Ángel Gabilondo
Catedrático de metafísica
Cuando no estemos
¿Somos conscientes de que el tiempo que vivimos sin la presencia de nuestros seres queridos es mucho mayor del que pasamos con ellos?
No es fácil aceptar que alguien o algo tan consistente, tan contundente, pueda un día llegar a faltar. Siempre lo más verdadero parece mentira. Uno necesita mucho que resulte increíble para poder pensarlo. En definitiva, se trata de una forma de olvidar. En realidad, es la vida la que se nos va. De hecho, la de los seres que conocemos y que más queremos. Más singularmente, la nuestra. Y, en concreto, la tuya. Me cuesta creer que te irás, o me iré, aunque aprendo cada día cómo vives en una elegante despedida. Y me anticipo. En eso consiste saber vivir, en saber vivir dejando, entregando, no simplemente quedándose. Darse es también desprenderse.
No puedo imaginar sin sentir el desgarramiento, sin recordar que habitamos una constante despedida. No es cuestión de falta de afecto, es que sentirlo es reconocer sus límites, el carácter efímero del aprecio, a pesar de que dure toda la vida y la perviva. Aunque sea siempre, no dejará nunca de ser pasajero. Cada separación, aunque sea momentánea, preludia la falta del uno para el otro. Nunca habrá una absoluta posesión, ni un retenimiento eterno.
Cuando mas cerca estamos y vivimos, más comprobamos que no cabe la permanente identificación, que ni siquiera resulta conveniente. Vivir es reconocer que habrá un tiempo, el más extenso, en el que no estaremos juntos y entonces bastará el recuerdo. La falta será profunda e intensa. La marca indeleble. El vacío imborrable. Y será preciso vivir con él.
Siempre he considerado que seré yo quien no esté, pero cuando alguien querido se va, es cierto modo, ambos abandonan su lugar. Tal ves se viva entonces en el modo de un haberse ido. No va despistado o perdido, sino errante. Un extravío constitutivo hace pesadas las agujas del reloj y el tiempo resulta tan plomizo que su paso lento tiene aires procesionales.
Si faltas, contigo se irá la vida. Siempre podré continuar, supongo. Incluso es posible que puedas disfrutar o crear, pero en cierta manera ya habré fallecido. Esto siempre lo supe.
Ahora trato de comprender que soy yo quien cada día se despide. Y me gusta saber que sin ti todo perderá el brillo. Eso es lo que alivia el secreto. Antes faltaré yo. Sería lo justo.