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FRANCISCO NÁCHER: EL DÍA QUE CONOCÍ EL FUTURO.Y(III)
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 28/05/2009 12:28

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EL DÍA QUE CONOCÍ EL FUTURO.Y(III)

por Francisco-Manuel Nácher

Un sudor frío me cubrió... ¿Seremos felices siempre? ¿Cuántos

años vivirán mis hijos? ¿Les irá bien en la vida?... Las preguntas eran

decenas, centenares, y se amontonaban en mi cabeza mientras yo

hacía verdaderos esfuerzos por no conocer las respuestas, porque esas

posibles repuestas me daban pánico. ¿Y si mi hijo tenía que morirse,

por ejemplo, de accidente, dentro de cinco años? ¿Quería yo pasar

esos cinco años viendo cada día la escena fatal y esperando a que

ocurriese? Y, si yo tenía que desarrollar un cáncer de estómago, por

ejemplo, a los 65 años, ¿tendría que vivir miles de veces todo el

problema, como en un ensayo ininterrumpido, hasta que me muriese

definitivamente? Y, si había de haber una desgracia en la familia,

¿tendría que saberlo desde ahora y pasar todo ese tiempo, como si tal

cosa, hasta que sucediese? ¿Y si el país no iba a ir bien y yo debía

perder mi trabajo, ¿cómo iba a convivir de modo normal con mis jefes

hasta entonces? Y, si mis hijos habían de contraer enfermedades, que

las contraerían, como todos, y habían de suspenderles en los estudios

alguna vez, y habían de tener problemas en la vida, ¿tenía que sufrir

yo ahora en silencio y sin poder hacer nada por remediarlo, por el

mero hecho de poseer una extraña facultad que ya iba convirtiéndose

más en una carga?

Por momentos, me iba horrorizando, y no me atrevía a pensar en

nada, a preguntarme nada, ante el temor de conocer, de vivir

inmediatamente la respuesta anticipada, buena o mala. Ya no me

importaba.

Sin darme casi cuenta, me había convertido en otro hombre.

Antes, afrontaba cada minuto del día con ilusión, con esperanza, con

ganas; hacía proyectos, soñaba, deseaba, imaginaba... Pero aquel día

todo eso me estaba vedado.

Ya no era sino un saco de nervios, asustado, aterrorizado y sin

ganas de desear nada ni de actuar ni de proyectar. Porque, si la

respuesta a cualquier problema era favorable, ¿para qué me iba a

esforzar? Y, si era desfavorable, ¿para qué me iba a esforzar? La vida

había perdido todo su sentido.

Así que, sin moverme de mi casa y sin decir nada a ninguno de

los míos, cené pronto y me metí en la cama con el firme propósito de

renunciar al "privilegio" que se me había concedido.

No pude recordar al día siguiente, si me encontré con el ángel o

no. Quizás bastó mi deseo de renuncia. Lo cierto es que, cuando me

desperté, con terror, me atreví a preguntarme cómo discurriría mi aseo

diario... y no lo vi.

El alivio que sentí fue indescriptible. Salté de la cama, me asee

silbando de contento, desayuné feliz y salí a enfrentarme con la vida

con una sensación dulcísima de incertidumbre y de libertad como

jamás había sentido.

Aquello me enseñó que lo verdaderamente atractivo de la

vida es, precisamente, lo que tiene de aventura; que lo que nos

conviene es el esforzarnos para ir resolviendo los problemas,

grandes y pequeños, que se nos van presentando, al tiempo que

desarrollamos nuestra voluntad y nuestro carácter y nuestra

inteligencia; y el ir disfrutando los instantes felices cuando de veras

llegan, y el soñar y el desear y el aspirar y el superarnos cada día; que

sólo los seres de planos más elevados que, con conocimientos

superiores a los nuestros, se cuidan de nuestra evolución como

hombres, o los más evolucionados entre éstos, cuya escala de valores

se ha estructurado de otro modo y dan a las cosas de aquí mucho

menos valor que el resto de los mortales, son capaces de conocer el

futuro y de soportarlo sin traumas. Para nosotros la vida no es, no

debe ser, al fin y al cabo, más que una maravillosa y permanente

improvisación.

* * *

 

 

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