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NO JUZGUÉIS…

por Francisco-Manuel Nácher 

 

Dice el apóstol Santiago en su maravillosamente profunda

Epístola: “La lengua, siendo uno de nuestros órganos, contamina, sin

embargo, el cuerpo entero… De la misma boca salen bendición y

maldición. Y eso no puede ser… ¿Es que una fuente puede echar por

el mismo caño agua dulce y agua salobre?”

Y, en otro de sus párrafos, añade: ”Si interiormente os amarga el

despecho y sois partidistas, dejad de presumir y engañar a costa de la

verdad. No es ése el saber que baja de lo alto; ése es terrestre,

irracional, maléfico; y, donde hay despecho y partidismo hay

turbulencia y toda clase de malas faenas.”

Y sigue: “¿De dónde esas guerras y de dónde esas luchas entre

vosotros? ¿No será precisamente de esos apetitos agresivos que

lleváis en el cuerpo? Deseáis y no obtenéis, sentís envidia y despecho

y no conseguís nada; lucháis y os hacéis la guerra y no obtenéis,

porque no pedís; o, si pedís, no recibís, porque pedís mal, para

satisfacer vuestros apetitos.”

Y aún insiste: ”Dejad de denigraros unos a otros. Quien denigra

a su hermano o juzga a su hermano, denigra a la Ley y juzga a la

Ley; y, si juzgas a la Ley, ya no la estás cumpliendo, eres su juez.”

Tras leer cuanto antecede, poco queda por decir. Si acaso,

algunas reflexiones que no añadirán nada a lo dicho, pero quizás lo

harán todo un poco más próximo:

Cuando vayas a hablar sobre alguien, párate antes y pregúntate si

lo que vas a decir de esa persona es bueno o es malo. Si es bueno,

proclámalo, grítalo a los cuatro vientos para que todos lo sepan y

tomen ejemplo. Pero, si es malo, muérdete la lengua, córtatela, si es

preciso, con los dientes, antes de pronunciar una sola palabra contra tu

hermano. Y si, desgraciadamente la pronuncias, no presumas luego de

bueno ni de leal ni de digno de confianza porque, aunque tú pienses lo

contrario, no lo eres.

Porque tú, que no te conoces ni a ti mismo, no vas a pretender

conocer las motivaciones ni las circunstancias ni los propósitos de tu

hermano y, por tanto, lo único que estarás haciendo es proyectar sobre

él tus propios defectos.

Si ves algo en tu hermano que no te guste o no te parezca

correcto, díselo abiertamente, mirándole a los ojos, pues quien no mira

a los ojos de su interlocutor no es digno de confianza, y hablad los dos

del tema. Pero nunca evites hacerlo así y vayas por la espalda

difamándolo o calumniándolo, sin más información que tus propias

suposiciones, o las confidencias interesadas de otros, influidas, en

todo caso, por tu propia imperfección.

Cada uno de nosotros hemos alcanzado en nuestra evolución

espiritual un nivel determinado, una línea por encima de la cual

terminan nuestra comprensión, nuestras facultades razonadoras,

nuestra intuición, nuestra capacidad de expresar el amor o la

disponibilidad o la amistad o el compañerismo o la comprensión o la

tolerancia. Un punto por encima del cual, todo lo que hay se nos

escapa, nos es ininteligible y, por tanto, desconocido y, hasta que

evolucionemos más, inexplorable e incomprensible. Al mismo tiempo,

sin embargo, hay otros que han evolucionado más que nosotros y ven

donde nosotros no vemos o sienten donde nosotros no sentimos o

comprenden donde nosotros no comprendemos.

Por tanto, todo lo que los demás hagan o digan o escriban o

manifiesten por encima de nuestro umbral máximo indicado, al ser

interpretado por nosotros, será necesariamente rebajado, depreciado,

deformado por nuestra falta de capacidad y manchado injustamente

por ella.

* * *

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