El tema de la paz se puede estudiar desde dos puntos de vista: El
externo y el interno.
Desde el punto de vista externo, paz significa ausencia de guerra. Es,
pues, algo estático, pasivo, como el frío es la ausencia de calor.
Habrá, pues, que estudiar, para aclarar este concepto, qué es la guerra
externa y cuáles son sus causas.
La guerra es una lucha entre países, etnias, grupos o individuos, por
conquistar o retener una parcela de poder, bien sea económico, bien sea
religioso, bien cultural, científico, de prestigio, etc. Aunque, si bien se
mira, todas sus motivaciones se pueden reducir a dos: Religiosa o
económica.
Pero, ¿quiénes hacen la guerra? Los hombres. Sólo los hombres. En
todo el reino animal no existe nada similar, al margen de la necesidad de
alimentarse, de defenderse o de perpetuar la especie.
¿Y cómo se manifiesta la guerra? Mediante actos destinados a
perjudicar al antagonista.
Pero, para realizar un acto, el hombre necesita antes pensarlo. Nos es
imposible realizar nada, - salvo los actos reflejos, y la guerra no lo es - sin
haberlo pensado antes.
Por tanto, los que hacen la guerra piensan en ella y, al pensar en ella,
la sienten y luego la desean. Su guerra es, pues, siempre, primero interna y
después externa. Si no hay guerra interna, no hay luego guerra externa. La
primera es, pues, la más peligrosa. Y la que hay que combatir.
¿Y cuál es la solución para evitar la guerra interna? Hay una ley
natural, expuesta por todas las religiones pero, especialmente, por la de
Cristo, que establece: "Compórtate con los demás como a ti te gustaría
que los demás se comportasen contigo". O, dicho de otra manera: “Haz a
los demás lo que te gustaría que te hiciesen a ti y no les hagas lo que no te
gustaría que te hiciesen". Y, aún de otro modo: "Ama a tu prójimo como a
ti mismo".
Es la ley de oro. La clave de la felicidad. Porque, si amas a tu
prójimo como a ti mismo, ¿qué motivo será suficiente para que desees
causarle daño? Y, si no lo amas, estarás infringiendo una ley natural, lo
cual te producirá desazón, descontento e intranquilidad, todo ello
incompatible con la paz interior.
Si amas, en cambio, no pensarás en la guerra; tu corazón estará
tranquilo y, sin tú darte cuenta, se llenará de paz. Y no pensarás en la
guerra ni la desearás ni la fomentarás.
Es, pues, esa falta de amor y, consecuentemente, de paz interior, lo
que nos hace enfrentarnos a los demás y es, por tanto, la causa última de la
guerra.