Está de moda criticar, siempre que por criticar se entienda encontrar
mal lo que hacen los gobiernos, las religiones, los empresarios, las
instituciones, los vecinos y hasta los amigos y parientes, y asegurar que
nosotros lo haríamos mejor. Y, claro, a poco que se piense, se descubre lo
irracional de esa postura: Por un lado, porque carecemos de la información
que los interesados poseen para actuar como actúan y, por otro, porque
nuestra crítica nada aporta para solucionar el problema y sólo sirve para
nuestra autocomplacencia, convencidos como estamos de nuestra
sabiduría, nuestra agudeza y hasta nuestro genio. Pero ¿no sería más
racional, más lógico y más constructivo que, en vez de estudiar y criticar a
los demás nos estudiásemos a nosotros mismos y, comprobado, como
comprobaríamos sin duda, que dejamos mucho que desear, nos
dedicásemos con todas nuestras fuerzas a cumplir fielmente todas nuestras
obligaciones de ciudadanos, de empresarios, de trabajadores, de padres, de
esposos, de hijos, de religiosos, de miembros de asociaciones, clubs, etc.?
¿No funcionaría todo mejor y hasta quizá resultaría innecesaria la crítica?
Es, pues, mejor norma de conducta actuar correctamente y ver en los
demás todo lo positivo, dejando que actúen como creen que deben hacerlo
y opinar y aconsejar sólo si se nos pide opinión o consejo, que meter las
narices donde no se nos ha llamado.
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