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FRANCISCO NÁCHER: EL DÍA QUE CONOCÍ EL FUTURO.(II)
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 26/05/2009 15:07

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EL DÍA QUE CONOCÍ EL FUTURO.(II)

por Francisco-Manuel Nácher

 

Al tomar la pasta de dientes, se me cayó al suelo. En ese

momento, me di cuenta de algo: ¡Yo ya sabía que se me iba a caer!

¡Lo había visto un momento antes!

Automáticamente, recordé el sueño íntegro y, lógicamente, me

acometió la curiosidad de comprobar si lo del dentífrico había sido

sólo una casualidad. Pero no, con gran sorpresa por mi parte, cuando

probé con mi desayuno y deseé conocerlo, me vi desayunando...

exactamente igual como ocurrió luego, cuando desayuné "de verdad".

Y cuando, más tarde, pensé en mi trayecto hasta el trabajo, lo vi con

todo detalle, contemplé cada semáforo, cada incidente, las personas

que iba a ver, los sentimientos que me iban a embargar... todo,

absolutamente todo, como luego, cuando emprendí realmente el

camino de la oficina, me fue ocurriendo.

Sólo tenía que pensar en algo futuro deseando conocerlo, para

verlo ya realizado. Y luego, cuando, en su momento, llegaba, ocurría

exactamente como lo había visto.

No cabía duda, pues, de que estaba conociendo el futuro. Sentí

una inmensa alegría y me preparé para disfrutar durante los tres días

de que el ángel me había hablado. En tres días - pensé - podré tener

claro todo lo que me interesa conocer.

Toda la mañana, sin embargo, y ante lo extraordinario de la

situación, la dediqué a comprobar si yo estaba verdaderamente

despierto y si aquello era realmente cierto. ¡Y lo era! ¡Yo veía lo que

iba a suceder! Cuando llegó el momento de salir a tomar el café de

media mañana, yo ya había experimentado su sabor, su temperatura,

su cantidad, la satisfacción que me produciría, las conversaciones de

los compañeros, los chistes, las bromas... todo, absolutamente todo,

con todo detalle, y experimentado todas las sensaciones y sentimientos

que me produciría y que luego, cuando fui realmente al bar, volví a

experimentar con toda exactitud.

Como era época de jornada intensiva, poco después de mediodía

regresé a casa, un tanto excitado. Porque, durante la mañana, había

pre-vivido una entrevista con mi jefe, que luego ocurrió exactamente

igual; una reunión con un proveedor, que se repitió idéntica en la

realidad; una serie de conferencias telefónicas que viví antes de que

tuvieran lugar y había leído la correspondencia antes de recibirla.

Comencé a sentirme raro. Al llegar a casa, comí de nuevo lo que

poco antes había comido ya en mi pre-visión. Y, claro, no me apeteció

como otros días. Comí, sólo por consideración a mi mujer y al trabajo

que había hecho cocinando. Pero todo era ya distinto.

En casa, las conversaciones con mi mujer y con mis hijos fueron

meras repeticiones de las que yo antes de tener lugar había ya vivido.

Yo me sentía como un papagayo, repitiendo lo que ya había dicho y

escuchando lo que ya había oído. Las noticias de la Televisión, las

conocí antes de conectar el aparato... y luego las vi y las escuché, de

nuevo, exactamente iguales.

Por supuesto, me consolaba: "Tengo toda la tarde y dos días

más para seguir experimentando, para sacar partido de esta facultad

con la que siempre había soñado".

Me pregunté, con cierto temor, he de reconocerlo, si me daría

algún golpe aquella tarde. Y me vi recibiendo un encontronazo en la

espinilla propinado por la mesa baja del salón. Poco después y a pesar

de todas mis precauciones, recibí el golpe y experimenté otra vez el

consiguiente dolor. Preví lo que mi mujer, que se había ido de

compras, traería, y lo vi con todo detalle. Incluso una sorpresa que me

compraría, consistente en una camisa. Claro, cuando luego llegó mi

mujer, la sorpresa ya no lo era y tuve que disimular y fingirme

agradablemente sorprendido. Quise ver en la televisión un partido de

fútbol y, antes de conectarla, resultó que ya conocía el resultado y

había visto las jugadas de los goles y vivido cada detalle del mismo...

que luego volví a ver en la realidad, pero ya sin interés alguno.

Sin querer, empecé a preocuparme. Aquello no era lo que yo me

había imaginado. Era algo muy distinto.

Lógicamente, me pasaron por la imaginación - pero procuré que

sólo superficialmente de modo que, al no "desear" la respuesta, ésta no

apareciera en la pantalla de mi mente - una serie de preguntas, cada

vez más intranquilizantes: ¿Cuándo me moriré? ¿Y mi mujer?. ¿Y mis

hijos? ¿Y mis padres?... Haciendo verdaderos esfuerzos por no

"desear" ver esas escenas, comencé a sentirme mal.

 

 

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