarios del Gobierno español afirman lo contrario, se preguntarán los genios de Bruselas relamiéndose para sí mismos como hace todo el mundo cada vez que la realidad confirma los propios prejuicios.
A Beteta le ha ocurrido también lo que le sucedió el domingo al bronco central madridista Pepe, cuando ya en el tramo final del partido contra el Valencia se dedicó a hacer teatro retorciéndose aparatosamente en el suelo por la leve patada de un adversario, sin advertir que esa pérdida de tiempo perjudicaba no al equipo contrario sino a su propio equipo, que era el que necesitaba con urgencia ganar el encuentro. Cuando su compañero Arbeola se acercó a informarle de que, como mínimo, estaba haciendo el tonto, Pepe estaba tan en su papel sobreactuando a cuenta de un dolor inexistente que hasta le propinó una patada involuntaria al pobre Arbeola.
Al igual que Pepe al Real Madrid y Froilán a la Casa Real, Beteta le ha propinado una involuntaria patada a su ministro Montoro y a su presidente Rajoy. Como Pepe y otros jugadores bastante efectivos pero poco sutiles y, en todo caso, no extremadamente inteligentes, Beteta no ha comprendido que su equipo necesita con urgencia ganar ante los mercados el partido de la credibilidad y la confianza y que sobreactuaciones como la suya operan en contra de los intereses de su propio club. Del mismo modo que en descargo de Froilán puede decirse que tiene 13 años y en descargo de Pepe puede decirse que es futbolista, en descargo de Beteta poco puede decirse. Si acaso, que fue durante años consejero del Gobierno de Esperanza Aguirre. ¡La de cosas que debió oír el pobre chico en aquella casa cuando no había visitas!