Pero cuando el espíritu ha encontrado la verdad y se ha puesto en contacto con las
realidades divinas; cuando ha entrado en la Región del Pensamiento Concreto, que es el
cielo y ha visto aquella gran verdad de que todas las cosas son una sola, y que, aunque
aparentemente aparezcan aquí separadas, hay un hilo invisible uniéndolas todas; cuando el
espíritu ha vuelto así a la universalidad y al amor, entonces ya no podrá separarse nunca
más de allí.
De este modo, cuando deja el reino de la verdad, deja también detrás de sí la
sensación de separatividad (simbolizada por el anillo) y de este modo se hace universal en
su naturaleza. No conoce familia ni país, y piensa como el tan mal interpretado Tomás
Payne, que decía: “El mundo es mi patria, y hacer el bien mi religión.” Este estado mental
está alegóricamente representado por Siegfried cuando entrega a Brunhilde el Anillo del
Nibelungo.
Como el lector debe recordar, las Valkirias eran hijas de Wotan, el dios principal de
la mitología del Norte. Ellas pasaban por el aire a caballo y a gran velocidad, para acudir a
cualquier sitio donde hubiese un combate mortal, ya fuese entre dos, o entre un gran
número de guerreros. En cuanto uno de los combatientes caía muerto, ellas le levantaban
dulcemente basta sus cabalgaduras y le llevaban a Valhal, la morada de los dioses, donde
era resucitado y vivía en la gloria por siempre jamás. También conviene recordar que la
palabra Valkiria es interpretada como elegido por aclamación. Aquellos que sostenían la
batalla de la vida hasta el final, eran elegidos por aclamación para ser los compañeros de
los dioses.
Brunhilde era el jefe de estas hijas de Wotan y su caballo Grane era el más rápido
de los corceles. Este animal que había llevado siempre tan lealmente en sus lomos al
espíritu de la verdad, ella lo dio a su marido; porque la verdad puede siempre ser
considerada como la novia de quien la ha encontrado. Por esta razón, el caballo es el
símbolo de la rapidez y decisión, con las cuales uno que se ha casado con la verdad es
capaz de escoger acertadamente y de distinguir entre la verdad y el error, pero sólo en el
caso de que permanezca fiel.
Así, con el amor de la verdad en su corazón y montado sobre el caballo del
discernimiento Siegfríed sale para librar la batalla de la verdad y traer el mundo cautivo a
los píes de Brunhilde. El cielo y la tierra están en la balanza, porque puede revolucionar el
mundo sí sigue siendo fiel y valiente; pero si olvida su misión y se deja enmarañar en la
esfera de la ilusión, la última esperanza de redimir al mundo habrá desaparecido. El
crepúsculo de los dioses estará muy cerca cuando desaparezca el actual orden de las cosas,
cuando los cielos se fundan en ardiente calor, para que del trabajo de la naturaleza nazca un
cielo nuevo y una nueva tierra, donde la equidad, cual un manto, cobijará a todos los seres.
Volvamos ahora la vista del cielo, de Siegfried y Brunhilde, a la tierra donde la
humanidad, a la cual la verdad ha de liberar, está esperando al héroe anunciado. El mito del
Norte nos introduce en la corte de Gunther, un rey honrado y bueno según el criterio del
mundo. Gunther, su hermana, es la señora más distinguida del país y su hermano no está
casado. Entre los cortesanos hay un tal Hagen, palabra que quiere decir gancho y significa
egoísmo inherente. Es descendiente de los Nibelungos, emparentado con Alberico, quien
modeló el anillo fatal. Siempre, desde que el anillo salió de sus manos, los Nibelungos han
vigilado cuidadosamente a sus poseedores: primero Wotan, que engañó a Alberico y le
roban el anillo, después Fafner y Fasolt, los gigantes que habían edificado Valhal para
Wotan. y que le obligaron a darles el anillo como parte del pago para rescatar a Freya, la
diosa del amor y de la juventud, a la cual Wotan había prostituido y vendido para obtener
más poder: después, cuando Fafner mató a Fasolt, los Nibelungos vigilaban estrechamente
la cueva donde Fafner yacía oculto, cubriendo con su cuerpo inmenso de dragón el tesoro
de los Nibelungos, y Mime, padre adoptivo de Siegfried, pagó con su vida el anhelo de
poseer el tesoro codiciado. Ni Síegfried tampoco estaba libre de su cuidadosa vigilancia,
salvo en los momentos en que estuvo en la roca de la Valkiria, porque ningún nibelungo ni
ningún hombre cobarde o vil puede jamás penetrar al otro lado de las llamas circulares de la
ilusión y dentro del recinto de la verdad. Por esta razón los nibelungos, no sabían lo que
había pasado con el anillo cuando Siegfried volvió nuevamente al mundo, aunque,
naturalmente, ellos suponen que ha quedado con Brunhilde, y al instante empiezan a
conspirar para entrar otra vez en su posesión.
La corte de Gunther está en el mismo camino de Siegfried, y Alberico corre a avisar
a Hagen que el actual dueño del anillo está cerca. Los dos tratan de averiguar algo sobre el
sitio donde pueda estar el anillo, pero cada uno en su corazón corrompido se esfuerza para
engañar al otro y obtener el tesoro para sí solo, porque no hay honor en la batalla del yo
separado, cada uno está contra todos los demás sin considerar quiénes sean. Aunque en el
mundo hallemos cooperación para propósito, comunes, la cuestión que predomina en la
mente de cada uno de los participantes es: ¿Qué puedo yo sacar de esto? Sólo cuando la
tarea es fácil o se tiene a la vista una recompensa personal, la gran mayoría de la
humanidad está dispuesta a trabajar. El apóstol nos dice de “no interesarnos solamente por
los asunto personales, sino de acordarnos s también de los demás”. En los países cristianos
hemos asentido a este postulado, pero, ¡ay! qué pocos están dispuestos a vivir según el ideal
del servicio altruista.