¡Qué extraño destino el de los libros, con relación a sus lectores! Hay
una mano oculta, una ilación fatal, entre el libro y cada uno de sus
destinatarios.
Quiero decir que, a poco que reflexionemos, a poco que recordemos
y, si bien es cierto que cada libro que leemos nos aporta algo, nos enseña
algo, nos enriquece en algo, lo curioso es que ese algo que nos aporta, nos
enseña o nos enriquece, casi siempre es lo que más falta nos hacía en ese
momento.
Es como si alguien, desde una dimensión distinta de la nuestra,
estuviese pendiente de cuáles son nuestras carencias, nuestras necesidades
y lo más conveniente para recorrer la vida como "procede" según nuestros
deseos, nuestras capacidades, nuestras tendencias y nuestros esfuerzos y,
en cada ocasión, nos fuera haciendo llegar el libro indicado.
Hasta se da el caso de que, abierto al azar el libro recién adquirido o
el que duerme desde hace años en nuestra estantería, sólo leamos un
capítulo, un pasaje o, incluso, un párrafo o un pensamiento, y resulte ser
precisamente ésa la enseñanza que necesitábamos y que el libro nos tenía
reservada desde que su autor, por un designio que se nos escapa, la
escribió para nosotros.
Podría asegurarse, pues, que, como por arte de magia, pero
obedeciendo a una ley natural, siempre nos llega el libro adecuado en el
momento adecuado. Es algo que, estoy seguro, nos ocurre, nos está
ocurriendo a todos continuamente. ¡Y qué cerca estamos de aquello de que
los pajarillos y los lirios reciben, en el momento oportuno, la ayuda que les
es conveniente!
Un fenómeno que debería investigarse y que nos llevaría a
conclusiones inesperadas, como la de considerarnos partes importantes de
un conjunto u organismo mayor, que nos incluye a todos y que, a su vez,
necesita de nuestro esfuerzo y nuestra aportación escrita de hoy para que
alguien, desconocido ahora para nosotros, pero ya previsto, recoja el
oportuno fruto en el momento propicio de algún día del futuro.
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