No existen palabras adecuadas para dar una idea de lo que el alma siente cuando se
halla frente a frente con la verdad, muy por encima de este mundo (donde el velo de la
carne oculta las realidades vivas bajo una máscara) aún más allá del Mundo de del Deseo y
de la ilusión, donde formas fantásticas e ilusorias nos hacen creer que distinto de lo que son
en realidad. Solamente la región del Pensamiento Concreto, donde los arquetipos de todas
las cosas están unidos al gran coro celestial que Pitágoras llamo “armonía de las esferas”,
encontramos a la verdad revelada toda su belleza.
Pero el espíritu no puede estar allí por siempre. Esta verdad y realidad — tan
ardientemente deseada por todos los que se han sentido impelidos en su busca por una
llamada interna más fuerte que los lazos de amistad, parentesco o cualquier otra
consideración — no es más que un medio para lograr una finalidad.
Así resulta que Siegfried, el buscador de la verdad, tiene necesariamente que
abandonar la roca de Brunhilde, pasar otra vez por el fuego de la ilusión y entrar de nuevo
en el mundo material para ser tentado y puesto a prueba, para comprobar si será fiel a los
votos de amor que ha hecho a la Valkiria despertada por él.
Es una batalla muy ardua la que tiene que ganar. El mundo no está preparado para la
verdad, y aunque parece desear el conocerla, en realidad conspira por todos los medios a su
alcance en el sentido de aniquilar a cualquiera que intente acercársela a sus puertas, pues
existen muy pocas instituciones que puedan soportar el deslumbrante brillo de su luz.
Ni siquiera los dioses pueden soportarlo como Brunhilde lo sabe con gran pesar,
¿por qué no fue expulsada por Wotan de Valhal, por haberse negado a usar de su poder en
favor de las convenciones? Todos los que se aferran a los convencionalismos, con ánimo de
sostener la verdad en sus fueros, tendrán al mundo entero contra ellos y se quedarán solos.
Wotan era su padre y la profesaba sincero cariño. Si, en efecto, el la quería a su modo, pero
quería más al poder simbolizado por Valhal. El Anillo del Credo, por el cual él dominaba a
la humanidad, era a sus ojos más deseable que Brunhilde, el espíritu de la verdad, y por esta
razón la hizo dormir rodeada por el círculo flamígero de la ilusión.
Si de tal modo obran los dioses, ¿qué es lo que se puede esperar de los hombres que
no profesan ideales tan elevados y nobles como los que se suponía que ellos, los guardianes
de la religión, les inculcaban? Todo esto y más de lo que se puede expresar por palabras
(pero sobre lo cual el estudiante hará bien en meditar), pasó como un relámpago por la
mente de Brunhilde en el momento que ella se separa de Síegfried y con el fin de ofrecerle
por lo menos alguna probabilidad de ganar la batalla de la vida, le magnetizó de cierto
modo todo su cuerpo para hacerle invulnerable. De este modo todos los sitios quedaron
protegidos, menos un punto en la espalda, entre los hombros. Aquí tenemos un caso
análogo al de Aquiles, cuyo cuerpo había sido hecho invulnerable en todas partes menos en
uno de sus talones.
Hay una profunda significación en este hecho, porque mientras el soldado de la
verdad lleve su coraza, de la cual habla San Pablo, en la batalla de la vida, y desafíe
valientemente a sus enemigos, es seguro que a pesar de los más duros ataques tendrá
muchas probabilidades de vencer. Porque haciendo frente al mundo y exponiendo su pecho
a las flechas de los antagonismos, calumnias y denigraciones, demuestra que tiene el valor
de sus convicciones, y que un poder superior a él, el poder que siempre actúa para el bien,
le protege, cualquiera que sea la batalla en la que tenga que combatir. Pero ¡ayl de él sí en
algún momento vuelve la espalda. Entonces, cuando no vigile el menosprecio de los
enemigos de la verdad, éstos encontrarán en su cuerpo el sitio vulnerable, sea en el tajón,
sea entre los hombros.
Por consiguiente, nos conviene a nosotros y a todos los que aman a la verdad,
aceptar esta maravillosa simbología como una lección,
y darnos cuenta de nuestra
responsabilidad, en el sentido de amar siempre a la verdad por encima de todas las cosas.
La amistad, el parentesco y todas las demás consideraciones mundanales no deberían tener
ningún peso para nosotros, comparado con este gran trabajo a favor de la verdad y para la
verdad. Cristo, que era la encarnación misma de la verdad, decía a sus discípulos: “Me han
odiado a mí, y odiarán a vosotros.”
Así, pues, no nos engañemos: El sendero de principios es un camino áspero y la
labor de subirle es ardua. Andando por él perderemos probablemente el trato social con
todos nuestros amigos y relaciones. Aunque el mundo proclame hoy en día la libertad
religiosa, las persecuciones siguen en pie. Los credos y dogmas están dominando aún,
siempre dispuestos a perseguir a todos los que no se adapten a las convenciones. Pero
mientras los miremos de frente y sigamos nuestro camino, desdeñando la crítica, la verdad
saldrá siempre triunfante de la batalla. Sólo cuando nos comportamos como cobardes, estas
fuerzas enemigas nos pueden herir de muerte en nuestro punto vulnerable.
He aquí otro punto: Cuando Siegfried se marcha a la roca de la Valkiria para volver
otra vez al mundo material, da a Brunhilde el Anillo del Nibelungo. Este anillo, como
queda dicho, fue formado con el oro del Rhin que representa el Espíritu universal, por
Alberico el Nibelungo. También recordará el lector que Alberico no pudo modelar esta
pepita de oro hasta que no fue perjuro al amor; porque la amistad y el amor cesaron de
existir cuando el Espíritu Universal fue rodeado por el anillo del egoísmo. Desde entonces
la batalla de la vida se libra con todo su salvajismo: el hombre levanta su mano contra su
hermano a impulsos del egoísmo y cada uno va detrás de lo suyo sin tener en cuenta el
bienestar de los demás.