Opinión / Pilar Varela
En cada casa hay un sofá. Por lo menos. El sofá es un elemento necesario en un salón y en una vida. A medio camino entre lo útil y lo decorativo, un sofá es mucho más que un mueble. No hay dos iguales, en cuanto salen de la tienda ya empiezan a construir su personalidad. En algunas casas está prohibido sentarse en él, porque su único papel es el lucimiento, pero en todas las demás, el sofá es el vínculo físico del hogar, más acogedor que la cama y más social, casi como si fuera un miembro más de la familia, y da igual que sea nuevo o gastado, discreto u ostentoso, siempre tendrá abiertos su brazos de terciopelo o escay para acogernos. El sofá es una pieza democrática, no entiende de clases, se ha propuesto servir igual en un palacio y en una chabola. Sea donde sea, ahí estará, cálido y silencioso. Para algunas personas es tan maternal que se recompensan su tapizada ternura engalanándolo con trapitos de ganchillos; para otras es tan imprescindible que hasta se lo llevan a la playa junto con la sombrilla y la merienda. Si los sofás hablaran, cuántas cosas dirían. En su seno ha sucedido de todo, desde la famosa escena del sofá –“no es cierto, ángel de amor”- hasta las confesiones al psicoanalista. Los sofás domésticos sorprenderían si contaran lo que saben: éste es más perezoso de lo que parece, aquel estudia sin cesar, el otro habla por teléfono compulsivamente, y el que afirma que nunca ve la televisión, devora horas y horas de los peores programas. Por suerte no hablan, pero su discreción no les impide delatar ciertas historias, porque en sus entretelas de vez en cuando se hallan monedas, llaves, facturas, papelitos, que a alguien se le escaparon sin querer, y otras veces en sus cojines arrugados o dispuestos en desorden se adivina alguna que otra cogorza, o algún revolcón amoroso fácil de adivinar por el desorden en el “campo de batalla”. Pero un sofá también tiene si corazoncito y, como si de un ser vivo se tratara, conoce el maltrato y el abandono. Una buena metáfora de soledad es un sofá desvencijado y tirado en medio de un solar. Eso que en un momento fue la mejor pieza de la casa, hoy yace por ahí, desechado, como una prostituta vieja y cansada que no puede combatir su deterioro.
Ojalá que los que sí tenemos vida, tuviéramos la mitad de la ternura, discreción y fidelidad que un sofá, sin saberlo, nos ofrece.
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